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23 noviembre 2009 1 23 /11 /noviembre /2009 18:39



       La lista de desgracias aún no había concluído. Casi enseguida se produjo un recrudecimiento de la piratería. Los Kveisunger o piratas Kveisung eran producto del mestizaje de la antigua población andrusiana y los invasores Bersiker, y aunque aparecen mencionados en las crónicas desde el siglo IX, posiblemente sus actividades databan de mucho antes. Habían establecido puertos y fuertes en varias de las Islas Andrusias. