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7 enero 2010 4 07 /01 /enero /2010 21:03

      Hubo un breve silencio, durante el cual resaltó más el fragor de la tormenta que se abatía afuera, bravía e inclemente.

 

      -La espesa bruma nos obligó a detener la marcha. No fue muy alentador comprobar que además se levantaba una tormenta, algo más benévola que esta otra que nos obligó a refugiarnos aquí, pero de todos modos muy amenazante teniendo en cuenta el lamentable estado del Leviathan. Cada tanto, el vigía creía divisar un barco viniendo a nuestro encuentro. Le preguntamos cómo podía verlo entre la niebla; a lo que contestó que era un punto luminoso cuyo tamaño aumentaba a cada instante. En ese momento no cupieron ya dudas acerca de la naturaleza del enemigo al que enfrentaríamos, y algunos tuvieron miedo; pero una encendida arenga de Thorben los volvió feroces e invencibles de nuevo.

 

      ’La tormenta ya se había desatado cuando la nave enemiga estuvo a la vista de todos nosotros. Confirmando las palabras del vigía, era fosforescente, y a medida que se nos acercaba advertimos que las manchas opacas que se veían en su silueta las producían algas y percebes adheridos a la madera, producto de largos años bajo el mar. El velamen casi no existía, lo que no era obstáculo para que el Holmenesheld, que de él se trataba, se desplazase a velocidades prodigiosas y en contra de la dirección del viento, según  advertimos. Por supuesto, el velamen del Leviathan había sido arriado, para que las ráfagas no destrozaran los mástiles.

 

      ’A la luz de los relámpagos pudimos distinguir también a la cadavérica tripulación del Holmenesheld, silenciosa y lúgubre, aprestándose para el inminente combate. Nos contemplaban con la vacua mirada de los muertos, sus huesudas manos empuñando espadas y dagas medio oxidadas. Sus capas hechas jirones flameaban al viento; muchos llevaban casco. Se veían magníficos y terribles, y hubieran acobardado a muchos.

 

      ’No obstante, la arenga de Thorben había enardecido nuestra sangre guerrera. Eramos demonios a la orden del Diablo del Mar, y no habría espectro capaz de ponernos en fuga. Sólo nos asustamos un poco cuando advertimos la fosforescencia fantasmagórica entre nuestros mástiles y jarcias. Esa fosforescencia  es propia de los barcos próximos a hundirse; por lo tanto, la nave estaba condenada... Pero Thorben rio, y gritó que la muerte nos haría inmortales y más temibles que nunca; que la aparición del Leviathan, en los tiempos venideros, aterraría hasta a los más bravos marinos de Drakenstadt, y que nuestra nave tenía esa extraña fosforescencia porque se estaba transformando ya en barco fantasma.

 

      ’Esas palabras fortalecieron nuestro coraje; pero cuando estaba a punto de comenzar la lucha, Snack apareció detrás de mí, y me susurró:

 

      ' -Nos reuniremos en Drakenstadt. Rescatados el segundo día, libres antes de los tres años.

 

       'Quise preguntarle a qué se refería, pero no hubo tiempo. Nuestros enemigos estaban ya casi sobre nosotros. Les dimos una bienvenida anticipada con insultos, fanfarronerías y escupitajos; y ellos pronto ganaron nuestra cubierta, y eran una hueste sombría y fantasmal. Luchamos con denuedo, pero a mi alrededor mis compañeros caían uno tras otro a medida que los vencía el cansancio. No era fácil combatir porque, en primer lugar,  había que esforzarse por mantener el equilibrio sobre cubierta, y además, ¿cómo se mata a quien ya está muerto? Nuestros oponentes parecían muy materiales, de huesos recios, sólidos; se notaba que en vida habían sido muy robustos... Y pese a ello, nuestras armas nada les hacían, hallaban sólo aire a su paso. Sólo sus espadas parecían consistentes y letales, tanto al entrechocarse como al hundirse en nuestras carnes. ¿Cómo se empareja una lucha con enemigos como ésos?

 

      ’Aún trataba de descubrirlo cuando escuché, por un lado, el grito de Gröhelle, quien acababa de quedar tuerto; por otro lado, el de Thorben, mortalmente herido. El que parecía el líder  de los guerreros fantasmas le había hundido la espada en el vientre. Thorben estuvo a punto de caer, pero tambaleó hasta el palo mayor, contra el cual se afirmó. A mí acababan de desarmarme y tenía tres puntas de espada contra mi cuello, por lo que pude ver la escena en todos sus detalles.

 

      ’-Vencí otra vez-jadeó Thorben, sonriendo con crueldad en su agonía; y extrañamente, el líder de los espectros pareció compartir esta convicción en apariencia desmentida por los hechos, porque se le acercó y, tras entregarle su espada, se arrodilló ante él.

 

      ’Tuve la sensación de que, en ese momento, Thorben tenía en sus manos la suerte de todos aquellos guerreros espectrales, y por eso éstos no me mataron. Uno tras otro fueron arrojando las armas, y en sus calaveras ya no se veían las malvadas sonrisas con las que habían saltado a nuestra cubierta; las expresiones eran de completa derrota, de  temor casi.

 

      ’-Idos-gritó entonces Thorben-. ¡Idos!-gritó, más fuerte.

 

      ’El líder de los espectros se puso entonces de pie, inclinó reverentemente la cerviz ante Thorben y le apretó el hombro, como con afecto; y luego el Diablo del Mar expiró. A mí, uno de los espectros me estrechó la mano; y apenas podía yo creer lo que estaba sucediendo, ni lo creería hoy mismo, tal vez, de no ser porque sentí entre mis dedos aquellas falanges y las oí crujir con toda nitidez pese al ímpetu de la tempestad. Otras manos esqueléticas me palmearon la espalda, y me apretaron con fuerza los hombros... Y en seguida todos retornaron a su nave, que hasta entonces se mantenía a la par del Leviathan.

 

      ’Durante unos segundos permanecí inmóvil, sin salir de mi estupor. Sólo tres de mis compañeros habían sobrevivido a la batalla, y no estaban ellos menos atónitos que yo. En eso, algo que todo el tiempo había estado rodando de aquí para allá sobre la cubierta del Leviathan vino a estrellarse contra una de mis botas. Era la cabeza desprendida del cuerpo de uno de mis camaradas, Kveldulv; y advertí con un poco de horror que los ojos muertos se movían y me miraban con una sonrisa un tanto burlona.

 

      ’-Mejor abandona la nave, valiente-dijo; y varios de los cadáveres, el de Thorben entre ellos, comenzaron a moverse, saludándonos con la mano antes de quedar inmóviles de nuevo-. El coraje nunca muere, Ulvgang-añadió la cabeza cercenada de Kveldulv,  antes de sumirse de nuevo en el silencio de la muerte.

 

      ’Me arrojé al agua, y Gröhelle y los otros dos me imitaron; pero aunque la costa  no se veía muy lejana, sólo tres logramos alcanzarla, porque el mar estaba demasiado revuelto. Para llegar, recordé aquello de El coraje nunca muere. Sin ese aliciente endureciendo mi voluntad, creo que hubiese muerto ahogado. Dijo luego Gröhelle que al cuarto de nosotros, el que no logró alcanzar la costa, uno de los cadáveres le había aferrado la mano con fuerza, en un intento de impedirle que se fuera con nosotros; así que éste estaba predestinado a morir allí.

 

      ’Ni bien lo dejamos atrás, el Leviathan se hundió. Desde entonces es una nave fantasma más entre tantas otras que se ven en el Mar de Nerdel. Dicen que al principio se reconocían aún las faucciones de nuestros compañeros muertos, medio comidas por los peces; pero cuando yo la encontré más tarde, entre el botín obtenido de Drakenstadt, ya sólo quedaban los huesos. Por cierto, en aquella ocasión  conduje a la flota por la ruta tomada por el Leviathan en su último viaje con tripulantes vivos, y pasamos por Gestinholme, pese a las protestas de varios de mis hombres. Alcancé a ver a los centinelas del Castillo de los Muertos, y los saludé con la mano, tal como hacen los marinos de Drakenstadt al pasar frente a esas costas; y los centinelas me respondieron el saludo. Tal vez entre ellos se encontraban los hombres del Holmenesheld, porque un par de veces me crucé con una nave fantasma que se parecía mucho a la que encontramos en aquel viaje del Leviathan, y si a sus tripulantes saludar desde lejos. Todavía no me explico bien el extraño final de aquella última batalla, por qué los espectros se rindieron. Se me ocurre, sin embargo, que los Kveisunger tenemos un Cielo propio, muy distinto del que describen los curas, y que en él todo es pasional y desmesurado, y que los combates son más duros allí que en ninguna otra parte del mundo. Pienso que aquella batalla tal vez no tuviera otro fin que ponerlos a prueba, a Thorben y a los demás, para cerciorarse de que fueran lo bastante dignos para ser dignos de ese Cielo... Pero esto es sólo lo que creo, o me parece que ocurrió.

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6 enero 2010 3 06 /01 /enero /2010 18:31

      -¿Y qué fue de Thorben?-preguntó Balduino.

 

      -El cambió mucho luego de todo aquello-contestó Thorben-. Después de la victoria buscó en Nibilshaven a Schwummelinbrud, pero no pudo hallarla, ni viva ni muerta, ni tampoco el menor indicio de que hubiese estado alguna vez allí. Enseguida ordenó a la flota poner proa rumbo a Drakenstadt; pero las naves estaban ya muy cargadas de botín. Adivinando que una vez en Broddervarsholm la empresa quedaría nuevamente en la nada, Thorben renunció a ella. Se suponía que tal renuncia era transitoria, pero nunca más retomó el proyecto siquiera de palabra. Su comportamiento, de allí en más, fue el de un hechizado, como bien destacaba Snack. Le costó mucho conservar siempre a la misma tripulación, porque demasiado a menudo poníamos proa hacia destinos inciertos, con la excusa de piratear donde no halláramos competencia. En realidad, si no la había, se trataba de malas aguas para hacer negocios; pero a veces la suerte nos ayudó poniéndonos a nuestro alcance naves extraviadas o que navegaban creyendo que en esa ruta no hallarían piratas. Así navegamos bajo sus órdenes por todo el Mar de Nerdel, y al final quedamos junto a él sólo los más ávidos de aventuras y los que estábamos fascinados por el prestigio y la leyenda de Thorben... Ambas cosas en lo que a mí se refiere. Uno de los últimos en unírsenos fue Gröhelle, quien por ese entonces no era tuerto, y que perdió su ojo en la última batalla que libramos bajo el mando de Thorben.

 

      'Este se había vuelto muy silencioso por entonces. Todos esos viajes extraños, secretamente, tenían para él un solo propósito: hallar a Schwummelinbrud, a quien no podía olvidar. La Reina lo había embrujado, y su venganza sobre todos los desaires que él le hizo consistía en condenarlo a mantenerse errante por los mares, buscándola sin hallarla jamás. Creo que entre aquellos que le fuimos fieles hasta el fin, muchos lo eran a causa del misterio trágico que envolvía a quien hasta entonces había sido el Kveisung más famoso y respetado de toda la Historia, como si ellos mismos estuviesen embrujados y condenados a compartir el destino de su Capitán.

 

      'Snack también se había vuelto más extraño de lo que solía ser antes. Su larga melena se hallaba ahora completamente blanca, pese a que no era tan viejo; por las noches se escuchaban murmullos misteriosos en su camarote, del que se desprendían fragancias aromáticas de ésas que suelen emplearse en los rituales. Se rumoreaba que Thorben, desesperado por librarse del embrujo, le había encargado que empleara toda su ciencia en hallar algo capaz de romper las cadenas con que la hechicería de Schwummelinbrud lo mantenía prisionero. Ahí fue cuando el Witz enloqueció un poco. Posiblemente al principio fuese apenas un charlatán, como ya he dicho, y luego invocara torpemente a fuerzas oscuras e incontrolables para él. Si así fue, tuvimos suerte de que su locura fuera la única consecuencia de esas invocaciones.

 

      'En cuanto al Leviathan, de a poco le llegaba su hora. Cuando me uní a Thorben, la nave llevaba apenas un año navegando. Pasó el tiempo y Thorben jamás quiso desprenderse de aquella nave tan querida y gloriosa para él. Más de una vez hubo que cambiarle mástiles, velamen, carenarla de nuevo o calafatearla. Pese a tantas refacciones, al final era casi una ruina.

 

      'Es curioso cómo hay números que se repiten en la vida de una persona. Doce años tenía yo al unirme a Thorben, otros doce navegué junto a él y más tarde fui capitán durante otros doce años. El último año a mi lado junto a Thorben tenía veinticuatro; Thorben andaba por los treinta y ocho, y Snack algo más de cuarenta, pero el Leviathan tenía trece, el número de la mala suerte. No sé de ninguna nave que haya navegado tanto tiempo, y todos esperábamos que Thorben ordenara quedarnos en el siguiente barco que capturásemos, luego de abandonar a sus tripulantes en algún sitio desierto. Era demasiado funesto navegar en un barco destartalado que ya iba por su año número trece, capitaneado por un  hombre hechizado y con un Witz loco a bordo.

 

      'Antes de que soltáramos amarras por última vez, Thorben reunió a la tripulación y, con Snack a su lado, nos dijo:

 

       '-Quien no tenga suficientes agallas, que desembarque ahora; pues iré al encuentro de un viejo enemigo, con quien me las vi antes, hará algo más de doce años, y que desde entonces aguarda el momento de su venganza. Me propongo vencerlo otra vez y arrebatarle su botín, el más glorioso con el que pueda soñar mortal alguno.

 

      '-¿Y qué botín es ése?-preguntó alguien.

 

      '-La inmortalidad-contestó Thorben.

