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28 octubre 2010 4 28 /10 /octubre /2010 18:18
      Una cosa es segura: alguien como Lyngheid, la hija de Einar, nunca me tentaría como mujer. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta, que no me inspire cierta ternura y compasión; aunque, la verdad sea dicha, al principio ni por casualidad me resultaba simpática. En las dos primeras versiones de EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, el personaje prácticamente no tenía intervención, y su única importancia residía en que su flirteo con Anders culminaba con éste batiéndose a duelo con un campeón designado por Einar a fin de lavar el honor de la familia. Sin embargo, si se piensa, la conducta casquivana de la pobre Lyngheid encuentra más de una comprensible justificación o, cuando menos, explicación. Repasemos lo que sabemos de ella. En primer lugar, tiene quince o dieciséis años; por lo tanto, tenía cinco o seis cuando llegó a Kvissensborg con su padre, quien asumía como señor del castillo en pago por los corruptos servicios prestados al Conde de Thorhavok. Era, sin duda, la primera vez que Lyngheid ponía pie en un castillo; y como cualquier niño de esa edad, se habrá sentido maravillada de hallarse en semejante sitio. No sabemos si para entonces su madre ya había muerto; en cualquier caso, en 958, cuando Balduino y Anders llegan a Freyrstrande, ya no se la ve ni se menciona que exista. Suponiendo que fuera buena madre, perderla habría sido para Lyngheid un golpe especialmente duro, pues a partir de ese momento perdía a la persona más próxima a ella en el sentimiento. La siguiente en esa clase de proximidad sería su padre o alguna dama de compañía; y no obstante, en lo espiritual cualquiera de los dos estaría a varios años luz de distancia de la joven.

      De cualquier manera, aquel entusiasmo infantil provocado por la excitante novedad que era mudarse a un castillo, seguramente se fue apagando. Para un varón, crecer en un castillo como Kvissensborg habría sido el sueño del pibe, como decimos en Argentina. Pero una niña solitaria disfrutaría, tal vez, hasta la adolescencia, mientras pudiera convertirse, en sus juegos, en una princesa galanteada por príncipes y Caballeros, o en una dama de la nobleza presidiendo un banquete, o como una damisela prisionera de un ogro malvado y rescatada por algún valiente paladín. Superada la edad de tales fantasías, Lyngheid sin duda empezó a aburrirse mortalmente, y de eso ningún héroe podía rescatarla. Su emocionante pasatiempo debía ser el bordado, conforme a lo que se estilaba en la época. Mientras se entregaba a tan subyugante y vertiginosa actividad, Lyngheid habrá ponderado, no sin amargura, que estaba condenada a la soledad, y que sólo el hecho de ser la única descendencia de su padre la salvaba del claustro. En esas condiciones, ¿se la puede culpar por andar evaluando qué ejemplares masculinos eran más potables para llevárselos a su lecho?

      El primer amante que le conocemos casi seguramente no fue, en realidad, el que encabezó la lista. Pero una mentalidad brutal, machista y desagradable como la de Thorkill Rolfson sin duda consideraría a Lyngheid como propiedad suya, y no toleraría la idea de que otro hombre pudiera sustituirlo; de modo que de inmediato puso en fuga a cualquier otro posible cortejante. Puede que, al principio, esto fuera del agrado de ella. Thorkill parecía ser, y sin duda era, el más macho de Kvissensborg, y debía fascinarla la idea de subyugar a alguien cuya imagen era la de alguien poderoso. Pero a menudo el más macho es también el más estúpido, el más bruto y el más desagradable. Hombres así por lo general son celosos sin razón; y aunque al principio resulten halagadores, los celos continuos desgastan hasta la relación más sólida.

      Todo lo dicho define muy bien a Thorkill Rolfson. No es de extrañar, entonces, que Lyngheid terminara hartándose de él, y buscándole un eventual reemplazo. Claro que no había mucho para elegir. Fugazmente, fijó su atención en Balduino; pero más que nada por capricho, porque él no se prosternaba ante su belleza, como los demás. Pero entonces vio por primera vez a Anders. Este empezó también como un capricho para ella. Jugó un poco con él, lo hizo desearla y casi enseguida se le tiró encima prácticamente, ya que el deseo de ella por él no era menor. Ahora bien, a diferencia de Thorkill, que posiblemente hace el amor como un bárbaro violando a la mujer del enemigo vencido, Anders es dulce y gentil con las mujeres. En Lyngheid vio a una princesa, pese a que la sangre de ella poco y nada tiene de azul; y como a una princesa, sin duda, le hizo el amor. Consecuencia inevitable: Lyngheid terminó enamorada de él... e inconvenientemente embarazada de él. Einar debe haber puesto el grito en el cielo, pero quien de verdad retembló de ira reprimida y anhelo de venganza fue el despechado Thorkill. Al toro semental de Kvissensborg le había salido un bello y primoroso par de enormes, merecidos cuernos, y estaba decidido a ensartar en ellos a su rival, quien quiera que éste fuese. Lyngheid se da cuenta, y teme por la vida de Anders; por lo que, para salvarle el pellejo, miente acerca de la paternidad del niño. En eso se nota que de verdad está enamorada. Otra, en su lugar, podría sentir un turbio deleite ante la idea de que dos hombres estén a punto de trabarse en lucha a muerte por ella, pero Lyngheid siente angustia por la idea de que el único hombre que la trató con delicadeza termine hecho pedazos por un energúmeno a cuyo lado hasta un jabalí sería todo un paradigma de refinamiento, y que quiere vengarse de un rival que lo humilló.

      Nunca fue mi intención que Lyngheid tuviera tanta intervención en el argumento, pero llega un punto en el que los personajes adquieren vida propia y escapan al control del escritor, que sólo puede referir, tan fielmente como se lo permita su talento, los sucesos que ellos protagonizan. Lyngheid iba a.ser nada más que una chica tonta y de costumbres un tanto livianas; pero las costumbres livianas han quedado en el pasado, y podrá ser tonta, pero tiene buen corazón. Por lo demás, fue y es lo que la vida y el entorno hicieron con ella. Así nos ocurre también a nosotros, y a veces incluso tenemos menos voluntad que Lyngheid para ser otra cosa distinta de la que somos, para elevarnos por encima de nuestras falencias; de modo que que arroje la primera piedra aquel que esté libre de culpa.
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  • : EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I
  • : ...LA NOVELA FANTÁSTICA QUE, SI FUERA ANIMAL, SERÍA ORNITORRINCO. SU PRIMERA PARTE, PUBLICADA POR ENTREGAS.
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