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25 noviembre 2009 3 25 /11 /noviembre /2009 19:13

 

      Por aquellos días gobernaba sobre todo Nerdelkrag el Rey Gregorio III (946-958), monarca totalmente falto de energía, motivo precisamente que lo había llevado al trono. En efecto, el caos a la muerte de su predecesor, Lorenzo el Terrible (926-945) era tal, que entre los mediocres pretendientes al trono que se presentaron ante la falta de sucesión directa del difunto rey, él resultó la mejor opción, que permitió a hombres enérgicos y de buena voluntad salvar al país del desastre sin pasar por interminables reuniones de consejo y aún más interminable papeleo. Gregorio aceptaba todo lo que ellos le imponían, y en una situación de emergencia, esto era lo ideal; pero ya encarrilado el país, se esperaba de él que lo gobernara, cosa que jamás fue capaz de hacer. Ahora, algunos de los que lo habían llevado al poder, entre ellos Diego de Cernes Mortes y -más desde las sombras- Thorstein Eyjolvson, se lamentaban amargamente. Pero así y todo había que desear larga vida a tan mediocre soberano, puesto que ya era obvio que el Príncipe Heredero, también llamado Gregorio, era un imbécil de remate y gobernaría peor que su padre. Lo mismo padre que hijo serían un débil sostén donde apoyarse en caso de que los Wurms atacaran.

 

      La distancia representaba otra complicación. En malas condiciones, un viaje desde Drakenstadt hasta Cernes Mortes, la capital, podía demandar todo un año. El servicio de postas, naturalmente, acortaba mucho ese plazo; pero un prolongado intercambio de mensajes podía ser cosa de pesadilla, y por lo tanto las baronías septentrionales  generalmente preferían arreglárselas solas para afrontar sus dificultades. Ahora, sin embargo, necesitaban ayuda urgente y validada por un decreto real que nadie pudiera menospreciar sin desagradables consecuencias.

 

      Ahora bien: teniendo en cuenta que hasta a la alta nobleza del Norte se le había hecho difícil admitir la existencia misma de los Wurms salvo en el terreno del mito, era concebible que en Cernes Mortes el asunto fuera tomado como una especie de broma pesada, y que los consejeros de Gregorio III, más por ignorancia que por mala voluntad, reaccionaran con indolencia a las peticiones de ayuda, hasta que fuera demasiado tarde. Y no obstante, había que hacerse a la idea de que tal vez el Reino entero corría peligro. Si los Wurms alcanzaban el continente, nada les impediría hacerse fuertes allí, reproducirse, crecer en número, remontar los ríos y, un día, llegar a la mismísima Cernes Mortes. Pero, ¿cómo se convencía a los escépticos de la realidad de algo que parecía cosa de fábula? ¿Y cómo se obligaba a los cobardes a afrontar el peligro a la par de los valientes, sin orden del Rey?

 

      La cuestión era más grave de lo que parecía. Se despacharon mensajes urgentes al Rey, pero también a muchos otros destinatarios para ganar tiempo. Las Andrusias Occidentales estaban ya por completo bajo el aplastante poder de los Wurms, y los canales que las separaban se hallaban ahora totalmente vedados al género humano; y los gigantescos reptiles se acercaban más a las costas, con los Jarlewurms oteando el horizonte con mirada codiciosa desde lo alto de sus largos cuellos.

 

      Los Caballeros Custodios de la Doble Rosa se hallaban disemina-dos por todo el Reino. La suya era la Orden de Caballería más antigua del Reino, otrora gloriosa. Pero la flama de esa Orden estaba extin- guiéndose. Pasmaba la desidia con que los Caballeros de la Doble Rosa acudían cuando se requería que entraran en acción, obedeciendo sólo al Rey y a su Gran Maestre, en este caso Diego de Cernes Mortes. Cuando éste hizo un llamamiento a las comandancias de su Orden más próximas a las baronías en peligro, pocos le respondieron. Integraban la Orden príncipes de alto rango, segundones de la nobleza y hasta bastardos de la misma; actualmente, a los demás les estaba vedado el ingreso. Todos los renuentes esgrimieron pretextos para no acudir. En algunos casos, la cobardía pudo haber sido el verdadero móvil; en otros, pudo haberlo sido el escepticismo; en la mayoría, lo fue que la pertenencia a la prestigiosa Orden les interesaba sólo por los beneficios que implicaba. Esta fue la primera decepción que debieron afrontar los defensores de Andrusia Occidental.

 

      La segunda provino de Andrusia Oriental. No se pretendía que ésta enviara tropas de refuerzo, sino que se mantuviera en alerta, preparando defensas contra los enemigos que, de ser rechazados en Andrusia Occidental, podrían intentar un arribo a Nerdelkrag por otro sitio. Christendom, en especial, resultaría una tentación para los Wurms, porque allí el Río Rattapahl vierte sus aguas en un gran golfo, la Havnuvasmück o Boca de Kraken, así llamada por el monstruo que, según se decía, dormitaba en sus profundidades. El Delta del Rattapahl, vasto, próspero y abundante en ganado, carecía prácticamen-te de defensas, como no fueran unos pocos castillos dispersos en algunas islas. Fuera por ignorancia geográfica, temor a Kraken o porque el oro y los diamantes de Norcrest los sedujeran más que los rebaños de Christendom, los Wurms no prestaban atención a dicha baronía aún; mas, cuando lo hicieran, el Reino entero estaría perdido, a menos que se tomaran desde ahora medidas para detener a los gigantescos invasores. Pero la nobleza de Christendom recibió la noticia con estentóreas carcajadas, aunque el pueblo se inquietó. Algo más al Oeste, en la vecina Thorhavok, el Conde Arn, Caballero de la Doble Rosa, puso tantos peros que era obvio que no haría nada, en tanto que sus vasallos en general sólo fanfarronearon mucho, desatendiendo la real gravedad de la amenaza.