 

      'Y todos me miraron a mí, por entonces segundo al mando. Si yo desertaba, otros lo harían también. Pero en ningún momento pensé en esa posibilidad, aunque todo el asunto me inquietaba un poco. Thorben, es cierto, parecía libre del embrujo de Schwummelinbrud, porque por primera vez en siete años se lo veía de verdad ansioso por combatir; pero me preguntaba si no estaría bajo otro hechizo peor aún, o si no se habría contagiado de la locura de Snack. Más tarde, a solas con él, lo consulté al respecto.

 

      '-Ulvgang-me dijo-, todo lo que nos atrae nos embruja un poco, y en este caso he sido embrujado por un enemigo que me ha hecho llegar su desafío en sueños que Snack interpretó. Otra vez estaremos frente a frente en el mismo lugar donde yo lo vencí antes. Tras años de abordaje todo se me hizo rutina; me lanzaba temerariamente al combate porque me sabía invencible. Ahora, por fin, tengo otra vez un enemigo digno de mí, y eso es lo que me ha librado de lo que tú llamas un embrujo. No muchos se atreverían a librar batalla contra tal oponente; aun más, me pregunto si yo mismo hallaré coraje, llegado el caso. Para los que nos atrevamos, la recompensa será enorme... Pero no me preguntes ahora qué enemigo es ése, aunque supongo que ya lo imaginas, ¿no?

 

      'Y me estremecí porque, efectivamente, lo imaginaba; pero no fue sino días después, una fría mañana de niebla, que mis sospechas se confirmaron. Nos hallábamos al Sur de Mjornsholme, en un canal que separa esa isla de otra mucho más pequeña, llamada Kampernsholme. Es una zona demasiado patrullada por las naves de guerra de Drakenstadt, pero esto era lo de manos; otra cosa era lo que nos preocupaba.

 

      'No lejos de allí hay una isla aún más pequeña que Kampernsholme, que todos los Kveisunger procuran evitar; y en la isla se levanta un castillo excavado en la misma piedra. Ningún hombre vivo ha puesto pie en ese castillo y vuelto a salir con vida, pero aun así hay relatos en Drakenstadt acerca de hombres valientes, nacidos en su ciudad, que desembarcaron en la isla y visitaron el castillo...

 

      -Espera-interrumpió Balduino, empalideciendo en la oscuridad de la caverna-. Creo que oí hablar de ese lugar en Ramtala. La isla... ¿no será Gestinholme? Y el castillo...

 

      -Daudensbjorg-repuso Ulvgang-. El Castillo de los Muertos, custodiado por guerreros esqueléticos, ancestros, según se dice, de la gente de Drakenstadt... Sus propios guerreros muertos en combate. Se cree que es una boca de acceso al otro mundo, que allí se guardan celosamente los secretos de la Vida y la Muerte, y que por eso a quien pone pie en Daudensbjorg ya no se le permite abandonar el castillo. No obstante, creen en Drakenstadt que, si alguien de allí visita Daudensbjorg, se lo recibe como a un huésped honorable aunque ya no le permitan regresar. Sólo muerto accedes al Castillo de los Muertos, y de la muerte nadie regresa, como todos sabemos. Pero de todos modos, hombres curiosos por saber qué hay más allá de la muerte y dispuestos a arriesgarse a cualquier cosa con tal de averiguarlo han existido siempre. Y esa curiosidad llevó a muchos en Drakenstadt a visitar Daudensbjorg. Entraron allí, pero no salieron jamás, tal vez porque la Muerte debe continuar siendo un misterio incomprensible para los mortales.

 

      -Lo planteas de una forma muy natural-comentó Balduino.

 

      -Y supongo que lo es-respondió Ulvgang-. No obstante, para los Kveisunger, hallarnos en las proximidades de Daudensbjorg fue siempre cosa temible y nefasta. No olvides que somos enemigos de Drakenstadt, que hemos matado cientos de guerreros de esa ciudad en enfrentamientos navales... Y tal vez algunos de ellos custodian ahora Daudensbjorg. Además, la mayoría de las apariciones de barcos fantasma que se conocen pertenecen a naves de Drakenstadt, naves de guerra sobre todo, y éstas son mucho más numerosas en las aguas próximas a Daudensbjorg y a la propia Drakenstadt. Aparecen durante las tormentas y los combates navales. Por lo general no intervienen activamente, pero su sola aparición es venturosa para marinos y guerreros de Drakenstadt y absolutamente aciaga para los Kveisunger.

 

      -Ya caigo-dijo Balduino-. Temíais que, en combate contra una nave de Drakenstadt, se os apareciera uno de esos barcos fantasma trayendoos ruina a vosotros y fortuna a vuestros enemigos...

 

      -No-contestó Ulvgang-. El propio enemigo sería esta vez una nave fantasma: el Holmenesheld, barco de guerra de Drakenstadt, antiguo azote de los Kveisunger y enviado al fondo del océano por Thorben un año antes de que me le uniera, tras encarnizada batalla librada precisamente en las aguas que ahora surcábamos...

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5 enero 2010 2 05 /01 /enero /2010 19:40

XXV

      -El segundo hecho tuvo lugar también en el Guddernesweick, pocos días después-continuó Ulvgang-. Había en el Thing un capitán que, por lo general, era allí el más feroz opositor de Thorben, y a quien se apodaba Blotinpfadswater, "Estela Sangrienta", o simplemente Pfadswater para abreviar. Este envidiaba el prestigio de Thorben, en lo que otros no se quedaban muy atrás; pero a diferencia de ellos, en Pfadswater pudo más la envidia que la camaradería y el honor. Además, habían llegado a oídos de Thorben rumores acerca del trato extremadamente cruel que Pfadswater daba a los vencidos; por lo que se proponía expulsarlo, no sólo del Thing, sino también de Broddervarsholm. Y de esto parece que, de alguna manera, se enteró Pfadswater.

 

      ’Una noche, mientras Thorben, desnudo y desarmado, yacía con una ramera, fue atacado sorpresivamente por cinco hombres de la tripulación de Pfadswater. Pero no por nada Thorben era el Diablo del Mar: rápidamente tomó sus armas y volvió a ser invencible. Despachó a tres de los atacantes e hirió a otro, que junto con el quinto hombre se dieron a la fuga cuando Thorben luchaba aún por su vida.

 

      ’Por azar estaba yo de Mannershanter ese día, y actuaba de incógnito; y por los toques de trompeta supe, conforme a los códigos secretos convenidos para esa semana, que había que detener a la tripulación completa del Morder, la nave de Pfadswater. Pero también dos miembros de la tripulación de éste eran Mannershantern, y desde su barco, adonde se encontraban con la mayor parte de sus compañeros (salvo los cinco ejecutores materiales del atentado contra Thorben) oyeron también ellos los toques de trompeta. De inmediato, el Morder soltó amarras y partió luego con rumbo, según nos enteramos después, a Nibilshaven, un puerto pirata de pésima fama incluso entre los Kveisunger, célebre por cobijar las escoria rechazada en los demás puertos de las Kveisungersholmene. Pero entre tanto se  había comenzado a barajar otra posibilidad en lo tocante al atentado contra Thorben: que Schwummelinbrud, y no Pfadswater, lo hubiese planeado, aunque quizás estuvieran aliados. Se acusó de estar implicada en el atentado a la puta con la que yacía Thorben en el momento del mismo, cargo que ella negó con verdadero horror. Terminó aceptándose su inocencia, pero no la de Schwummelinbrud, pues éste había desaparecido ahora, tan misteriosamente como al momento de llegar. Era la segunda Reina de los Kveisunger que se esfumaba sin dejar pistas de su paradero, aunque para muchos fue evidente que  se hallaba fugitiva y a bordo del Morder; mientras que otros la supusieron de regreso en los abismos marinos de los que se creía había venido a traernos discordia e infortunio. De cualquier manera, su desaparición fue un alivio.

 

      ’Entre tanto yo había llegado a los muelles, muy tarde para impedir que el Morder se hiciera a la mar. Encontré los cadáveres de otros dos Mannershantern de turno, muertos en servicio mientras trataban de impedir que la nave de Pfadswater soltase amarras; y también me topé con los dos sobrevivientes del atentado contra Thorben. Uno de ellos agonizaba: sabiéndose perdido, se había hundido su propia espada para no enfrentar una muerte aún peor en la Schulternsgrabe. El otro chillaba como cerdo a punto de ser faenado, maldiciendo a su capitán y a sus compañeros por fugarse dejándolo como chivo expiatorio. Lo capturé, desarmé y llevé a prisión. Su juicio, oída su confesión, fue muy veloz, y más tarde lo conduje personalmente a la Schulternsgrabe. La suya fue la única ejecución que presencié, aunque reconozco que no me animé a mirar demasiado.

 

      ’Las heridas de Thorben no parecían muy serias, pero una de ellas acabó engangrenándose, y hubo que amputarle el brazo derecho. Esto no bastaba para detener al Diablo del Mar, que se implantó un filoso y mortal estoque para sustituir el miembro amputado. Pero desesperó cuando supo que Schwummelinbrud se hallaba desaparecida, y culpó a Pfadwater de haberla raptado.

 

      ’En realidad, nada indicaba que Schwummelinbrud se hallara a bordo del Morder, secuestrada o por voluntad propia, excepto como polizón: la confesión del único hombre capturado con vida no la involucraba en el atentado contra Thorben. Por otra parte, parecía poco probable que pudiera colarse como polizón en el Morder, porque Pfadswater y sus hombres estaban sin duda en constante alerta mientras aguardaban la noticia del éxito del atentado y el regreso de los cinco ejecutores materiales del mismo, para luego huir todos juntos: la rapidez con que zarparon al oír los toques de trompeta era prueba de ello. En tales circunstancias, que un intruso se hubiera infiltrado a bordo sin que ellos lo notasen no era factible.

 

      ’El cobarde atentado generó indignación y repudio y, cuando Thorben reunió nuevamente al Thing (y fue la última vez que lo presidió e incluso que formó parte de él) se decidió por unanimidad atacar Nibilshaven. El propósito no era solamente vengar el atentado, sino también destruir aquel puerto tan indigno y que tan mal hacía quedar a los Kveisunger. Fuimos en cuarenta y dos naves y llegamos de noche. Echamos anclas a cierta distancia y nos escogieron a unos cuantos para que alcanzáramos la costa a nado, trepáramos los muros fortificados y elimináramos a todos los guardias que pudiésemos. También hubo otros a quienes se encomendó llegar hasta las naves fondeadas, eliminar a los vigías y sembrar la confusión, por ejemplo, prendiendo fuego a los velámenes. Es más, nosotros mismos dimos la voz de alarma gritando que el puerto estaba siendo atacado, y eliminamos a varios enemigos a medida que éstos iban saliendo cuando lo hacían aún en número reducido. Luego nos mezclamos con ellos y seguíamos eliminándolos, si podíamos, aprovechando el caos.

 

      ’Nibilshaven fue destruido, sus riquezas pasaron a nuestras naves, Pfadswater murió en combate contra Thorben y así éste quedó vengado. Sin embargo, una parte de los Kveisunger de aquel puerto se salvó por hallarse navegando en el momento del ataque; entre ellos, Bleitzinenauken, capitán del Slaktersreider. A él yo lo maté años más tarde y lo sustituí en el mando de su nave, a la que rebauticé como Zeesteuven, ahora sabes en honor a quién.

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5 enero 2010 2 05 /01 /enero /2010 19:23

      Ulvgang hizo una pausa, que Balduino aprovechó para meditar en la oscuridad acerca de lo que estaba escuchando.

 

      Entendía perfectamente la fascinación del tal Thorben por Schwummelinbrud. Ni los Caballeros gustaban de las princesas ñoñas de las que a menudo se presentaban como protectores, aunque ellos mismos lo creyeran así; lo que les gustaba era sentirse importantes ante mujeres bellas, pero éstas, si descerebradas, los aburrían soberanamente. Casi dos décadas atrás, la leyenda de la Doncella de los Infiernos, la mujer guerrera del Monte Desolación, había subyugado a muchos hombres antes incluso de que éstos hubiesen podido ver su rostro, lo que de alguna manera venía a confirmar que buena parte de las preferencias masculinas se dirigían a las mujeres de carácter.

 

      Pero entendía  un poco, también, el temor delatado por la voz de Ulvgang, del que al principio le había costado no reírse... ¿El temible Sundeneschrackt acobardado ante una simple mujer más enérgica o decidida que el resto?

 

      La verdad era que se trataba de un temor muy común. Remontándose más atrás en la Historia, Nerdelkrag había conocido otra figura femenina fuerte, Grimhild Gullinhorn ("Cuernodorado"), la Mujer de Hierro de Thorsbjorg: una princesa guerrera fría y despiadada que combatió contra el Rey Federico II, el gran conquistador, quien se hallaba irremisiblemente enamorado de ella. Federico la venció por la fuerza de las armas, pero la insensible Grimhild jamás se dejó conmover por el amor del monarca, haciendo todo lo posible por perjudicarlo y vengarse de la derrota que él le había infligido. Lo logró en parte, pero su mayor venganza consistió en ser inmune a sus constantes súplicas de amor; en tenerlo humillado, sin responder a sus ruegos siquiera con una palabra benévola, y hasta burlándose despiadadamente de él. La voluntad del monarca, a la postre, se desgastó mucho a causa de este rechazo.

 

      El dominar está en la naturaleza del varón, y usualmente hay otros hombres disputándole ese dominio. Que la competencia venga de una mujer, ser frágil y pasivo por excelencia, admira, divierte y excita al hombre al principio; pero sólo se mantiene así en tanto él salga vencedor de la contienda. Rara vez admite que lo derrote una mujer; para él es como una especie de castración, una situación anómala en la que un ser supuestamente inferior a él le arrebata la virilidad y lo relega a un segundo plano. Esto ocurre aunque se trate de una buena mujer.

 

      Schwummelinbrud ciertamente no parecía haberlo sido. En la mente de Balduino, era un personaje que se movía en medio de misterios siniestros a los que no podía vinculársela directamente, pero que resultaban sospechosos. Tal vez fueran coincidencias. Tal vez, después de todo, ella nada hubiera tenido que ver con el barco lleno de cadáveres, ni con la desaparición de la vieja tirana de mano de hierro del Guddernesweick, aunque la hubiese sucedido como Reina, pasando por encima de muchas otras rivales. Pero esto último, que hubiera logrado imponerse sobre otras candidatas, revelaba una voluntad enérgica, y las circunstancias que rodeaban su llegada a Broddervarsholm y su ascenso al poder se combinaban con esa voluntad para volverla una figura un tanto escalofriante.

 

      -Thorben y otros, cada uno por su lado, visitaron el Guddernesweick para ver qué podían averiguar-prosiguió Ulvgang, alzando la voz para que ésta fuera audible pese a la tormenta que recrudecía fuera de la cueva-, pero no hicieron preguntas directas. Thorben no quería parecer asustado; los otros no querían delatar su temor. Las rameras guardaron silencio absoluto y se las veía más temerosas que bajo Fredegund. En cuanto a Schwummelinbrud, había sustituido la máscara por una caperuza de verdugo. Una vez más, dijo a Thorben que se la quitaría si él se lo pedía, pero Thorben permaneció fiel a su respuesta anterior: no hacía peticiones a mujeres.

 

      ’Durante casi cuatro años se vieron poco los dos. Era obvio, cuando se encontraban, lo mucho que se atraían mutuamente; pero cada uno de ellos esperaba que el otro fuera quien se rindiese ante el otro. Jamás se aclaró el misterio de la desaparición de Fredegund, y todos preferían no recordarlo. A mí no me afectó tanto el hecho por haber visto muy poco lo mismo a Fredegund que a Schwummelinbrud pero, aun así, tengo que admitir que los comentarios cada vez más espaciados que oía sobre aquel incidente me impresionaban un poco.

 

      ’Fue entonces cuando Thorben entusiasmó a todos los capitanes de Broddervarsholm al proyectar un ataque contra Drakenstadt para el que los quería como aliados. El ataque nunca se llevó a cabo por varias razones. En primer lugar, al principio todos se peleaban por el liderazgo. En medio de esas disputas olvidaron a Schwummelinbrud; creo que eso acrecentó el furor de ella, que no aceptó que al menos por un breve lapso se dejase de admirarla y temerla. De cualquier forma, cuando parecía que todos aceptarían que Thorben comandara el ataque, dos hechos dieron al traste con el plan.

 

      ’El primero fue una invitación a cenar que Thorben recibió de Schwummelinbrud, invitación que le trajo un Mannershanter. El aceptó, creyendo que Schwummelinbrud  finalmente se quitaría la capucha ante él, pues era evidente que no podría probar bocado llevándola puesta. No obstante, había peligro en aceptar aquella invitación. Schwummelinbrud había aparecido en Broddervarsholm en circunstancias tétricas e inexplicables, y llegado al poder en circunstancias aún más tétricas e inexplicables. Así que Snack vaticinó desgracia a Thorben si aceptaba esa invitación, algo para lo que no se requería ser Witz aunque, quizás, tampoco conviniese rechazarla.

 

      ’-No es más que una mala hembra insatisfecha-replicó Thorben, tozudo; porque ella lo había hechizado, y nada de lo que pudiéramos decirle le haría variar de opinión, además de que estaba en juego su honor.

 

      Por lo tanto, Thorben fue a esa cena, que fue tan siniestra como todo lo que rodeaba a Schwummelinbrud. Los siervos habían dispuesto la cena e indicado a Thorben su sitio en la mesa, que era larga (le tocó sentarse en uno de los extremos), y la perra seguía sin aparecer. Thorben, práctico como siempre, se sirvió varias tajadas de carne de foca, un poco de consomé y una copa de buen vino, y empezó a cenar sin esperar a la anfitriona, que apareció pocos minutos más tarde, vestida con un traje negro y ceñido, y con el rostro oculto como siempre bajo la capucha de verdugo. Este último detalle enfadó a Thorben apenas unos segundos, antes de decidir que la cena estaba demasiado deliciosa y que no valía la pena malograr la velada por fruslerías.

 

      ’-Bienvenido, Zeesteuven-saludó, tomando su sitio a la cabecera de la mesa-. Disfruta de mi hospitalidad y excusa mi tardanza. Espero que te agrade la cena.

 

      ’-Sí, está muy bien sazonada-respondió Thorben, sin dejar de comer.

 

      ’-En efecto, en efecto... Tiene un condimento especial.

 

      ’Ante estas palabras, pronunciadas con acento burlón, Thorben se inquietó por fin, temiendo que la comida estuviese envenenada. Pero por otra parte,  su sabor era espléndido;  de modo que si no estaba envenenada era un crimen no hacerle honores y si lo estaba, era demasiado tarde, pues Thorben había llegado con buen apetito y comido ya como para morir al menos dos veces. Así que siguió disfrutando de la cena, y más de lo habitual, ya que tal vez fuese la última. Mejor morir como un hombre y como un Kveisung, despreciando el peligro y sin dar a Schwummelinbrud el gusto de verlo alterado.

 

      ’La anfitriona no se quitaba la capucha y por lo tanto tampoco comía nada. Se mantenía silenciosa e inmóvil, con los dedos de sus manos cubiertas de guantes negros entrecruzados, como una fugitiva sombra del Infierno. Era una imagen lúgubre, pero el vino estaba excelente y Thorben, tras beber una buena cantidad, se hallaba de inmejorable humor, y no se habría asustado ante nada. Eso irritó a Schwummelinbrud, quien finalmente salió de su silencio:

 

      ’-¿No vas a pedirme que me quite la capucha?-preguntó, tratando de parecer simplemente curiosa, aunque ya hubiese insistido antes con esa pregunta.

 

       ’-Si quieres quitártela, allá tú-contestó Thorben, riendo-, pero por mí, déjatela puesta. Te sienta muy bien-y continuó comiendo y bebiendo.

 

      ’No volvieron a decirse palabra durante un buen rato. Ni la comida ni la bebida resultaron estar envenenadas; pero quien sí lo estaba, de rencor y despecho ante la indiferencia de Thorben, era Schwummelinbrud.

 

      ’-¿Se te apetece algo más?-preguntó ella, pensando en su propia persona, cuando Thorben quedó ahíto.

 

      ’-No, muchas gracias-contestó él, poniéndose de pie-. La cena estuvo exquisita, pero tengo asuntos pendientes.

 

       ’-Como quieras-replicó ella, furiosa.

 

      ’Y Thorben regresó al Leviathan y relató lo sucedido, y todos admiramos el valor y el dominio de si mismo de Thorben. Pero Snack desaprobó su conducta, y se puso a agorar consecuencias funestas, que era lo que mejor hacía.

 

      ’-Es increíble que no te des cuenta de a quién estás desafiando-dijo-. Vas a arrepentirte de haberte comportado así con Schwummelinbrud.

 

      ’Pero Thorben, quizás por primera vez en su vida, se burló de él, sin tomarlo en serio en lo más mínimo; y Snack acabó callándose, aunque conservando sus presentimientos pesimistas

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4 enero 2010 1 04 /01 /enero /2010 19:38

      -Nadie que no haya estado alguna vez en Broddervarsholm en los buenos tiempos tiene cabal idea de lo que era entonces ese sitio-continuó Ulvgang, y su añoranza era la de un ángel rebelde por el Paraíso que ha perdido para siempre-. Para un Kveisung, ser de Broddervarsholm era un privilegio. Cuando por primera vez llegué allí, me sentía a la vez cohibido y orgulloso de saber que era un puerto reservado sólo para los que eran más machos que los machos, más marinos que el propio mar y más feos y sanguinarios que todos los monstruos del Mundo Bajo las Olas juntos, y que aun así se regían por estrictísimos códigos y leyes, trasgredidos por muy pocos...

 

      -¿Cómo se manejaba la justicia allá?-preguntó Balduino.

 

      -Cada barco tenía un representante, por lo general el propio Capitán, en el Thing, el Consejo que gobernaba el puerto. Este se reunía sólo en casos excepcionales, como una amenaza común, una venganza poco usual contra alguien de otro puerto o la votación y aprobación de nuevas leyes. Por aquel tiempo quien presidía el Consejo era Thorben.

 

      ’Luego estaban los Mannershantern, los Cazahombres, que eran dos por barco. La identidad de uno de éstos era reservada y rotativa para que los infractores no pudieran huir al reconocer de lejos a quienes venían a aprendeherlos. Cada tanto, el Capitán bajo cuyo mando se hallaba lo reemplazaba por otro de sus hombres.

 

      -Y una vez aprehendido el supuesto infractor, ¿se lo juzgaba, o se lo condenaba sin juicio previo?

 

      -Había un Juez que era la máxima autoridad de Broddervarsholm, pero los procesos eran rápidos tratándose de traidores y cobardes ampliamente conocidos como tales, quienes por lo general no hallaban a nadie que hablara en defensa de ellos. Por otra parte, solían delatar su propia culpabilidad ya al ser arrestados: nadie suplica piedad y que no se lo envíe a la Schulternsgrabe si nada en su conciencia le hace pensar que allí desea enviársele...

 

      ’La autoridad del Juez  era en general incuestionable. Es más, yo sólo vi que Thorben, y una sola vez,  la desafiara, cuando se me quiso prohibir la permanencia en Broddervarsholm por tener menos de quince años de edad, el mínimo permitido. El Juez quiso convencer a Thorben de que me llevara de regreso por donde me había traído, y él se negó. La cosa se solucionó finalmente modificando la ley para que la edad mínima de admisión se redujera a doce años. Pero hasta donde sé, yo fui el único beneficiario de esa modificación, y tres años más tarde la edad mínima volvió a fijarse en quince años.

 

      -¿Había mujeres en Broddervarsholm?

 

      -Sólo en el Guddernesweick, el Barrio de las Rameras... Ningún Kveisung se casa y muy pocos se enamoran. No obstante, el que lo hace es tan apasionado para el amor como para lo demás; pero es algo que suele evitarse, porque los camaradas rara vez entienden el sentimiento del enamorado. Los que se enamoran, lo hacen por lo general de mujeres para ellos inalcanzables, como princesas o altas damas de la nobleza vistas durante algún saqueo. Más exitosos suelen ser quienes se enamoran de alguna de las putas del Guddernesweick, pero hasta esas uniones son casi siempre temporales.

 

      ’El Barrio de las Rameras está habitado por antiguas montañesas de las Andrusias que prefirieron vender el cuerpo en Broddervarsholm a seguir con la vida dura que llevaban hasta entonces y con la posibilidad de ser raptadas por piratas de otros puertos. Porque en las Kveisungersholmene hay decenas de barrios parecidos al Guddernesweick de Broddervarsholm, pero en ellos las pocas hembras que están allí voluntariamente son feas como un cachetazo a Cristo, y el resto fueron compradas o secuestradas. Las del Guddernesweick, en cambio, están allí por su propia voluntad.

 

      ’Se dice que un Kveisung se siente a gusto con mujeres sólo en el lecho y con hombres en cualquier otra parte. Los Mannershantern estaban obligados, teóricamente, a hacer rondas por el Barrio de las Rameras; pero las únicas rondas que hacíamos, bribones nosotros, era del lecho de una puta al lecho de otra puta, ya que cuando nos tocaba esa función las mujeres nos agasajaban con sexo gratis.

 

     ’Era, sin embargo, peligroso descuidar así la vigilancia en el Guddernesweick, un sector muy misterioso de Broddervarsholm y sujeto sólo en parte a la autoridad del Juez y el Thing, aunque nosotros no supiéramos verlo. La hembra es por naturaleza seductora, astuta y traicionera. Una sola ya resulta inquietante; en grupo son, o pueden ser, peligrosísimas, y más lo eran éstas, que por tradición se encontraban regidas por una Reina. Se la llamaba la Reina de los Kveisunger, pero no la reconocíamos como soberana nuestra, ni tenía la menor autoridad sobre nosotros. Con las putas era otra cosa. Ellas eran sus súbditas y, llegada al poder, dejaba de prostituírse y vivía del tributo que le daban las otras putas, que no pasaba de ser una especie de impuesto. La Reina solía ser muy bella y temperamental, y eso la hacía muy deseada; pero como ya no dependía de la prostitución para vivir, podía rechazar a todos los hombres que se le antojasen y, que yo sepa, nunca Reina alguna tomó amante. Los más viejos de Broddervarsholm decían haber conocido a tal o cual jactancioso que aseguraba ser el amante secreto de alguna Reina, pero esos mismos viejos de burlaban de tales relatos.

 

      ’A las Reinas por lo general se las forzaba a abdicar, según he oído decir, cuando se hacían viejas y feas, si no eran destronadas antes. Pero se les daba la oportunidad del suicidio, y habitualmente elegían esta alternativa, que les permitía morir con dignidad, como Reinas, tal como habían vivido sus últimos años. La vuelta a la prostitución no les hubiera sido dulce ni satisfactoria en lo económico.

 

      ’Sin embargo, a mi llegada a Broddervarsholm la Reina era una tal Fredegund, de quien se decía que tenía más de cincuenta años y un séquito de consentidas con el que subyugaba a sus rivales, imponiendo un régimen de terror. Parece que ni de joven había sido especialmente bonita, pero su personalidad y carisma la llevaron al poder, que retuvo con mano de hierro. Ante el Juez se mostraba sumisa y por eso no podía acusársela de nada; pero viejas historias sobre sus predecesoras hacían que la figura de la Reina fuese temida en cierto modo. Bajo la Reina Gunilla, por ejemplo, las putas se sublevaron contra los hombres y, apoderándose de las armas, mataron o castraron a unos cuantos mientras les hacían el amor. Se dijo de Gunilla que tenía la loca idea de fundar una nación insular de mujeres piratas. Sofocada la revuelta, se prohibió a las rameras trasgredir los límites de su propio barrio, con el resultado de que éste se volvió tan misterioso que tal vez fue peor el remedio que la enfermedad. Los Mannershantern, encargados de velar para que no se repitiera aquel incidente, hacían todo menos eso, como ya te dije. De esa forma, el Guddernesweick se fue convirtiendo en terreno propicio para intrigas de todo tipo.

 

      ’La verdad, nadie creía que pudiera repetirse lo ocurrido bajo Gunilla, y de hecho no ocurrió; no al menos de esa manera. Pero Fredegund desapareció misteriosamente, asesinada tal vez por su siniestra sucesora. No se investigó el hecho por considerarse, de manera muy imprudente, que concernía únicamente a las putas; lo que fue un enorme error. Cinco años más tarde, la sucesora de Fredegund desaparecía también en circunstancias igualmente enigmáticas, tras un atentado contra Thorben del que aparecía como posible instigadora. Luego de eso, se suprimió el cargo de Reina y se endurecieron las leyes que regulaban la vida en el Guddernesweick... Pero de ese incidente debo hablarte en detalle, porque es importante.

 

      ’Todo comenzó, hasta donde entiendo, con la llegada a Broddervarsholm de quien sería la sucesora de Fredegund, una temible bruja o un espíritu maligno hecho carne. Sucedió esto en ausencia de Thorben, estando éste en el viaje durante el cual me integré a la tripulación del Leviathan. Apareció de la nada; dijo ser la única sobreviviente de un naufragio ocurrido cerca del Vindulsviken, un cabo cercano a  Broddervarsholm. Supuestamente, allí su barco había chocado contra un témpano. Más tarde, todos coincidieron en que por su vestimenta y sus modales, aquella mujer parecía una gran dama de la nobleza; y aunque se la autorizó a vivir en el Guddernesweick respetando las leyes de Broddervarsholm, no se creyó posible que sobreviviera mucho tiempo entre aquella manada de forajidas que eran nuestras putas.

 

      ’Alguien, sin embargo, advirtió algunas incoherencias en el relato de la mujer: si había llegado a nado hasta la costa, ¿por qué sus ropas no estaban mojadas? ¿Qué hacía un barco navegando tan cerca de Broddervarsholm, un puerto muy evitado por todos los capitanes y marinos del continente? Se envió gente a investigar el hecho y, con un poco de espanto, se descubrió que en las cercanías del Vindulsviken una nave se había visto efectivamente en problemas, pero no zozobrando, sino encallando contra las rocas. Su cargamento estaba intacto, pero los tripulantes habían sido asesinados, excepto uno que se había vuelto loco y no hacía más que pronunciar una sola palabra: Schwummelinbrud... La Novia Que Se Sumerge. Por piedad, se le dio muerte; y la tétrica historia dejó a todos muy pensativos.

 

      'Lejos de Broddervarsholm, en el Svaldsholmsunde, hay un gran remolino entre muchos otros. adonde vive un demonio femenino al que se le llama Schwummelinbrud. En noches de tormenta, lanza legiones de diablos marinos contra las naves que atraviesan sus dominios, atacándolas hasta hundirlas; pero en noches de luna llena y relativa calma es la propia Schwummelinbrud quien aparece ante los ojos de los navegantes, enloqueciéndolos con su asombrosa belleza. Circulaba en Broddervarsholm una historia acerca del sombrío y enigmático final del Dodsheullinsang, hallado a la deriva una mañana de abril en el Svaldholmsunde. Ni rastros de sus tripulantes: ni cadáveres, ni hombres vivos, ni indicios de lucha. Al revisarlo se vio que la mesa estaba dispuesta para la cena, pero que ésta no llegó a servirse. Se concluyó que la tripulación había caído bajo el embrujo de Schwummelinbrud, arrojándose al mar para ir tras ella.

 

      ’Todos concordaron en que, por alguna razón, Schwummelinbrud había abandonado sus dominios acuáticos y era aquella extraña nueva residente del Guddernesweick. Tal vez lo dijeran en broma al principio, pero fueron tomándolo cada vez más en serio y lo comentaron con Thorben a nuestra llegada a Broddervarsholm. El, al principio, también pareció tomar la cosa en serio, así que le dieron más detalles. Dijeron que, cuando aquella mujer (y ya se la llamaba Schwummelinbrud, tan seguros estaban de lo que decían) llegó a Broddervarsholm, su belleza no parecía nada del otro mundo, pero que se estaba volviendo cada día más hermosa; que esa belleza se intensificaba en noches de luna llena pero que, cuando no había luna, sus cabellos se transformaban en serpientes y entonces se encerraba para que nadie la viera así. Pese a tal encierro, dos testigos la habían visto con esa apariencia. No se dio crédito al primero porque vivía siempre más borracho que sobrio, y efectivamente había bebido cuando dijo haber visto los cabellos de la mujer convertidos en serpientes; pero luego apareció un segundo testigo, al que más tarde seguirían otros. Los informantes de Thorben añadieron que la nueva residente del Guddernesweick no se estaba dedicando a la prostitución, y que se ignoraba de qué vivía; pero comentaron que hacía el amor con demonios que la visitaban de noche, y que posiblemente de éstos obtenía comida y vestidos... Y tal vez habrían dicho muchas cosas más, si Thorben no se hubiera echado a reír, seguro de que le estaban jugando una broma. Cuando al fin se persuadió de que le hablaban en serio, los llamó gallinas; y convino en ir a ver a la misteriosa forastera al día siguiente y sacar sus propias conclusiones.

 

      ’Luego de que al otro día volviera de su entrevista con Schwummelinbrud, todos le consultaron su opinión.

 

      ’-No me habíais dicho que la perra ocultara su rostro tras una máscara-comentó, sonriendo con dureza; y ante estas palabras, todos se miraron entre ellos, perplejos.

 

      ’-No lo ocultaba hasta ayer-contestaron.

 

      ’-Pues conmigo lo hizo-dijo Thorben-. Hermosa hembra... y una zorra más astuta que las otras, pero nada más. "¿Qué puede querer el poderoso Zeesteuven de una humilde mujer?", me preguntó; pero su tono nada tenía de humilde, sonaba más bien burlón. También me ofreció quitarse la máscara si yo se lo pedía, pero le respondí que el Diablo del Mar no necesita pedirle nada a ninguna mujer. Creo que mi respuesta le sentó como un bien merecido cachetazo.

 

      ’Esa apreciación de Thorben convenció a muchos de que en Schwummelinbrud, aunque así siguieran llamándola, no había nada sobrenatural; pero muchos otros no estuvieron tan seguros. Thorben gustaba del misterio y los desafíos, y era obvio que esperaba que Schwummelinbrud cayera subyugada a sus pies. No estoy convencido del todo de que la creyera una mortal común, como quería hacer creer; pero  en cualquier caso, sabía que él no lo era. Su coraje a prueba de todo lo ponía por encima del resto de los hombres, y Schwummelinbrud lo supo enseguida y deseó tenerlo a su merced, abyectamente seducido. Sin duda urdió algún conjuro contra él, pero esa magia sólo operó a medias, y el hechizo se volvió contra ella; porque Thorben gustaba de las caricias de una mujer, pero mucho más disfrutaba del fragor de la lucha que, como verás más adelante, lo hizo vencer sobre la más poderosa hechicería de Schwummelinbrud.

 

      ’Precisamente en ese entonces ponía poca atención a Schwummelinbrud porque planeaba un ataque que le reportaría gran botín, y para el que necesitaba aliados. En efecto, especulaba con que los banqueros Haraldssen pronto enviarían una gran flota para obtener productos de tierras lejanas, cosa que hacen cada tanto. No sabíamos de qué puerto zarparía, porque los Haraldssen tienen varias factorías en las costas de Andrusia, y sus naves mercantes nunca zarpan dos veces seguidas del mismo puerto; esperan así burlar a los piratas. En los otros puertos de las Kveisungersholmene circulaba el rumor, falso y difundido por el propio Thorben, de que la flota de los Haraldssen esta vez navegaría por una ruta desconocida hacia el Este, y no hacia el Oeste, como ocurría siempre. El rumor se explicaba por el hecho de que los Haraldssen estaban hartos de perder naves y mercadería a manos de los Kveisunger, por lo que fue ampliamente tomado por cierto. Esto, por un lado, nos quitó de encima a la competencia y, por el otro, animó a los Haraldssen a hacerse a la mar cuando hasta ellos mismos  llegó el rumor, viendo que su ruta de costumbre estaba más limpia de piratas. Por lo demás, había un punto de paso obligado para la flota, el extremo más occidental de Norcrest. Sólo las flotas mercantes de los Haraldssen proporcionan un botín de verdad suculento, pero cada vez más son, también, las medidas precautorias que toman para precaverse de los piratas; así que era una oportunidad para no desperdiciar.

 

      ’Contamos con aliados y la flota de presentó en el sitio previsto, aunque demoró más de lo que esperábamos, y hallamos una encarnizada resistencia; pero el ataque nos proporcionó pingües ganancias. Cuando luego de meses de ausencia volvimos a Broddervarsholm, nos enteramos de que la vieja Fredegund había desaparecido inexplicablemente y quizás muerto, y que la nueva Reina de los Kveisunger era Schwummelinbrud.

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2 enero 2010 6 02 /01 /enero /2010 19:06

      Ulvgang quedó un momento pensativo antes de hablar.

 

      -Yo puedo llamarme fracasado con más autoridad que tú-dijo al fin-. Con sólo veinte años, tienes toda una vida por delante. Esto es un mero trapié.

 

      -Puede ser...-convino Balduino-. ¿Me darás la mercadería, ahora que tienes el oro?-bromeó.

 

      -Tu oro no es bueno, señor Cabellos de Fuego.

 

      Balduino se enojó.

 

      -¿Qué quieres decir? ¿Me has hecho hablar y hablar sólo para que ahora...?-protestó; pero fue interrumpido por Ulvgang.

 

      -Calma, señor Cabellos de Fuego-dijo el Kveisung sin alterarse-. Tu oro no tiene la debida pureza, pero me lo entregas creyendo de buena fe que sí la tiene. Aceptaré eso. No mientes a sabiendas, pero tu versión de los hechos no es la verdadera, eso es todo.

 

      -Ulvgang, de veras...

 

      -Déjame decirte una cosa-interrumpió Ulvgang-: un Kveisung jamás llora. Un Kveisung que llora no es un Kveisung, porque un Kveisung debe ser duro como el que más. Ceder al llanto sería un auténtico golpe contra su honor.

 

      -¿Y?-preguntó Balduino, sin entender a dónde quería llegar Ulvgang.

 

      A veces un compañero está a punto de desmoronarse. Tú, si lo adviertes, miras para otro lado o, mejor todavía, encuentras otra cosa que hacer en alguna otra parte. Así se estila entre nosotros, los Kveisunger; pues aquí en confianza, señor Cabellos de Fuego, nadie es insensible del todo. Nadie, jamás, estará a salvo de las lágrimas. No obstante, no se sabe de ningún Kveisung que haya llorado, porque cuando parece que está a punto de hacerlo, todos lo dejan solo, ¿entiendes?

 

      -¿Y llora?-preguntó Balduino, como sin entender.

 

      -No, señor Cabellos de Fuego, ya te dije que no-contestó Ulvgang, impaciente-. Nadie jamás ha visto llorar a un Kveisung.

 

      Balduino encontraba bastante cómica esta reticencia de Ulvgang a admitir que los Kveisunger, en ocasiones, eran presa de las lágrimas como cualquier otro mortal; pero a la vez esa costumbre de dejar solo al compañero a punto de echarse a llorar para ahorrarle la humillación adicional de la hombría menoscabada lo impresionó. Era un gesto de extraña nobleza que no hubiera creído posible hallar entre los Kveisunger.

 

      -¿Y por qué me dices todo esto?-preguntó.

 

      -Ahora eres un compañero-contestó Ulvgang-. Llegado el caso, yo miraría para otro lado.

 

      -¡No voy a llorar! ¡No tengo por qué!-exclamó Balduino, sorprendido-. ¡Tú mismo dijiste que no he fracasado, sino sólo dado un traspié!

 

      -No dije que llorarías-repuso Ulvgang, con cierto nerviosismo en la voz, como si lo acabaran de acusar de sacrilegio. Aparentemente hasta sugerir que un compañero  fuese capaz de llorar era en su mente alta traición-, y de todos modos, me refería a otra cosa. Varias veces te interrumpiste, te costó continuar... Pero no importa. Dejemos el tema. Algo ocurre en tu interior, pero tú también miras para otro lado.

 

      Balduino se estremeció, y quedó momentáneamente helado de desagradable estupor. Ulvgang había sabido mirar en su interior mejor que él mismo. Era cierto: varias veces, a lo largo del relato, había tenido que interrumpirse con un nudo en la garganta. lo raro era que no hubiera podido precisar por qué y, no obstante,  no sentía curiosidad por saber más al respecto. Instintivamente,  bendecía esa ignorancia que de algún modo lo protegía, y estaba dispuesto a encerrarse en ella como el caracol en su caparazón.

 

      -Es mi turno de hablar-dijo Ulvgang, y afuera el temporal amainó, como pendiente él también de las palabras del Kveisung-. Nací en las montañas de Viskeholme. Mis padres tuvieron en total diez hijos, pero a uno de mis hermanos y a una de mis hermanas jamás los llegué a conocer, pues murieron antes de que yo naciera. Otro de mis hermanos falleció cuando yo tenía corta edad, y no lo recuerdo; y más tarde vi morir a un hermano y una hermana más. En las Andrusias se muere mucho, porque allí la vida es muy dura. A los diez años ya andaba yo con un cuchillo al cinto, que por otra parte sabía manejar muy bien, para defenderme de las fieras, algunas de las cuales andaban en dos pies. hay escasa solidaridad entre los montañeses de las Andrusias. Si tu rebaño entero muere por la causa que fuera, tu vecino difícilmente te ayude, porque precisa de hasta la última de sus ovejas y cabras por si ocurriera alguna desgracia. la solución es robar del rebaño del vecino, pero es difícil hacerlo sin que a uno lo pesquen. La solución a este segundo problema es, cuando te atrapan, reclamar derechos sobre la oveja o cabra que te estás robando, alegar que tu vecino te robó una primero, sea ello cierto o no. Termina ganando el más duro, y la supervivencia te obliga a serlo.

 

      ’Tenía yo doce años cuando murió mi madre y abandoné mi hogar y las montañas, harto de sólo sobrevivir. Si has nacido en las Andrusias, deseas ser un Kveisung. Los Kveisunger comen mejor que tú, visten mejor que tú, corren muchas aventuras y hay entre ellos gran camaradería; no puedes sino envidiarlos. No obstante, no todos se atreven a unírseles, aunque cada vez son más los que sí se atreven. De cualquier modo, se me advirtió que era poco probable que me admitieran entre ellos debido a mi corta edad. Trae mala suerte tener niños a bordo, aunque otros digan exactamente lo contrario. Pero yo estaba decidido a intentarlo, y bajé al puerto pirata más próximo. No era gran cosa, ni siquiera recuerdo su nombre; pero tuve la suerte de que en ese momento se hallara fondeada allí una nave procedente de Broddervarsholm: el Leviathan, cuyo capitán, Thorben Thorbenson, era el más feroz de su tiempo pese a su juventud. Su verdadero nombre era conocido sólo por los Kveisunger; para los demás, Thorben era Zeesteuven, el Diablo del Mar. El año anterior, su fama había llegado incluso hasta las montañas donde yo vivía, tras haber mandado al fondo del océano al Holmenesheld, un poderoso navío de guerra de Drakenstadt que hasta entonces había sido el mayor temor de los piratas.

 

      ’Pues bien, apenas bajé al puerto, varios quisieron prohibirme la entrada; pero otros, riendo, propusieron llevarme frente a Thorben para que éste me enrolara en su nave. Se burlaban, por supuesto. Querían obligarme a hacer el papel de bufón, y al principio supongo que lo hice. No es fácil no achicarse en presencia de una leyenda viviente como ya lo era Thorben. Tenía nariz aguileña, melena negra y mirada penetrante, y en sus músculos residía la fuerza de un titán. Junto a él se hallaba un hombre de ojos amarillentos que era conocido como Snack, Serpiente.

 

      ’Thorben me tomó en broma y finalmente se cansó de mí, ordenando que me alejaran de su presencia. Me llevaban a la rastra, cuando yo dije a gritos que sólo era niño por el número de mis años. Entonces ordenó a los que me llevaban que se detuvieran, y él y Snack mantuvieron una charla en voz baja.

 

      ’-Muy bien, valiente-dijo finalmente Thorben-. Espero a alguien que me fue anunciado por una profecía; según ésta, un hombre bajo otra apariencia. Aquí estás tú, que pareces niño y dices ser hombre. ¡Demuéstralo! Ninguno de mis hombres se dignaría a luchar contra ti, pero llevo en la bodega escoria para ser ejecutada en la Schulternsgrabe, en Broddervarsholm: un sujeto cobarde y sin honor. Ese accedería, con tal de salvar su miserable pellejo. Los Kveisunger no matamos a niños ni otros indefensos, pero ése no es un verdadero Kveisung, aunque eso diga ser; y tú dices ser ya un hombre. Lucha contra él, entonces, y vence o muere. Si vences, tendrás un sitio de honor en mi barco. Si mueres, te garantizo las honras fúnebres que merecen los bravos. Si decides no luchar, lo entenderé, y podrás irte sin que nadie te haga daño. Ten en cuenta que te enfrentarás a un ser despreciable, sí, pero uno que luchará como un demonio para salvar su vida, pues todo es preferible antes que la Schulternsgrabe.

 

      ’-Lucharé-dije.

 

      ’-Vence entonces-respondió Thorben-, o me veré obligado a perdonarle la vida a tu adversario, y te aseguro que no lo merece.

 

      ’¿Me sigues todavía, señor Cabellos de Fuego?

 

      -Sí- contestó Balduino, preguntándose qué habría de cierto en toda la historia. Ulvgang no parecía mentir, y su tono no era de jactancia; pero tal vez narrara menos la vida real de Ulvgang Urlson que la leyenda de Sundeneschrackt, tenida por cierta incluso por él mismo-. ¿Qué era esa Schulternsgrabe?

 

      -La Fosa de los Culpables de Broddervarsholm-contestó Ulvgang-. Era una poza bastante profunda, adonde se ejecutaba a los condenados por delitos graves, generalmente cobardía y traición. En el fondo de esta poza moraba un monstruo marino llamado Skatzar, a cuyo estómago iban a parar los condenados. Era una muerte espantosa. Por ese tiempo y durante muchos años, el verdugo de Broddervarsholm y cuidador de Skatzar fue Varg Knutson... Sí, nuestro actual cocinero.

 

      Balduino no pudo evitar estremecerse al tomar conocimiento tanto de la suerte sufrida por los cobardes y los traidores en Broddervarsholm, como de las actividades pretéritas de Varg. Casi lamentó haber preguntado.

 

      -La cuestión es que me enfrenté a aquel sujeto, no recuerdo cómo se llamaba-prosiguió Ulvgang-, y lo vencí. Fue una lucha pareja, porque él era más fuerte, pero yo lo superaba en agallas. Además, ya para entonces era yo bueno para fanfarronear tanto como para insultar, y que alguien tan joven se mostrara tan desafiante sorprendió y amedrentó un poco a mi rival. De todas maneras, él luchó con denuedo, porque cualquier cosa era preferible antes que la Schulternsgrabe. Pero al fin lo maté, para asombro de todos, excepto de Thorben y Snack, quienes se veían venir un final parecido.

 

      ’La tripulación del Leviathan se mostró algo inquieta cuando subí a bordo, pensando que siendo un niño les traería mala suerte; pero Thorben los tranquilizó enseguida, argumentando que yo era ya un hombre más allá de lo que dijeran mi apariencia y mis años. Supongo que convenció a algunos, en tanto que otros simplemente prefirieron no desafiar la voluntad de Thorben. Este se hallaba satisfecho conmigo, y pronto llegamos a querernos como padre e hijo.

 

      -¿Y esa profecía que mencionaste antes?-preguntó Balduino.

 

      -¿Oh... La profecía! No sé si fue tal, en realidad-contestó Ulvgang con franqueza-. Snack era el Witz, el brujo y vidente del Leviathan. El Witz supuestamente domina los elementos, provocando tempestades y grandes olas que envía contra los enemigos, o bien sosegando las aguas y alejando tormentas para provecho del Capitán al que sirve. La verdad, yo nunca vi a ninguno hacer ninguna de estas cosas, ni siquiera a Hendryk Jurgenson, el mejor que haya conocido jamás. Pero Thorben creía firmemente en los poderes de Snack. Según decía, gracias a ellos había logrado hundir al legendario y aparentemente invencible Holmenesheld. Como vidente, Snack era apenas un poco mejor que en su supuesto control de los elementos. Adivinaba el futuro mezclando conchas marinas en una bolsa y dispersándolas luego en el suelo. En base a las figuras que formaban, hacía sus pronósticos. También interpretaba sueños. Algunos de sus vaticinios parecían impresionantes, pero muchos otros, hasta donde sé, jamás se cumplieron. Otros eran mucho más simples, y de ellos se cumplía apenas la mitad. El, desde luego, tenía toda una colección de excusas para justificar sus desaciertos, y todos le creíamos. Sólo mucho más adelante, ya estando en prisión, me acordé de él, y se me ocurrió que tal vez fuera un vulgar charlatán y un cobarde astuto. Vivía profetizando su propia muerte en combate; por lo que Thorben, que no quería perderlo, no le permitía participar de la batalla. Snack protestaba, pero creo que a sabiendas de que Thorben sería inflexible. A veces alguien corría la voz de que Snack era un cobarde. Como el viejo Witz tenía dignidad, participaba en las siguientes dos o tres batallas, mostrándose en esas ocasiones casi temerario, cosa de que no quedaran dudas acerca de su valor; y luego volvía a abstenerse por orden de Thorben, con la excusa de que la próxima batalla sería la última para él, según la lectura de las conchas marinas o la interpretación de sus propios sueños. Así fue como Snack logró sobrevivir hasta el fin junto a Thorben.

 

      ’Todavía me parece verlo: larguirucho y sin gracia como Adam , aunque en mucho mejor estado físico que éste, con aquella melena dorada y grasienta, sus ojos amarillentos y sus sonrisas enigmáticas. Así se veía por aquel tiempo.

 

      ’-Zeesteuvenskild-me dijo, apenas zarpamos rumbo a Broddervarsholm-, el destino te depara grandes cosas, aunque al leer en las conchas marinas que se trataría de un hombre que no parecería tal, imaginé una mujer disfrazada, no un niño que lo sería sólo por su aspecto. Estás llamado a forjarte un nombre que sembrará el terror en las costas de Andrusia, a hacer temblar a la poderosa Drakenstadt hasta sus cimientos y a perpetuar el recuerdo de Zeesteuven más allá del límite de lo imaginable; e igual que tu protector, arrebatarás a los Cielos el codiciado don de la inmortalidad.

 

      ’Así dijo, levantando una vara a la que se atribuían propiedades mágicas. le creí en su momento, trabajé mucho para que sus vaticinios se volvieran realidad y todo o casi todo terminó siendo cierto. Hoy sospecho que por ese entonces era un simple farsante y que, si sus profecías se cumplieron, fue precisamente porque me ocupé de que ello sucediera. Lo que ocurrió luego... Quién sabe. Snack se volvió un poco loco con los años, y los locos pertenecen sólo en parte a este mundo. Lo cierto es que con el tiempo empezó a acertar más a menudo conforme se chiflaba más y más, y su última predicción fue verdaderamente impresionante... Pero todo a su tiempo.

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31 diciembre 2009 4 31 /12 /diciembre /2009 18:56

XXI

      Para cumplir con su parte del trato con el tío de Kurt, Balduino envió a Karl a Vallasköpping a comprar un barril de sal, otros dos vacíos y elementos de curtiembre. También le pidió que indagara acerca del estado de la catapulta en construcción, pero Karl no trajo novedades al respecto.

 

      Balduino tenía a disposición un bote más bien pequeño, que contaba con una vela que podía desplegarse si el viento era favorable, pero también con remos en caso de que no lo fuera. Parecía una embarcación de paseo, no muy apta para transportar cargas y con capacidad para tres personas con mucho optimismo y voluntad, y tal vez hasta a cuatro, suponiendo que todos los ocupantes fueran delgados y menudos.

 

      Esto implicaba que para cumplir con los requerimientos de Thorstein el Viejo serían necesarios varios viajes a Eldersholme, y para aligerar el peso del bote convenía que sólo fueran dos tripulantes. Balduino decidió que él sería uno; como acompañante escogió a Ulvgang. Se verá después que sólo en uno de estos viajes prefirió el pelirrojo quedarse en tierra y ser sustituido por Andrusier.

 

      Lógicamente, Hansi seguía dando vueltas en torno a Vindsborg, y quiso formar parte de la expedición a Eldersholme.

 

      -Malo-sentenció condenatoriamente cuando Balduino se negó.

 

      -¿Has visto cuánto? Así soy yo-gruñó Balduino-. Vigilad de cerca a este granuja-recomendó a Thorvald.

 

      Balduino odiaba matar animales, aun cuando la cotidiana subsistencia lo obligara a ello una y otra vez; de modo que Anders no entendía por qué no dejaba la matanza de focas en manos de otro. De hecho, cuando en Vindsborg era necesaria carne fresca, el pelirrojo encabezaba por aquel entonces las cacerías, como si fueran para él una verdadera pasión.

 

      Tal vez fuera una forma sutil de hacerles saber a sus hombres que, si tenía que ser cruel, lo sería; que si la situación lo requiriera, sería capaz de luchar y matar, y que no convenía meterse con él. Llamativamente, había ido en busca de depredadores en dos ocasiones, abatiendo a un lobo y a un grifo como por mero placer, sólo para dejar en claro que no sólo podía abatir a herbívoros, sino también a bestias peligrosas. Nunca más volvió a cazar por simple deporte, y después de aquello, en las cacerías iría rezagándose cada vez más, salvo para matar a fieras cebadas o extremadamente peligrosas.

 

      Ulvgang y su pandilla no se intimidaron por estos mensajes implícitos de Balduino, ni éste había esperado que lo hicieran. Dio la impresión de que estaban satisfechos de hallarse al menos bajo el mando de un verdadero hombre, de alguien rudo y valiente. Sin embargo, el pelirrojo no veía en sus miradas garantías de sumisión. Simplemente, les complacía el comportamiento de Balduino, porque así debía conducirse un hombre que se preciara de tal... Sin importar que ese hombre fuera amigo o enemigo.

 

      Podría pensarse que Balduino decidió participar de la matanza de focas para demostrar una vez más su rudeza. Nada que ver: quería estar a solas con Ulvgang para sondearlo a su antojo y saber a qué atenerse con él, y por eso lo escogió como acompañante y no a otro de los Kveisunger, aunque los conocimientos marineros de éstos no fueran inferiores a los de su viejo Capitán.

 

      ¿Supo Ulvgang que eran ésas las verdaderas intenciones de Balduino? Sin duda. Durante esos viajes, muchas veces quedó mirando con fijeza al pelirrojo, con esos temibles ojos saltones y glaucos suyos, tan inescrutables como de costumbre.

 

      -¿Qué...?-preguntaba Balduino al verlo así.

 

      -Nada-respondía Ulvgang-. Te observo, eso es todo.

 

      Sin duda que lo observaba, pero no sin motivo. Evidentemente esperaba, alerta como un centinela que aguarda un ataque, la primer tentativa de asalto por parte de Balduino a sus más oscuros y sólidos bastiones de intimidad.

 

      Durante los primeros viajes nada ocurrió. Balduino no podía evitar volver sus ojos, una y otra vez, a la superficie del mar. Bajo la misma, tal vez, acechaba Jormungand, la serpiente marina... Balduino no podía sino estremecerse ante la idea de que el monstruo emergiera súbitamente y se tragase de un solo bocado barquichuela y tripulantes. En tierra, pocas cosas lo arredraban, pero en el mar estaba indefenso: ni nadar sabía, y las profundidades oceánicas le inspiraban a la vez terror y fascinación, como todo lo prohibido y misterioso. Temía, en caso de que Jormungand atacara, ni siquiera atinar a defenderse. Para que ello no ocurriera, intentaba imaginar la apariencia del monstruo, prepararse mentalmente para el horror que podía surgir de los abismos oceánicos;  pero las pavorosas imágenes que acudían a su mente lo perturbaban en grado sumo.

 

      Pronto comprendió, por la forma en que Ulvgang lo miraba, que éste lo adivinaba debatiéndose contra aquel terror viscoso e inconfeso que lo envolvía. Esto no era conveniente, así que redobló sus esfuerzos por imponerse sobre sus temores. Finalmente razonó que al menos el ataque de un monstruo marino lo liberaría en forma harto drástica de sus problemas, mientras que éstos se acrecentarían si Ulvgang y sus Kveisunger lo caratulaban como cobarde. Sólo entonces pudo mirar a Ulvgang a los ojos. Casi ni se reconoció al verse reflejado en ellos: ahora su melena  desgreñada, su profusa y descuidada barba y las ropas de confección basta que vestía, se combinaban para conferirle un aspecto a medio camino entre el de un pordiosero y el de un salvaje de los bosques. En sus momentos de abatimiento se parecía más a un pordiosero; en los de cólera y rebeldía, al salvaje. Freyrstrande y Vindsborg lo curtían lentamente.

 

      Balduino enseñó a Lambert a adobar las pieles según el procedimiento tosco que él conocía. Era un método desaconsejable si las pieles tendrían un destino ornamental, pero en aquellas soledades agrestes nadie pensaba en usar su vestimenta para lucirse.

 

      Ahora bien, el día que teóricamente tendría lugar el último viaje a Eldersholme, quedaron aislados allí a causa de un violento vendaval. Ulvgang había anticipado que así ocurriría, pues antes de partir vieron en el horizonte unas nubes de apariencia engañosamente inocente, pero que eran sutil presagio de una violenta y traicionera tempestad de esas que, en el mar de Nerdel, se desatan con frecuencia durante el verano. Se lo dijo a Balduino, pero éste fingió desestimarlas; y Ulvgang, a su vez, fingió creer que el pelirrojo las desestimaba.

 

      Cuando llegaron a Eldersholme, el cielo estaba por completo encapotado; y el viento, que últimamente venía concediendo alguna relativa tregua a Freyrstrande, volvió a abatirse sobre aquellas costas. Imposible hacer lo que, supuestamente, habían venido a hacer; tendrían que limitarse a buscar una cueva lo bastante confortable para guarecerse en ella.

 

      Rápidamente tomaron el bote y lo llevaron tierra adentro, adonde el mar no pudiera llevárselo, y alborotando a la colonia de focas de la playa; y luego corrieron en busca de un refugio. Por encima de sus cabezas, el volcán vomitaba fumarolas sin parar, y Balduino se sintió como si él y Ulvgang, mortales comunes, estuvieran invadiendo los dominios de un viejo dios colérico y temible pero afortunadamente dormido. Era de desear que no eligiera precisamente ese momento para despertar de su prolongado letargo.

 

      Por suerte, cuando las primeras gotas empezaron a caer, ambos habían encontrado ya una cueva adecuada en las estribaciones del volcán. Entonces la tempestad, terrible y fascinante, se desencadenó con todo su alucinante fragor  y su despliegue de rayos cegadores y resonantes truenos.

 

      -Más vale que nos pongamos cómodos-aconsejó Ulvgang-. Tenemos para rato aquí.

 

      -Lamento haber desoído tus advertencias-dijo Balduino.

 

      Pero, por supuesto, no lo lamentaba en absoluto. Tenía al fin la oportunidad de estar a solas con Ulvgang y llegar a conocerlo lo suficiente... O eso creía él.

 

      -No quise insistir; pero ten en cuenta que hasta el Capitán, el líder, debe inclinarse ante la autoridad de otro en algunas cuestiones-respondió Ulvgang en la oscuridad.

 

      -Tendré que aceptarlo, si tú lo dices-convino Balduino; y preguntó, como por azar:-. ¿Durante cuánto tiempo fuiste capitán?

 

      Ulvgang hizo un rápido cálculo y contestó:

 

      -Creo que doce años. ¿Y tú? ¿Cuánto hace que eres Caballero?

 

      -Apenas dos años-replicó Balduino.

 

      Se tendieron en la caverna sin decir palabra, mientras afuera la cellisca daba rienda suelta a su enfervorizada locura. Pasados unos minutos, preguntó Balduino:

 

      -¿Y cómo se llega a capitán entre los Kveisunger?

 

      -En mi caso, matando al que fue capitán antes que yo: Bleitzinenauken-repuso Ulvgang, riendo-. Y a Caballero, ¿cómo llegas?

 

      -En mi Orden, normalmente a los veinte años. Pero puedes ser armado antes, si tus méritos son excepcionales.

 

      -¿Y qué edad tienes ahora?

 

      -Veinte.

 

      De este modo Balduino no supo ocultar, en un momento de orgullo,  que se le había juzgado digno de ser armado Caballero antes de tiempo, pero de inmediato se arrepintió de haberlo dicho. No convenía que Ulvgang supiera demasiado sobre él.

 

      -Entonces tus méritos son excepcionales-dijo Ulvgang-. Imaginaba eso. Creo que eres astuto... Y esa astucia te servirá contra tus enemigos, pero muy poco para hacerte de amigos. El problema con una persona astuta es que nunca se sabe cuándo está siendo franca... Y nadie quiere por amigo a alguien que no es franco.

 

      El pelirrojo entendió el mensaje.

 

      -Tampoco yo-dijo-. Tienes razón, es difícil confiar en alguien astuto-añadió, esperando que Ulvgang entendiera tan bien como él.

 

      -He ahí un punto en el que estamos de acuerdo. Claro que te llevo una cierta ventaja: por lo general me doy cuenta de cuándo la gente no es sincera conmigo... No siempre, por supuesto.  Con Einar me equivoqué por completo... Claro que él era casi mi última esperanza, y no podía detenerme a analizar su aparente franqueza.

 

      -Yo...-murmuró Balduino; y se detuvo, confuso. Yo también advierto cuando me tratan de engañar, estuvo a punto de decir. Pero no era cierto, y no le convenía hacer alardes cuya falsedad pudiera detectar Ulvgang, pues sólo lograría quedar en ridículo, perder respeto.

 

       -Es bueno... muy bueno, de hecho... pensar antes de hablar- dijo el Kveisung, como si le hubiera leído los pensamientos. Balduino empalideció-. Pero dime: si tu Orden está integrada por villanos mayormente, si os llaman forajidos... ¿Cómo es que tú, hijo según tengo entendido de un barón muy poderoso, formas parte de ella?

 

      -Prefiero no hablar de eso. Mejor habla tú. Cuéntame más acerca de tu vida.

 

       -¡Hmmm!... No vendo al fiado, señor Cabellos de Fuego. Tendrás la mercadería una vez que pagues y haya visto que el oro es bueno...

 

      Luego de un breve pero intenso silencio entre ambos -si silencio se le puede llamar al estrépito de la tempestad, dijo renuentemente  Balduino:

 

      -De acuerdo. Te contaré mi historia y luego oiré la tuya.

 

      Y habló durante largo rato, sin que Ulvgang lo interrumpiera. Contó cómo, siendo niño y el menor de once hijos, había comprendido ya desde muy temprana edad que, pese a ser de sangre noble y familia rica, Rabenland le depararía negras perspectivas de progreso. Eran sus hermanos mayores quienes se llevaban los mejores regalos, y a ellos iría la mayor parte de la herencia familiar. Balduino entendió enseguida que tendría que buscar fortuna en otra parte, y a medida que adquiría conciencia de sus aptitudes crecían sus ambiciones, y también el desprecio hacia el resto de la gente. Imaginaba cuán alto llegaría, y cuán pequeños e insignificantes se verían los demás desde semejantes alturas.

 

      Se esperaba de él que ingresara en la Orden de los Caballeros de la Doble Rosa o bien que tomara los hábitos. También podía elegir una opción intermedia, porque las Milicias de San Leonardo eran una Orden de Caballería religiosa. Pero a los doce años supo de una opción más cuando un príncipe de tierras muy alejadas de su hogar, llamado Thorstein Eyjolvson, se alojó en calidad de huésped en el Palacio Ducal de Rabenstadt, y mencionó en determinado momento, como al pasar y entre medio de otras cuestiones, a los Caballeros del Viento Negro.

 

      -El era su Gran Maestre pero, lógicamente, no lo dijo, ni nosotros lo adivinamos-prosiguió Balduino-. Un año más tarde mi padre y yo tuvimos una gresca. había proyectado para mí un matrimonio  de conveniencias. De conveniencias para él, pero no para mí. Le dije que yo estaba para otras cosas, que daba para más. Mi padre se burló...

 

      Hizo una prolongada pausa.

 

      -Y dijo que le obedecería, o me echaría de su casa-dijo.

 

      -De su palacio-corrigió Ulvgang.

 

      -Lo que sea... Y me fui antes de que él me echase. Le grité que llegaría a ser más grande que nadie, y me fui en busca de los Caballeros del Viento Negro.

 

      Continuó relatando las vicisitudes de su ingreso en la Orden y cómo, vertiginosamente, fue ascendiendo en forma sucesiva a los rangos de escudero, bachiller y Caballero.

 

      -Y quién sabe, quizás hubiera podido seguir escalando-dijo-. Pero se decidió castigar mi soberbia y entonces me enviaron aquí, pues ¿quién querría venir a un sitio como éste?... He fracasado. Luego de tanto empeño, he fracasado.

 

      Y con esta amarga conclusión resumiendo lo que había sido su vida hasta entonces, Balduino calló.

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30 diciembre 2009 3 30 /12 /diciembre /2009 17:57

XX

      El así llamado carpintero de Freyrstrand, para variar, se llamaba Thorstein en memoria de un héroe muy popular, Thorstein el Niño, y era hijo de otro Thorstein y padre de un tercer Thorstein de la estirpe. De este último se decía que era sumamente perezoso, negligente y mujeriego, pero esta última afirmación era discutible, dada la escasez que había de mujeres y de gente en general en toda la región, y se le llamaba Thorstein el Joven para diferenciarlo de su padre, el Viejo.


      Thorstein el Viejo mostró mucho interés en el trato que Balduino le propuso a través de Karl, y a los pocos días vino muy temprano a examinar el torreón en compañía de un muchachote robusto, mucho más alto que él, de cabello castaño claro lleno de rizos, enormes ojos almendrados y facciones toscas. Enseguida el pelirrojo fue informado de la venida de Thorstein el Viejo por Thorvald. Al ver que no venía solo, Balduino preguntó a Thorvald, en susurros:


      -¿El que lo acompaña es el hijo mujeriego?
 

      A la vista de aquel rostro inocentón, las murmuraciones acerca de Thorstein el Joven parecían calumnias.
 

      -No, a ése no lo agarras fácilmente para que ayude en un trabajo arduo. No: éste es Kurt Ingmarson, sobrino de el Viejo y primo por lo tanto de el Joven.


      Thorstein el Viejo, rubio, barbado y de menuda estatura, venía adelante, muy orgulloso de que nada menos que un Caballero requiriera de sus servicios. Si Balduino hubiera caído cautivo a manos de un enemigo y hubiese requerido, para ser liberado, de aquel campesino, éste no se habría mostrado más solemne y comprometido en la misión encomendada.


      -¿El señor Cabellos de Fuego?-preguntó, quitándose la gorra que llevaba puesta.


      -¡Humpf!...-gruñó Balduino. Evidentemente, estaba condenado de por vida a cargar con aquel ridículo mote, y pronto hasta los perros de Hundi lo llamarían así-. Sí, soy yo-añadió resignado, mientras bajaba la escalinata de piedra para salirle al encuentro.
 

      Muy nervioso, Thorstein hizo una ligera inclinación de cabeza, jugueteando sin cesar con la gorra, y de inmediato se presentó a sí mismo y a su sobrino. Este último no había prestado atención, hasta ese momento, ni a su tío ni a Balduino, ocupado como estaba en mirar en derredor suyo con mucha curiosidad, y en estrechar todas las manos que tuviera a su alcance; y pareció despertar de un sueño al oírse nombrado.


      -¡Hola, amigo!-exclamó con candor, sonriendo espléndidamente mientras estrechaba con fuerza la diestra del pelirrojo y la zamarreaba de manera harto efusiva.


      Balduino, al principio, quedó un tanto descolocado ante un saludo tan campechano y escasamente protocolar. ¿Amigo?... Imaginó la cara de cualquier poderoso barón si recibiera tal tratamiento por parte de un villano cualunque. Pero tan franca, agradable e ingenua era la sonrisa de Kurt, que automáticamente le correspondió de manera algo tímida. Pues sí, amigo, ¿por qué no? Aquella amabilidad era un bienvenido alivio para la tensión de días pasados.
 

      Seguidamente, Thorstein manifestó cuán honrado y agradecido se sentía por la presencia en la comarca de tan noble y valiente Caballero como vos, señor Cabellos de Fuego. A continuación hizo un espeluznante relato, con todo lujo de detalles, de un terrorífico ataque, tenido lugar cierto tiempo atrás, de una bandada de grifos contra un grupo de mercaderes. Balduino, quien había esperado que Thorstein fuera al grano, no entendió que se trataba de una indirecta destinada a recordarle que aquellas fieras voladoras todavía amenazaban la región y que se esperaba de él que las combatiera; y se preguntó adónde quería llegar el hombre.
 

      Cada vez más y más parlanchín a medida que entraba en confianza, Thorstein empezó a despotricar contra un tal Oivind, testigo al parecer de aquel ataque de grifos. Al parecer aquél era un personaje muy poco querido en el lugar, pero de quien dependían todos, en cierto modo, por el tipo de servicio que prestaba a la comunidad.
 

      -Es un bribón-gruñó.
 

      -Sí, la gente es una cagada, no puede uno fiarse de nadie-convino Andrusier, quien se hallaba cerca en ese momento.


      -¡Ah! ¿Sí?...-inquirió el joven Kurt con sorpresa. Era obvio que la sentencia de Andrusier, cuya mano también había estrechado al llegar, le parecía digna de profunda meditación y que, para él, que la gente pudiera ser mala era cosa nueva.
 

      Pero Thorstein ya había cambiado de tema y ahora arremetía contra su hijo, el haragán y mujeriego.


      Dura venganza de los hados... Desde hacía siglos, los villanos acudían suplicantes a los nobles, y de los caprichos de éstos dependían sus destinos, por lo que procuraban no contrariar a tan poderosa gente. Ahora, los papeles estaban invertidos, y Balduino se veía obligado a escuchar la interminable verborragia de un ignoto habitante de un sitio inhóspito como para espantar al mismo Diablo. La perorata de Thorstein, sin embargo, no fue del todo inútil, ya que hizo ver a Balduino que debería redimensionar sus definiciones para ajustarlas a Freyrstrand, si quería entender bien cómo eran las cosas allí. El tal Oivind, quien al hacer compras para sus vecinos se obsequiaba a sí mismo con varias y pequeñas sisas, era todo un malhechor; y Thorstein el Joven, por haber coqueteado en sólo una ocasión con dos mujeres al mismo tiempo, un escandaloso e irredento libertino.


      En determinado momento, el monólogo puso proa hacia Kvissensborg, y Balduino constató que los lugareños simpatizaban tan poco con Einar como él mismo, lo que le hizo sentir simpatía hacia aquéllos.
 

      -Y ahora, señor Cabellos de Fuego, veré el torreón para ver qué arreglos necesita la escalera, si lo permitís-dijo al fin Thorstein el Viejo, luego de lo que pareció una eternidad.


      -¡Sí, sí!-exclamó Thorstein, aliviadísimo- El inopinado y ocasional detentor del poder se dignaba, por fin, atender a la petición del humilde súbdito-. Con cuidado, maese. Esos escalones son muy traicioneros.


      Kurt, quien le sacaba una cabeza a Balduino, se inclinó hacia éste con aire conspirador.


      -Mi tío habla mucho, ¿eh, amigo?-susurró, y rio en voz baja.
 

      -Bueno... Sí... Para qué lo vamos a negar-contestó Balduino, agachando la cabeza como avergonzado de su propia sonrisa; pero Kurt ya se alejaba tras su tío.


      Al rato volvieron los dos, cuando Balduino y parte de sus hombres estaban metidos hasta el cuello, sucios como ellos solos, en una zanja que habían comenzado a excavar días atrás. El pelirrojo hizo a un lado la pala y salió a la superficie.


      -¿Y esto, amigo?-preguntó Kurt, genuinamente desconcertado, señalando la zanja con aire de niño que recién empieza a descubrir el mundo y quiere conocerlo todo de golpe.


      -Levantaremos una empalizada aquí-contestó Balduino.
 

      -¿Puedo ver Vindsborg por dentro? Nunca estuve antes dentro de un castillo.
 

      Balduino demoró en responder. Empezaba a preguntarse si Kurt y su tío lo estarían tomando en solfa, lo que hubiera sido comprensible. Cubierto de mugre, con una barba desprolija y rascándose el cuero cabelludo ferózmente atacado por los piojos, no ofrecía una imagen muy señorial.
 

      Trató de discernir si era posible que alguien llamara castillo a Vindsborg y hablara en serio, o qué motivos podía tener Kurt para desear ver por dentro una construcción ruinosa que a nadie interesaba cuando permanecía deshabitado y, en consecuencia, se lo podía visitar a su antojo.
 

      Decidió finalmente que en una tierra donde el tal Oivind, por pequeños robos en las compras, era todo un fascineroso merecedor cuando menos de la horca; en una tierra donde Thorstein el Joven por un simple, fugaz y ocasional desliz era un fauno pervertido; en una tierra así, Vindsborg tal vez pudiera aspirar a ser visto como un poderoso, magnífico castillo.


      -Sí, claro-respondió aturdido.


      -Gracias, amigo-dijo Kurt, complacido; y se dirigió resueltamente hacia Vindsborg, adonde Lambert montaba guardia al pie de la escalinata.
 

      Era casi seguro que a Kurt, como a Hansi, hubiera prácticamente que atarlo para que no se metiera en los lugares más inconvenientes para él, porque se movía entre convictos peligrosos como entre beatos.
 

      No fue del agrado de Balduino que Lambert lo dejara entrar sin cerciorarse primero de que tuviera permiso para ello. Pero en ese momento nada dijo al respecto, porque quería primero cerrar trato con Thorstein. A fin de ahorrarse otro interminable monólogo, esta vez encaró el tema él mismo, formulando las preguntas del caso.

      En síntesis, Thorstein dijo que tenía una buena provisión de madera para la que no hallaba uso, y que alcanzaría para las refacciones en el torreón. Estuvo encantado de librarse de aquella madera que ocupaba demasiado espacio en su cobertizo. A cambio pedía dos barriles de carne de foca conservada en sal, y las pieles ya curtidas de los animales muertos.

      Balduino se preguntó si no salía perdiendo en el cambio, pero para un principiante es difícil estipular el valor de cada cosa en un trueque, de modo que aceptó la oferta y allí mismo se cerró el trato. Sólo lamentaba no hallar la misma buena disposición de Thorstein en los constructores de catapultas de Vallasköpping.

      Ya amenazaba el aldeano atacar con su natural verborragia, cuando Balduino pretextó tener que dar instrucciones al centinela (o sea, a Lambert) y se alejó a grandes zancadas hacia Vindsborg.

      Lambert se había sentado en el primer peldaño de la escalinata. Contra esto no podía Balduino oponer muchas objeciones, dada la avanzada edad del hombre; lo que lo indignaba era lo otro.

      -Lambert, ¡buena vigilancia la tuya!-vociferó, airado-. ¿Así que ahora permites que cualquiera entre en Vindsborg?

      -Oh, ¡vamos, señor Cabellos de Fuego!-gruñó Lambert, molesto-. Kurt es el muchacho más bueno que puedas encontrar por aquí, lo quiere todo el mundo. ¿Qué crees que hará, espiar a cuenta de los Wurms?

      No se le había ocurrido a Balduino que Lambert conociera previamente a Kurt. Claro, ¿cómo no habría de conocerlo? Todos y cada uno de los cuatro gatos locos que moraban en la región debían ser muy conocidos. Y también los hombres de Einar, los únicos enemigos que de momento estaban lo suficientemente cercanos para dañar de algún modo al pelirrojo.

      -De acuerdo, disculpa-convino-. Aun así, la gente de guerra no podemos fiarnos de nadie. Este Kurt podría haber sido comprado por Einar para espiarnos.

      -El cerebro de Einar ya no da para tanto-objetó Ulvgang, apareciendo a espaldas de Balduino-, ni la gente le seguiría el juego.

      En ese momento salió Kurt. Descendió lentamente la escalinata de piedra y se acercó a Balduino para hacerle una confidencia.

      -Todo está bien-declaró, para asombro del pelirrojo. ¡Ni que fuera una inspección oficial!-; pero con tu permiso, amigo, está todo muy, muy sucio. Aquí lo que haría falta es una mujer.

      Tras un breve silencio, dijo Ulvgang, sonriendo maliciosamente:

      -Muy cierto, al menos una. Pero que sea resistente, ¿eh?

      Kurt enrojeció, y se echó a reír.

      -¡Pero qué cosas decís, señor Sundeneschrackt!-y por este comentario sorprendió Balduino que la inocencia de Kurt apenas si le permitía vislumbrar la aureola de peligro que Ulvgang irradiaba ya desdelejos. Podía hablar y reír tan normalmente como cualquier otro, aunque lo llamara señor, como guardando distancias.

      -Tú tenías razón, señor Cabellos de Fuego-refunfuñó Lambert, incorporándose-: este muchacho es un auténtico peligro y no debí dejarlo entrar, si ahora nos sale con ideas raras como traer a una mujer aquí, con el consiguiente riesgo de casamiento...

      -Me parece, viejo, que tú eres de ésos que gustan de ser chocados por la popa-sentenció malignamente Ulvgang.

      Mientras Lambert y Ulvgang se dedicaban a lanzarse pullas uno contra el otro, Kurt se llevó aparte a Balduino, e insistió en que en Vindsborg era imprescindible una mujer.

      -Kurt, ¡no puedo traer una mujer aquí, para que esté en medio de esta horda de energúmenos que la violarían en cualquier momento!-exclamó Balduino-. Y además, ¿de dónde quieres que la saque


      -Tú me dices y yo te la traigo, amigo-dijo Kurt, como si de mercadería se tratara-, pero no es bueno que el hombre esté solo.

      Por lo pronto, más que solo, el hombre de marras estaba rodeado de unos cuantos criminales endurecidos, dos guerreros ancianos y mutilados, un escudero rabioso, seis perros y dos caballos, y eso estuvo a punto de responder Balduino; pero de repente lo asaltó una duda:

      -¿Tú estás enamorado?-preguntó

      -Sí-suspiró lánguidamente Kurt, poniendo una cara no mucho más inteligente que la de una vaca.

      Ante esto, Balduino se dijo que las rarezas de Kurt quizás se debieran a su estado de enamoramiento, aunque su tío tampoco pareciera muy normal. Dijo que por el momento no era posible traer una mujer a Vindsborg, pero que le haría saber más adelante si cambiaba de opinión. Dijo esto último para que su negativa no sonara tan rotunda, y de ese modo Kurt se diera por conforme y se callara; pero más allá de que en Vindsborg cualquier mujer se habría vuelto ramera de buen grado o forzadamente, lo cierto era que Balduino no se tenía confianza como cortejante y que además no deseaba serlo. Los enamorados siempre le habían parecido una raza de imbéciles.

      Pero esa noche, a su pesar, pensó en ello antes de dormirse. El viento soplaba sin cesar, fustigando la región, y su lúgubre lamento parecía un eco de la amarga soledad que sentía Balduino, soledad que tal vez Kurt había notado pese a que tantas personas rodeaban al pelirrojo.

      Y en ese momento, por primera vez en su vida, se preguntó qué se sentiría al saberse amado por una mujer.
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28 diciembre 2009 1 28 /12 /diciembre /2009 18:56

XIX

      Entre otras complicaciones anexas estaba la firme reticencia de Hansi a respetar la prohibición que Friedrik, su padre, le había impuesto en lo referente a acercarse a Vindsborg cualquier otro día que no fuera el domingo. Todas las mañanas, al alba, el niño acompañaba a su tía-una mujer flaca, amarga y rezongona- a despedir a Friedrik, quien se hacía a la mar en la pequeña barca pesquera, propiedad suya y de dos o tres aldeanos más. Se suponía que Hansi quedaba bajo el cuidado de aquella tía hasta el regreso de Friedrik al final de la jornada; pero fuera porque la mujer era negligente en cuanto al cuidado del niño, fuera porque estaba harta de dar órdenes que constantemente eran desobedecidas, fuera, en fin, por el motivo que fuere, el caso era que el sabandija pelirrojo terminaba a media mañana vagabundeando a su capricho y casi siempre por las cercanías de Vindsborg, para horror y desesperación de Balduino, quien ya no sabía cómo alejarlo de aquel sitio y se estaba acostumbrando a sobresaltarse y mirar hacia todos lados en busca de Hansi cada vez que oía el agudo chillido de un grifo en el firmamento. Caudno comentó en Vindsborg que no entendía cómo la tía del niño desatendía tanto a éste, recibió de Honney una respuesta verdaderamente memorable, que lo terminó de descolocar:

 

      -Es que, señor Cabellos de Fuego, la gente es una verdadera lacra, no son como tú o como yo. A nadie le importa una mierda lo que le pase al que tiene al lado.

 

      Ante semejante perla de sabiduría, enunciada por Honney con absoluta convicción y (detalle alarmante en un feroz Kveisung) los verdes ojos relampagueando de ira por encima del bigote negro, Balduino instintivamente buscó la mirada de Anders, quien con sus propios verdes ojos abiertos cual platos soperos contemplaba atónito al autor de la sentencia. Pero como nadie más parecía asombrado o escandalizado por lo que acababa de oír sino que, muy por el contrario, el resto de los hombres asentían con la cabeza o estaban inmersos cada uno en sus propias reflexiones, no quedaba más remedio que rendirse ante la evidencia: he aquí que descuidar a un niño era un crimen atroz, merecedor probablemente de una condena a siete estadías en los infiernos; mientras que andar de puerto en puerto saqueando y destripando gente era, al parecer, un asunto muy bendito, y quién sabía si no sería incluso un deber de buen cristiano.

 

      Balduino y Anders escucharían muchas veces frases de esa índole a lo largo de los tres años siguientes y dispondrían, por lo tanto, de muchas ocasiones para meditar sobre ellas. Por el momento, era más importante la seguridad de Hansi que el aura de santidad que aparentemente se atribuía Honney.

 

      Las relaciones entre Balduino y Anders entraban por esos días en su fase más crítica. No pasaba día sin que tuvieran ambos una áspera discusión, cuyo origen era generalmente el entrenamiento de Anders. A éste, Balduino no le hablaba ahora, naturalmente, con el tono despectivo de antaño; sin embargo, si en las prácticas cometía fallas, no podía dejar de señalárselas, con suavidad primero, y ya en tono más firme si reincidía. Pero Anders, mal dispuesto de antemano y como a la defensiva después de soportar durante cuatro años todo tipo de ofensas y epítetos denigrantes, se tomaba a pecho incluso la más leve censura, si era planteada en un tono más elevado del habitual, y también protestó cuando Balduino ató una improvisada pesa a la espada con que practicaba su escudero.

 

      -Anders, por Dios, has estado conmigo durante cuatro años, ¡sabes perfectamente que así es también como yo entreno!-exclamó el pelirrojo, impaciente-. ¿Tienes idea de lo que es esgrimir una espada habiendo entrenado agregándole peso adicional? ¡Si por eso es que yo la manejo como si fuera una pluma! ¡Por favor, deja de sentirte morfificado por cuanto hago o digo!

 

      Esa vez, Anders admitió que Balduino tenía razón, y se disculpó con él, aunque con semblante hosco y muy pocas ganas; pero finales relativamente felices como aquel eran escasísimos. Lo común era que la paciencia de Balduino se agotara al fin, y terminaran ambos a los gritos. Lambert, ante la conducta de Anders, decía irónicamente que era obvio que su difunta esposa había dejado atrás un discípulo antes de morir y que, aunque no resultaba tan insoportable como ella, con el tiempo y mucho esfuerzo incluso podía llegar a superarla. Como Anders no escuchó este comentario del viejo Lambert, cuando éste le dijo que siguiera esmerándose y alcanzaría el éxito, pensó que se refería a sus prácticas con la espada, y se molestó ante las sonrisas burlonas de los otros.

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27 diciembre 2009 7 27 /12 /diciembre /2009 21:29

      Con catapultas o sin ellas, eran necesarias otras armas y, sobre todo, otras estrategias para vencer a los Wurms. A estas alturas, Balduino ni se acordaba de cuán remotas eran las posibilidades de que los gigantescos reptiles invasores se acercaran a Freyrstrande. Ciertamente necesitaba hacer creer lo contrario a su pintoresca pandilla de presidiarios, ciertamente él mismo necesitaba algo con qué entretener su mente pero, además de todo esto, organizar la defensa de Freyrstrande, playa olvidada y absolutamente inerme, contra invasores poderosos como los Wurms, era un desafío irresistible. Durante un tiempo difícil de precisar, sus hombres, aquel primer año, creyeron en la inmediatez de aquel peligro, y trabajaron con ahínco, sobre todo los Kveisunger, para quienes morir luchando contra quien fuera parecía un buen final. Hasta qué punto los había seducido tal idea lo demostraba el hecho de que ellos mismos aportaban ideas, aunque muchas de ellas resultaron inútiles al ser examinadas, y debieron descartarse desde el principio; por ejemplo, la de construir refugios cerrados desde los cuales se hostigaría a los Wurms, arrojándoles proyectiles por unas saeteras.

 

      Tal sugerencia, propuesta por Gilbert y refutada por sus porpios compañeros, presentaba tres problemas, dos de ellos bastante obvios. En primer lugar, refugios así dejarían a los defensores un campo de acción reducidísimo. podrían moverse dentro de ellos, y nada más; mientras que los reptiles dispondrían de todo el espacio que quisieran para desplazarse. En segundo lugar, si hasta los poderosos muros de los más sólidos castillos de Andrusia Occidental habían vacilado ante la embestida de los Wurms, resultaba pueril la idea de que refugios a toda prisa y mal  construidos lograrían detener a los monstruos. Y en tercer lugar, restaba el tema del ofistón: un supuesto gas venenoso, mortal en espacios cerrados, que se creía arrojaban los Jarlewurms.

 

      La existencia del ofistón se había deducido recientemente, a partir de una desesperada tentativa llevada a cabo por tres jóvenes de Ramtala en contra de las órdenes de Thorstein Eyjolvson, quien había prohibido la empresa por considerarla inútil y azarosa. Los tres jóvenes se refugiaron en una cueva de boca estrecha, en los acantilados, esperando lograr un ataque por sorpresa a los Wurms cuando éstos se acercaran. Se ignoraba si llegaron a infligir algún daño a los reptiles, aunque la poca maniobrabilidad ofrecida por la cueva no dejaba mucho margen para el optimismo en tal sentido; sólo si un Jarlwurm se le hubiera puesto muy a tiro, convirtiéndose en un blanco perfecto, podía haber sido eficaz la imprudente tentativa.

 

      Desafortunadamente, a posteriori se recuperaron los cadáveres de aquellos tres temerarios, intactos, sin herida alguna. las paredes de la gruta, ennegrecidas y con restos de brea quemada, delataban que un Jarlwurm les había lanzado un chorro de fuego del que ellos se salvaron guareciéndose en grietas laterales. Aun así murieron -se sabría muchos siglos más tarde- porque las llamas consumieron todo el oxígeno de la cueva, pero la verdadera causa no se conocía en ese tiempo. Se concluyó, en consecuencia, que el aliento de los Wurms era tóxico; que estaba constituido por un vaho pernicioso que se dio en llamar ofistón y que a cielo abierto no era tan mortal por terminar desvaneciéndose entre las corrientes de aire, pero que resultaba extremadamente letal en espacios cerrados.

 

      En Ramtala, Balduino había oido hablar de aquel suceso. Del ofistón se decían tantas tonterías, tan contradictorias y tan imposibles de comprobar (¿en base al testimonio de quién podía afirmarse, como lo hacían unos, que el ofistón producía una muerte fulminante, o como sostenían otros, una agonía lenta y pródiga en sufrimientos?) que Balduino al principio no pudo tomar en serio la historia. Pero testigos aparentemente confiables le informaron que efectivamente los tres cadáveres se habían recuperado intactos de la caverna de marras, así que, ¿qué importancia tenía la rapidez con que matara el ofistón? Lo que interesaba era que no debía atacarse a los Wurms desde sitios cerrados y mal ventilados, y menos si uno tenía pocas posibilidades de salir luego de ellos.

 

      Para tener al menos medianas posibilidades de éxito en caso de ataque de los Wurms, Balduino estimaba que, en el momento del combate, éstos debían hallarse previamente vulnerados por la confusión, la sorpresa y el miedo, de manera que su moral estuviera en baja, si no arruinada. Desde luego, la sola idea de inspirar temor a semejantes mosntruos parecía irrisoria, pero ¿por qué no, después de todo? Un enjambre de avispas enfurecidas pone en fuga hasta al más valiente, pese a que el ser humano tiene una talla muy superior a la de cualquier insecto.

 

      Se sometía él mismo y a sus hombres a duras pruebas físicas acordes al estado de salud de cada uno. No mucho  podía esperar de Lambert, por ejemplo, pues la edad de éste era ya muy avanzada, y ni de joven había sido un atleta; pero Ulvgang, con muchos años menos, se mantenía en mucho mejor condición física. Las pruebas consistían sobre todo en carreras de velocidad y resistencia cargando mochilas con cierto peso que se incrementaba en cada ocasión. la idea era ganar una agilidad extraordinaria, que permitiera esquivar garras, dientes y chorros de fuego de los Wurms. Otras veces, Balduino organizaba ejercicios coordinados para atacar en grupo a un imaginario Wurm cuyos movimientos teóricos voceaba plantándose delante de sus hombres.

 

      -¡Izquierda, adelante! ¡Cuello abajo hacia la derecha! ¡Chorro de fuego!-gritaba, describiendo las maniobras del monstruo imaginario; y todos debían moverse en base a tales descripciones.

 

      Tales ejercicios tuvieron un inicio desastroso, porque por ejemplo, por izquierda unos entendían la propia siniestra, mientras que otros creían que se trataba de la de Balduino, a quien tenían enfrente, y que por lo tanto para ellos era la diestra. En consecuencia, los movimientos eran un caos. Balduino inmediatamente les dejó en claro que, de allí en más, se referiría a la izquierda y la derecha de ellos, y a partir de entonces la cosa mejoró un poco. Pero en este sentido, los gemelos Per y Wilhelm Björnson, los salteadores, seguían siendo un desastre, y tras detener un ejercicio durante el cual ambos se habían movido en descompás, les dio una paciente explicación, y luego dijo a Per, para probar si había entendido:

 

      -A ver: alza tu mano derecha.

 

      Tras considerables titubeos, Per alzó su diestra; pero Balduino no tuvo tiempo de regocijarse, porque Wilhelm expresó su reprobación:

 

      -¡ANIMAL!... ¿No te dijo claramente el señor cabellos de Fuego que TU mano derecha?...-y Per, turbadísimo, alzó su siniestra, todavía con dudas.

 

      -¿Pero por qué te entrometes, Per?-exclamó Balduino, exasperado-. ¡Si lo había hecho muy bien!

 

      -Esteeee....Señor Cabellos de Fuego... Yo soy Wilhelm-aclaró tímidamente el amonestado-. ¿No ves, mi cacatriz hacia la derecha?-preguntó, tocándose con el índice el labio inferior.

 

      -¡¡¡PARA ÉL ES LA DERECHA!!!-bramó el verdadero y único Per, indignado.

 

      Wilhelm se plantó delante de su hermano.

 

      -Ahora, ¿cuál sería mi izquierda?-preguntó desafiante-. Esa es la tuya, imbécil-gruñó, milagroso acierto el suyo, cuando Per alzó su mano siniestra.

 

      -¿Por qué no me dejas destripar a esos dos imbéciles, señor Cabellos de Fuego?-suspiró Ulvgang, cansado nada más de oírlos.

 

      Sugerencia tentadora, pero ponerla en práctica hubiera dejado a Balduino con dos hombres menos, los armeros para colmo; de modo que prefirió poner uno junto al otro a los gemelos - sobre los que llovían ahora burlas e insultos de sus compañeros-, mientras él se les situaba enfrente.

 

      -Izquierda, hacia allá; derecha, hacia allá-dijo, señalando las direcciones desde el punto de vista de los gemelos. Los tuvo repitiendo lo mismo durante un buen rato-. Ahora, media vuelta-Per y Wilhelm obedecieron-. ¿Dónde está la izquierda ahora?-inquirió; y entonces uno señaló hacia la izquierda y otro hacia la derecha. Caso perdido.

 

      Meses habrían de transcurrir aún hasta que por fin ambos coincidieran en las direcciones correctas. malignamente, sus compañeros proponían a Balduino que ya no intentara enseñarles, porque jamás los gemelos Björnson conseguirían aprender, y en cambio era en ellos todo un logro ser tan increíblemente idiotas.

 

      Pero los gemelos Björnson no eran idiotas. Tampoco de proponían hacer las cosas mal a propósito, o mostraban apatía en aprender. Sencillamente, distinguir entre la izquierda y la derecha era para ellos una ciencia arcana e incomprensible. dada la frecuencia con que uno de ellos, por fin, parecía aprender, y el otro se apresuraba a corregirlo, Balduino más tarde terminaría hartándose y poniéndolos a aprender por separado y, a manera de estímulo un tanto humillante, con Hansi a cargo de la instrucción, tras asegurarse previamente de que él sí supiera dónde estaban su izquierda, su derecha y las de cualquier otra persona.

 

      Por lo demás, eran inteligentes y laboriosos los dos. A pedido de Balduino forjaron escudos defensivos muy ligeros, de forma oblonga, con el interior revestido de madera para aislar el brazo del calor que despedirían las llamas de los Wurms. Las puntas de jabalina les dieron más trabajo. Balduino opinaba que la mejor arma arrojadiza era la jabalina súndara, liviana, flexible y que lanzada con la debida precisión y potencia resultaba espantosamente mortífera por su capacidad de penetración y largo alcance. Tenía cuatro filos que se curvaban en espiral y que se abrían paso sin dificultad a través de músculos, tendones y huesos.

 

      Si al principio Per y Wilhelm no tuvieron éxito en la fabricación de tales puntas de lanza, en breve tiempo superaron las espectativas. Convinieron con Balduino en aumentar la longitud de dichas puntas hasta dieciocho pulgadas y pusieron empeño en aguzar todavía más los cuatro filos que, después de todo, debían horadar el cuero grueso y duro de los dragones más poderosos de todos los tiempos. Todo este trabajo requería grandes cantidades de metal, y Balduino envió a sus hombres a recoger todo el que encontraran tirado en la playa y luego a solicitar a la gente de los alrededores que les cedieran todo el que no usaran. El hecho de que los solicitantes fueran presidiarios endurecidos, tal vez, inspiró considerable generosidad entre la gente de Freyrstrand, que todavía los miraba con desconfianza lo mismo a ellos que a su comandante, el Caballero enviado para protegerlos, el señor Cabellos de Fuego.

 

      Balduino bajaba a la herrería con cierta frecuencia. pretextando supervisar el trabajo, en realidad esperaba comprobar personalmente si era cierto que cuando uno de los gemelos se hería, el otro sentía el mismo dolor en la misma región de su propio cuerpo. Con que uno de ellos se martillara accidentalmente un dedo habría bastado; pero ello no ocurría nunca. Anders, quien siempre los ayudaba, tenía más oportunidades de verificar el extraño rumor, pero no más éxito que Balduino, y a él se le notaba mucho más la curiosidad, casi alevosa en su caso. Un día que puso menos disimulo todavía del acostumbrado, y nada hacía salvo seguir con la mirada todos y cada uno de los movimientos de los gemelos, éstos hicieron bruscamente a un lado las herramientas, y lo observaron con enigmática malignidad.

 

      -Sentimos mucho informarte que no nos vamos a lastimar-dijo Per.

 

      -No para que compruebes si es cierto lo que has oído de nosotros-añadió Wilhelm.

 

      -Apreciamos muchísimo nuestra integridad física-siguió Per.

 

      -Lo que siempre nos hizo muy, muy cuidadosos-agregó Wilhelm.

 

      -De modo que, si no nos vas a ayudar...

 

      -...¡Puedes retirarte!

 

      Sólo entonces Anders  advirtió que, semejante a un buitre a la espera de que el moribundo se haga cadáver, no había hecho más que acechar, aguardando a que uno de los gemelos se lastimara para ver la reacción del otro. Súbitamente avergonzado, se puso de inmediato a accionar el fuelle.

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Presentación

  • : EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I
  • : ...LA NOVELA FANTÁSTICA QUE, SI FUERA ANIMAL, SERÍA ORNITORRINCO. SU PRIMERA PARTE, PUBLICADA POR ENTREGAS.
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