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17 febrero 2010 3 17 /02 /febrero /2010 19:36

LXX

      El centinela del puesto de guardia en el torreón tenía siempre encima el cuerno de caza de Balduino, con instrucciones precisas de cómo y cuándo hacerlo sonar; y el domingo por la mañana, muy temprano, estando el pelirrojo dormido sólo a medias, fue despertado por una señal que no pensó oír jamás: un único toque prolongado, casi un ulular.

 

      -¡LOS WURMS!-gritó-. ¡A LAS ARMAS!

 

      Toda la dotación de Vindsborg se puso de pie, entre la alarma y el espanto, precipitándose cada uno como pudo sobre sus armas. Mientras tanto, Balduino, armado también hasta los dientes y embrazando un escudo de madera, salió a evaluar el peligro. Si alguna vez en su vida rezó, sin duda fue ésa; porque Freyrstrande todavía no estaba en condiciones de hacer frente a una invasión Wurm a menos, y eso con suerte, que se tratara de unos pocos individuos.

 

      Andrusier, de guardia en el torreón, no cesaba de repetir frenéticamente la señal de alarma. Todavía estaba oscuro, y había niebla; de modo que aunque Balduino escudriñó el océano, no logró ver nada. El centinela debía tener una vista como para que hasta las águilas la envidiaran.

 

      -¡Andrusier, Andrusier!-gritó Balduino desesperado, al llegar al pie del torreón-. ¿A qué distancia están? ¿Cuántos son?

 

      Andrusier abrió uno de los ventanucos medio tapiados que había en el torreón, y se asomó. Parecía perplejo. Se hizo repetir la pregunta por un cada vez más alarmado Balduino.

 

      -Pero señor Cabellos de Fuego, ¿no los ves?-gritó desde lo alto-. Son diez o doce como mínimo.

 

      -¡Doce!-exclamó Balduino-. ¿Y qué son: Thröllewurms o Jarlewurms?

 

      Andrusier lo miró como se miraría a un niño retrasado.

 

      -Son aldeanos que vienen a misa...-explicó, señalando en dirección opuesta al mar.

 

      Efectivamente, como se había convenido con Fray Bartolomeo, ese día los aldeanos oirían misa en Vindsborg, y se acercaban unos cuantos, solitarios o en grupos.

 

      -Pero imbécil-gritó Balduino, desgañitado de furia-, casi me matas del susto. ¿No tenías ocurrencia mejor que llamar a misa usando la señal convenida para caso de invasión Wurm?

 

      -Como no hay campana...

 

      -¡Tu cabeza usaré yo de campana, con mi puño como badajo!

 

      Y su furor no se aplacó enseguida, porque en Vindsborg reinaba un inadmisible caos cuyas consecuencias hubiesen sido gravísimas en caso de una auténtica invasión. Karl se había dirigido como una exhalación a la caballeriza y ya estaba por montar a Slav  para advertir primero a los aldeanos, a fin de que huyeran a un lugar seguro, y luego seguir viaje hacia Vallasköpping en busca de refuerzos. Fue el único que obró con la celeridad exigida por la supuesta crisis, y Balduino logró interceptarlo antes de que partiera. Mientras tanto, Thorvald bramaba como un demonio, no informado aún de que todo había sido una falsa alarma. Casi nadie tenía todo su equipo a mano y algunos ni recordaban dónde lo habían dejado. Adam y Adler discutían por la posesión del único escudo que quedaba, sin que nadie entendiese dónde estaba el faltante, hasta que se descubrió que Ursula lo había tomado sin permiso ni aviso previo, para participar ella también en el combate. Todo ello, por supuesto, entre los sempiternos y fastidiosos  pero al menos previsibles ladridos de los perros de Hundi, que en todo aquello veían alborozados un juego sensacional del que ellos exigían participar, y que eran los únicos a quienes su cerebro diminuto -admitiendo que tuvieran algo similar a un cerebro, lo que era dudoso- brindaba una excusa para su comportamiento. En suma, lo que reveló aquella falsa alarma fue una total falta de organización.

 

      Aclarado que por fortuna la temida invasión estaba lejos de producirse, Balduino, iracundo, reunió a sus hombres y les anunció nuevas y drásticas medidas, lanzando reprimendas a diestra y siniestra y a voz en cuello. Nadie se animó a protestar cuando comunicó que a partir del día siguiente, antes aún del desayuno, se comenzaría por pasar revista, y que aquel que no tuviera todo su equipo en condiciones y a mano haría doble turno de guardia durante toda una semana; pero hubo caras largas cuando agregó que habría además simulacros de invasión al menos tres meses por mes, uno de ellos en horario nocturno. En ese momento, varias de esas caras largas se alzaron furibundas hacia el torreón, rumiando maldiciones contra Andrusier.

 

      -No lo culpéis a él-gruñó Balduino-. Es más, hasta debería agradecerle su tontería, puesto que gracias a ella quedaron al descubierto todas estas falencias. Si cada uno de vosotros hubiera hecho las cosas como es debido; si yo mismo me hubiera asegurado de que en caso de ataque Wurm estuviérais listos para el combate, ahora otro gallo nos cantaría.

 

      -Hmmm... Para serte franco, señor Cabellos de Fuego,  creo que extremas las cosas-opinó Ulvgang, inmutable por lo demás ante las nuevas medidas-. No creo que Freyrstrande les interese a los Wurms, que además están lejos...

 

      -¿A qué vendrían aquí? Esto es un páramo-dijo Hundi, señalando la desolación que era la playa.

 

      -No pensábamos así cuando hace un rato nos arrojamos sobre las armas que teníamos a mano, ¿no?. Por lo demás, en este momento Freyrstrande está casi totalmente indefensa, y eso podría tentar a los Wurms; sin contar que las dehesas junto al Duppelnalv y los bosques ya no están muy desolados que digamos. Y los bosques son visibles desde el océano-rebatió Balduino.

 

      -Y no hay peor filosofía que la que se toma las cosas a la ligera, y que supone que una catástrofe que parece lejana nunca habrá de suceder-añadió Thorvald-. Pensamientos así llevaron a Drakenstadt al desastre cuando vosotros mismos la atacasteis y saqueasteis a vuestro antojo, y lo que posteriormente os llevó a vosotros mismos por caminos similares cuando os tuvisteis por invencibles.

 

      -Correcto, compañero-convino Ulvgang-. Entonces se hará como ordenes, señor Cabellos de Fuego.

 

      No hubo síntomas de abierta rebelión contra las nuevas medidas, pero obviamente éstas serían obedecidas con gran renuencia al menos por una parte de los hombres de Balduino. Este sospechaba que podría haber problemas, sobre todo por el lado de Honney.

 

      Y tenía razón en desconfiar. Honney se debatía entre fuerzas y motivaciones muy disímiles. No dudaba de que era mejor estar en Vindsborg que en prisión. No se arrepentía de su anterior vida de fechorías, pero tenía ya treinta y ocho, casi treinta y nueve años de edad, diez de los cuales los había pasado en prisión meditando sobre los rumbos que podría haber tomado su vida de no haberse hecho Kveisung. Para piratear de nuevo comenzando de cero estaba ya demasiado viejo, y además sin duda los puertos de las Kveisungersholmene habían sido arrasados por los Wurms. En cuanto a Balduino, lo consideraba un buen compañero, pero a la vez desconfiaba de él por la fuerza del hábito y también, quizás, porque no le parecía lógico que un Caballero hiciera tan buenas migas con la escoria.

 

      Y más le valía al señor Cabellos de Fuego que no considerara al viejo Honney y a sus compañeros Kveisunger como simples peones de un tablero de ajedrez, sacrificables todos ellos en aras de una victoria a cualquier precio. Porque de ser así, el viejo Honney siempre estaba a tiempo de seccionar la carótida del señor Cabellos de Fuego para escribir con sangre las verdaderas reglas del juego.

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  • : EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I
  • : ...LA NOVELA FANTÁSTICA QUE, SI FUERA ANIMAL, SERÍA ORNITORRINCO. SU PRIMERA PARTE, PUBLICADA POR ENTREGAS.
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