Sólo eso le faltaba a Balduino.
Se hallaba sumido en un pozo de fracaso y arrepentido sinceramente del trato dispensado a Anders durante cuatro años. Este había procedido con tanta nobleza y magnanimidad al ver a su señor humillado y golpeado brutalmente, que Balduino no podía menos que sentirse vil al darse cuenta de que no merecía el escudero que tenía. Deseaba disculparse con él, pero no sabía cómo abordar el tema, que lo incomodaba horrosamente.
Y ahora una opresiva atmósfera se creaba en torno a él, amenazando constreñirlo; un ambiente a la vez de silenciosa y pasiva hostilidad y de vaga camaradería fingida en la mayor parte de los casos, pero no en todos. De que un atisbo de sinceridad había en medio de las simples apariencias quedaba demostrado por palabras pronunciadas por Ulvgang durante su arrebato de furia tras la golpiza sufrida por el pelirrojo: ¡Un compañero nuestro está casi muriéndose y vosotros, inútiles, lo creéis borracho!... Así le había gritado a Honney y a Andrusier, haciendo que éstos se asustaran de veras.
Balduino se preguntaba si en medio del aturdimiento producido por la paliza no habría imaginado aquello y, sin embargo, recordaba la escena con detalles tan vívidos, que la posibilidad parecía impensable: Ulvgang enrojecido, poseído por una cólera inenarrable, rugiendo como un energúmeno; Honney y Andrusier, dos de sus más temibles secuaces, mortalmente pálidos, como si temieran que su viejo capitán fuera a asesinarlos... Si todo había ocurrido realmente, Balduino estaba casi seguro de que, en aquel momento, ninguno de los tres fingía.
No existía certeza absoluta sólo porque parecía absurdo pensar que Ulvgang albergase sentimientos de compañerismo hacia un hombre más joven que él, a quien no conocía, y que teóricamente venía a mandonearlo nada menos que a él, El Terror de los Estrechos, el hombre que había capitaneado la más poderosa flota pirata del Mar de Nerdel.
Balduino había oído decir en Ramtala que en cuanto a astuto y taimado, el Diablo se quedaba corto al lado de Sundeneschrackt. Pero, ¿se podía ser hasta tal punto un maestro del engaño?
Suponiendo que no hubiera fingido, la cosa se complicaba. Por lo menos cinco de los siete Kveisunger habían sido y podían ser todavía extremadamente peligrosos. Como era imposible mantener la atención fija en los trece, Balduino prefería estudiar por el momento a estos cinco. Si bien todavía no los recordaba por sus apodos, los tenía indvidualizados: además del propio Ulvgang, Honney, Andrusier, Gröhelle y Hundi. Los otros dos, Gilbert y Varg, no influían mucho, o eso parecía. Uno era medio sordo; el otro, un viejo cascarrabias que se ocupaba de la cocina. Era cuanto sabía de ambos, y al parecer bastaba con ello.
Entre los otros, los gemelos salteadores, Per y Wilhelm Björnson, daban también la impresión de ser individuos de cuidado. Pero obviamente entre los trece reclusos había jerarquías, y los gemelos no estaban en la cúspide, sino que eran algo así como lugartenientes de los Kveisunger. Sin duda podrían pasar por encima de Gilbert y Varg, pero sólo con el consentimiento de Ulvgang y sus más feroces adláteres.
En cuanto a los demás, a lo que parecía, casi ni tenían voz ni voto. Debían hacer lo que ordenaran los otros; simplificando, lo que ordenara Ulvgang .
Balduino llegó a estas conclusiones observando de soslayo a los trece. Se miraban entre sí, y cada una de esas miradas equivalía a todo un discurso. Los diálogos eran rarísimos, al menos en presencia de Balduino, pero éste se hallaba convencido de que, a sus espaldas, tenían lugar conciliábulos de todo tipo. Algo debía estar tramándose, algo sin duda más complejo y sutil que un vulgar motín; de lo contrario, éste habría estallado incluso antes de la llegada de Balduino. Que tres compañeros de los Kveisunger siguieran en Vindsborg en calidad de rehenes les impedía rebelarse abiertamente. Y aunque el pelirrojo ignoraba aún la existencia de dichos rehenes, imaginaba que algo así debía ocurrir. Sólo de esa manera se explicaba que ni el menor intento de fuga hiciesen.
Aun así, los presidiarios estaban urdiendo algo inaprehensible para él, y urgía saber de qué se trataba. Porque el problema era que si se había puesto a todos ellos bajo su control, no era para ayudar precisamente, por más que eso se dijera para salvar apariencias. Einar de Kvissensborg obedecía instrucciones del Conde Arn, Caballero de la Orden de la Doble Rosa que no veía con agrado la existencia de otra Orden rivalizando con la suya, y mucho menos si la misma se entrometía en el Condado que él gobernaba. Alguien con autoridad lo había intimado a cooperar con el Caballero del Viento Negro que fuera enviado a Freyrstrande, y que resultaría ser Balduino; y él había aportado reclusos, de lo que sin duda se justificaría luego diciendo que no tenía otros hombres que proporcionar. Para el Conde Arn, la invasión de los Wurms era una mentira y un mal chiste, y una excusa para impulsar a la Orden de Caballería que pretendía hacerle sombra a la suya; por lo tanto, en su mente nada había que defender, excepto las prerrogativas de la Orden de la Doble Rosa, a la que pertenecía.
En los cálculos del Conde Arn y de Einar de Kvissensborg, su obsequioso servidor, cabían dos posibilidades. Como, según ambos, el Viento Negro era una Orden de falsos Caballeros y malhechores, podía ocurrir que quien fuese enviado a Freyrstrande, al frente de los convictos bajo su mando, utilizara a éstos para cometer todo tipo de desmanes. La otra posibilidad era que le hicieran la vida imposible y que incluso escapasen a su control y que al menos uno, después de todo, se fugara, si no el grupo entero. En ambos casos, tanto Arn como Einar se lavarían las manos. Ellos sólo habían proporcionado los únicos hombres de que disponían. ¿Cómo prever lo que ocurriría después? La culpa de cualquier cosa que pudiera ocurrir sería toda del Viento Negro. ¿Balduino había integrado una banda de forajidos con los hombres puestos bajo su mando y perpetraba con ella todo tipo de fechorías? Por supuesto. Ninguna otra cosa podía esperarse de un Caballero falso, como cualquier otro de esa Orden proscrita. ¿Los convictos se le habían fugado, amotinado o lo que fuera? ¿Pero qué clase de Caballero era aquel que no podía imponer su autoridad sobre sus subordinados? La culpa era de la Orden del Viento Negro, siempre, siempre de la Orden del Viento Negro.
Por ahora, los planes del Conde Arn amagaban ir viento en popa, pues que los presidiarios tramaban algo era vagamente palpable. Hasta no descubrir de qué se trataba, Balduino estaría en peligro de muchas formas. Pero el problema era que cualquier proyecto sedicioso partiría de Ulvgang y éste, por el momento, resultaba inescrutable para Balduino.
Quedaba claro que, en líneas generales, el líder Kveisung era poseedor de una fría calma. De vez en cuando afloraba a su rostro una sonrisa de dientes podridos y en merma. Pero serio o sonriente, en ningún momento perdía su aire de dureza y peligrosidad. En este contexto, su estallido de cólera, la primera noche, no resultaba extraño. La reacción de los demás (y particularmente la de Honney y Andrusier) había sido de sorpresa y alarma, como si conocieran a Ulvgang como una persona que rara vez se enojaba, pero a la que había que temer cuando lo hacía.
Se imponía una vez más la pregunta: tal explosión de ira, ¿había sido sincera, o sólo una mera farsa? ¿Por qué había dicho de Balduino que era un compañero? ¿Qué le importaba a él lo que pudiera pasarle a Balduino?
Por desgracia, la conducta posterior de Ulvgang no permitía llegar a ninguna conclusión al respecto. Si la camaradería implícita en su estallido de furia era sincera, se trataba de algo que mantenía en reserva; si fingida, por alguna razón no continuaba con la farsa. A Balduino lo miraba ahora mucho y muy penetrantemente, como si se tratara de un animal raro que le interesase estudiar; y cuando el pelirrojo se advertía seguido por esas dos pupilas verdiazules desde aquel cráneo de forma tan extraña, resultaba todo un desafío para él mantener la calma. Se preguntaba entonces cómo osaría algún día dar órdenes a alguien así. Antes de la paliza recibida en Kvissensborg, no habría tenido problemas en dárselas, aunque Balduino estaba seguro de que Ulvgang hubiese reaccionado con ferocidad en caso de tratársele con el mismo desprecio que el pelirrojo dispensaba entonces a sus semejantes. Caso de poder esperar obediencia por parte de Ulvgang, sería hablándole con cortesía aunque a la vez con firmeza, y ni por asomo haciéndolo quedar mal o humillándolo frente a los otros.
Un misterio adicional en Ulvgang era su relación con el viejo y gigantesco Thorvald. Este tenía al primero literalmente en la palma de su mano, y viceversa. Más que de prisionero y guardián, la relación entre ambos parecía de amigos, y ocasionalmente la misma que une a un soldado con un superior al que se obedece por respeto y no sólo por obligación jerárquica. Thorvald no necesitaba gritarle a Ulvgang, ni ser brusco con él; bastaba expresar qué necesitaba para que el Kveisung de inmediato se dispusiese a complacerlo. Claro que Thorvald jamás le encomendaba tareas serviles o denigrantes, y a veces sólo lo consultaba respecto al mejor hombre para realizar el trabajo de turno. Otras veces, Thorvald decidía solo quién era el más capaz, pero la mirada que Ulvgang lanzaba al designado, suave pero temible en cierta forma difícil de expresar, recomendaba obedecer sin dilación.
Tal mirada, empero, era simple formalismo, porque al parecer Thorvald gozaba de respeto unánime. No ocurría lo mismo con el viejo y mostachudo Karl. Se le otorgaba alguna deferencia, tal vez por el valor que le recordaban, o por haber perdido el brazo derecho en una batalla; pero esa deferencia venía acompañada de cierta ironía y, a veces, de abiertas burlas. Se lo consideraba servil y adulador, lo que, en realidad, no parecía ser cierto. La acusación se basaba probablemente en el carácter formal y educado de Karl quien, por el protocolo que empleaba al hablar con Balduino o con Anders, parecía estar dirigiéndose a príncipes soberanos. Thorvald prescindía por completo de semejantes ceremoniales.
Dada la imposibilidad de escrutar la mente de Ulvgang, Balduino lo intentó con los secuaces más temibles de aquel: Gröhelle, Honney, Andrusier y Hundi. Pero tampoco esto era sencillo. También ellos observaban con atención a Balduino, muchas veces sonriendo con alguna sorna, como si reservaran al pelirrojo una sorpresa quizás desagradable y lo desafiaran a descubrir de qué se trataba. Por otro lado, tenían sus momentos de en apariencia franca amabilidad. Si con esta conducta contradictoria pretendían desorientar a Balduino, vaya si lo conseguían.
En otro intento por investigar lo que se tramaba, Balduino se propuso abordar a los satélites de los fieros líderes de los convictos: por ejemplo el gordo Snarki, acusado de violar brutalmente y asesinar a una niña (acusación falsa, según Thorvald), o Adam, el larguirucho y desgarbado consumidor y traficante de Sales de las Brujas que reía como una hiena, o Lambert, el viejo cuyo tic lo hacía guiñar uno de sus ojos violáceos y que había liquidado a su esposa. Daba la sensación de que este último, tal vez por ser ya muy longevo y no tener tantos años por delante, no se intimidaba ante Ulvgang y su horda pirata, y que les obedecía sólo por mera costumbre. Esta actitud contrastaba mucho con la de Snarki, quien se estremecía al tener a alguno de los Kveisunger rondándole cerca. A Adam, por su parte, todo le daba igual. Lo único que quería era aspirar su bendito Fuego de Lobo que le embotaba los sentidos y lo catapultaba a otras realidades más gratas que aquella... O eso le parecía a Balduino.
Mención aparte para Adler, el secuestrador, el hombre de la nariz aquilina y las cicatrices de viruela. Este tendía a aislarse de todo y de todos, y daba la impresión de estudiar tanto a los Kveisunger como a Balduino, como pendiente del lado hacia donde soplaban los vientos. Probablemente no quería problemas con nadie y evaluaba la manera de tener contento a todo el mundo o de ponerse de parte del bando más fuerte.
Ahora bien, la idea de Balduino, buena en teoría, en la práctica no funcionó, porque estos sujetos jamás estaban solos sino, como por casualidad, con algún Kveisung merodeando en su entorno, sin duda a modo de discreta guardia para que no pudieran sustraerse a la autoridad de Ulvgang.
Se entenderá que, con tantas complicaciones, al tercer día Balduino alternase entre el nerviosismo y la depresión. Salió de nuevo a cabalgar poco después del mediodía y recorrió los alrededores, estudiando atentamente el terreno. Aunque supiera que todo fuese inútil, que sin duda los Wurms jamás llegarían a Freyrstrande, intentaba engañarse a sí mismo para al menos creer que tantos problemas tenían su justificación, y también para no torturarse pensando a qué sitio había ido a parar.
A la vuelta vio la cercana Eldersholme con su humeante volcán, y pensó en el estallido del Monte Desolación que en Nemorea, alrededor de dos décadas atrás, había convertido bosques enteros en montones de ceniza. Ojalá estallara también este otro y lo librara de todas sus tensiones; después de todo, Freyrstrande era ya un infierno agreste, frío y ventoso. Una erupción volcánica no destruiría mucho, porque casi nada había que pudiera destruirse.
Con sentimientos no mucho más alegres, y ya llegando a Vindsborg, escuchó el agudo chillar de un grifo rasgando la quietud del firmamento, y deseó que la fiera le hiciese el favor de convertirlo en cena. Entonces, horrorizado, advirtió que la bestia, por el momento fuera del campo visual, tenía otro posible bocadillo a mano: Hansi, el mismo niño al que había espantado la víspera, estaba otra vez allí, construyendo un nuevo castillo de arena.
Viedo todo negro, Balduino espoleó a Svartwulk y alcanzó al niño en pocos segundos.
-¡Tú y tus benditos castillos de arena, mocoso! ¿No tienes remedio!-vociferó-. ¿Dónde demonios están tus padres?
-Oh-oh-murmuró Hansi, encogiéndose ante el enojo de Balduino-. No tengo Mamá. Mi Papá está trabajando. Es pescador.
Hansi Friedrikson tenía nueve años por aquel entonces, y sueños infantiles de vida aventurera. Ahora bien, para él la aventura, al menos por el momento, se hallaba en Vindsborg, ya de la mano de rudos piratas, ya de la mano de Caballeros de brillante armadura. Así que Balduino era muy iluso al suponer que se libraría de él así nomás, y en ese momento lo asaltó precisamente esa amarga sospecha. ¿Tendría, encima, que convertirse en ayo del mocoso? ¿Cómo podría hacer nada teniendo que vigilarlo todo el tiempo?
-¿De verdad eres el Señor Cabellos de Fuego?-inquirió, volviendo sobre su duda del día anterior.. Ay-gimió, al ver que los labios de Balduino, al oír tal apodo, se trasmutaban en fauces de implacable depredador-. Eso no, señor Cabellos de Fuego, eso no, ¡eso no!... ¡En nombre de nuestra misericordiosa Madre y Madre de Dios!...
-Cállate-ordenó Balduino con sequedad.
-Eso no-insistió Hansi-. Bienaventurados los mansos, señor Cabellos de Fuego, porque ellos heredarán la tierra...
-Si te refieres a esta tierra, es toda tuya-replicó Balduino, sarcástico, señalando con su mano la desolación que lo rodeaba-. Te la regalo-y los ojos de Hansi bailotearon en derredor, como a la búsqueda de otro soborno con el que aplacar las iras de Balduino-. Ahora te vas derechito a Vindsborg, y no sales de allí hasta que regrese tu padre.
Era difícil saber cuán seguro estaría Hansi entre trece peligrosos reclusos, pero casi seguramente éstos, por el momento al menos, no le harían daño, ya que por el momento trataban de mostrar una imagen pacífica. En cualquier caso, afuera tampoco era sitio seguro para el niño, con un grifo sobrevolando los alrededores.
Balduino siguió a Hansi mientras éste corría hacia Vindsborg. Al mismo tiempo escudriñó los cielos en busca de la fiera, pero no la vio.
Los seis perros, hasta entonces dispersos, les salieron al encuentro. Svartwulk les bufó, irritado. Perros y caballo habían tenido ya un encuentro poco feliz, que concluyó con los primeros huyendo con los rabos entre las patas luego de que Svartwulk, en son de guerra, golpeteara los cascos contra el suelo.
-¡Arriba, vamos!-urgió Balduino a Hansi al mismo tiempo que desmontaba.
Al pie de la escalinata se hallaba Anders conversando con el viejo Lambert, sentados ambos en el primer peldaño de la misma. Se levantaron para que Hansi pudiera pasar, y él corrió hacia arriba, veloz como rata por tirante.
-¿Cómo llegaron aquí estos animales?-preguntó Balduino, señalando a los perros.
-Vagabundeaban por la playa cuando los recogió Hundi al salir de prisión-explicó Lambert, mirando a Balduino con sus ojos violáceos antes de guiñar el izquierdo en su ya familiar tic-. Son molestos, pero una esposa es peor. Claro que, si no los queréis aquí...
-No, está bien-dijo Balduino-. Anders, tengo que hablar contigo. Espera que lleve a Svartwulk a la caballeriza.
Lambert subió pesadamente la escalinata, dejando solo a Anders hasta que Balduino regresó.
-Vos diréis, señor-dijo entonces Anders, con cierta indiferencia.
Balduino miró el firmamento enlutado por una interminable sucesión de tenebrosos nubarrones y cada vez más ennegrecido por la inminente noche, y dijo algo que su escudero no entendió. Entonces el pelirrojo,. como resignado, se le acercó más a fin de no tener que gritar para hacerse oír por encima del viento.
-Anders, tú eres mi amigo. El único que tengo-dijo; y acto seguido bajó la vista, humillado por sus propias culpas pasadas.
El momento que desde hacía tiempo, íntimamente, venía esperando Anders, llegaba por fin. Se enderezó como un guerrero que se dispone a entrar en combate.
-Vuestro escudero, no vuestro amigo-precisó.
-Nada ni nadie te obliga a obedecerme aquí: Mira a tu alrededor: soy señor de absolutamente nada-respondió Balduino-. Lo que hiciste, lo hiciste porque querías.
-Soy un escudero de la Orden del Viento Negro-masculló Anders-, aunque malditas las ganas que tengo de hablar de viento justo aquí, donde las ráfagas no conceden piedad, ni de negro, pues los días parece que son todos oscuros en este lugar. Tengo mi honor, eso es todo.
-Fuiste mi amigo el otro día-porfió Balduino, con voz humilde.
-Ni hablar-exclamó secamente Anders-. Jamás, jamás sería vuestro amigo.
Sentía el veneno, acumulado y reprimido durante cuatro años de servicio a Balduino, supurándole como el pus de una gran llaga.
-Fuiste mi amigo-insistió Balduino-, aunque yo no haya sabido serlo. Ni de ti ni de nadie.
Fue como si estas palabras desataran una avalancha, como si abrieran las puertas del Infierno y todos los demonios se precipitaran sobre Anders, poseyéndolo.
-¡MIERDA, AL FIN TE DISTE CUENTA, MALDITO PECOSO CARA DE BOSTA COLADA!-rugió-. ¡CUATRO AÑOS, CUATRO PUTOS Y MALDITOS AÑOS PENDIENTE DE TODAS Y CADA UNA DE TUS ESTÚPIDAS EXIGENCIAS, TODO PARA TERMINAR AQUÍ! ¡PERO AHORA ME VAS A OIR!...
En el interior de Vindsborg, cuya puerta estaba entreabierta, Hundi, Honney y Adam se afanaban por escuchar, aprovechando que ni Thorvald ni Karl se hallaban allí en ese momento.
-¿Qué dicen, qué dicen?-preguntó Adam.
-¿Cómo voy a saberlo, idiota?-preguntó Honney, sin gritar pero con voz de fiera malhumorada-. El viento no me deja oír... Parece que están gritándose... El chico bonito, por lo menos, parece enojado... El matrimonio feliz se rompió.
-No me hables de matrimonios, por favor-gruñó Lambert, quien sentado en el suelo, para distraerse, daba forma a una piedra caliza con un improvisado punzón.
Hundi lo miró con curiosidad.
-Siempre me pregunto-confesó-, si de veras tu mujer habrá sido la bruja que tú dices.
-¡Ja!-exclamó Lambert, sin apartar los ojos de la piedra. Y volviéndose hacia Hundi, añadió:-. Cuando en el Infierno tengas que consolar al Diablo por la arpía que le mandé, ya me dirás tú qué tal era mi mujer.
-Cuidado, el niño bonito viene hacia aquí-gruñó Honney tras asomar la cabeza afuera. Y tanto él como Adam y Hundi fueron a sentarse como los demás, de tal forma que, cuando Anders entró con cara de pocos amigos, todos tenían un aire de lo más inocente.
Pero al rato, cuando Balduino entró también, Hansi, quien había estado en la cocina para fastidio de Varg, le salió al encuentro.
-Te espiaban, señor Cabellos de Fuego-denunció-. El, él y él-y señaló uno por uno a los culpables, que se miraron entre sí y luego al niño con miradas que no le auguraban un buen porvenir.
Ulvgang soltó unas risitas reprimidas. Hundi meneó la cabeza y sonrió también, Adam se puso colorado, Honney gruñó por lo bajo algo acerca de los fisgones y de que había que destriparlos ya desde niños.
Balduino sonrió ligeramente.
-Tu señor padre está afuera, y dice que está harto de repetirte que no juegues solo en la playa ni te acerques a este lugar, salvo en domingo.
Y de repente cayó en la cuenta de lo que acababa de repetir, y se preguntó qué tendría que ver el día domingo con el permiso de Hansi para acercarse a Vindsborg.