 

      Pero si los nobles de Andrusia Oriental se negaban a atender sensatos consejos, el pueblo no tenía por qué pagar su negligencia. Sería preciso que otros asumieran la responsabilidad de defender Thorhavok y Christendom a despecho de la nobleza de estas baronías. Para Diego de Cernes Mortes, era un  dolor de cabeza tan grande como el primero. 

 

      Además de la Orden de los Custodios de la Doble Rosa existía oficialmente en el Reino otra Orden de Caballería, las Milicias de San Leonardo, cuyo cuartel general se había trasladado estratégicamente desde Cernes Mortes a Blixton años atrás. Era lejos, pero no tanto como Cernes Mortes. Se envió un mensaje a su Gran Maestre, Genaro de Auricornia, y éste respondió sin pérdida de tiempo, enviando refuerzos al mando de su segundo en la Orden, Fabián de Trívonis, mientras él reunía al resto de sus fuerzas para sumarse a la lucha. Así pues, la Milicias de San Leonardo, Orden de Caballería religiosa, al menos se ponían por entero a disposición de los defensores de Andrusia; pero no era suficiente.

 

      Aún más al Sur que Cernes Mortes se hallaba Caudix, el Castillo de los Príncipes Leprosos. Más orgullosos aún que los príncipes de Drakenstadt, los Leprosos no cesaban de asombrar al Reino una y otra vez tanto por el coraje con que arrostraban el mal que corroía sus cuerpos como por la forma en que manejaban su señorío. Los más sanos de ellos eran guerreros. Hasta qué punto podrían ser útiles o con qué seriedad recibirían la petición de auxilio, imposible saberlo. Si no la tomaban en broma, se podía tener la seguridad de que brindarían la ayuda requerida, lo que tal vez despertara algunas conciencias y suscitara vergüenzas, si es que tales vergüenzas podían existir. Los Príncipes Leprosos enviaron los refuerzos requeridos, pero ello no significó que quienes hasta el momento se habían abstenido de acudir en socorro de las castigadas costas de Andrusia Occiden-tal enmendaran sus conductas; no se les movió un pelo ante el ejemplo que recibían de los Leprosos.

 

      El número de hombres movilizados hacia el Norte seguía siendo insuficiente. En marzo de 958 los Wurms lanzaron un  primer ataque tentativo contra Drakenstadt; en esa ocasión, sólo fueron Tröllewurms, aunque en seguida se les unieron tres Jarlewurms. Se acercaron rugiendo con ferocidad... y las catapultas respondieron en el mismo tono. En conjunto, ninguno de los dos bandos sufrió grandes pérdidas: se trataba de una simple escaramuza destinada a medir fuerzas. Al día siguiente, sin embargo, los Jarlewurms lanzaron otro ataque sorpresivo, que dejó exhaustos a los defensores. Los reptiles retornaron durante la noche, creyendo que pasarían inadvertidos; pero la poca luz que daba la luna bastó para delatarlos cuando estaban a punto de remontar el Krönungsalv, el río a cuyas orillas se levantaba la ciudad. Todos estos encuentros, si bien no muy graves todavía, dejaron en claro  (por si cabía alguna duda) que los Wurms estaban decididos a asentarse en el continente, y que no desistirían con facilidad. Todavía más: Östwardsbjorg y Vestwardsbjorg, las poderosas fortificaciones que custodiaban la entrada al Hrodsfjord, estaban ahora prácticamente sitiadas por los monstruos, y cuando el agua y los víveres se les agotaran, ambas fortalezas caerían con facilidad. Y además estaba el tema de los proyectiles: cuando no tuvieran ya piedras con las que combatir a los Wurms, los dos baluartes deberían desmantelarse progresivamente para proporcionarlas. En previsión a eso, los comandantes de Östwardsbjorg y Vestwardsbjorg decidieron no atacar a los sitiadores si éstos no tomaban la iniciativa en el ataque; y los Wurms nada hacían, sino esperar con paciencia a que ambos castillos desgastaran lentamente sus fuerzas. Por ahora en Östwardsbjorg y Vestwardsbjorg no faltaban provisiones, puesto que se había previsto una maniobra así, pero había que pensar en una forma de quebrar el sitio y hacérselas llegar cuando fuera necesario...y prever que el intento podía fracasar y terminar en una gran pérdida de hombres, sin beneficio alguno para las fortalezas, que al menos podían por ahora comunicarse entre sí y con la ciudad usando palomas mensajeras sin que los reptiles lo notaran.

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  • : EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I
  • : ...LA NOVELA FANTÁSTICA QUE, SI FUERA ANIMAL, SERÍA ORNITORRINCO. SU PRIMERA PARTE, PUBLICADA POR ENTREGAS.
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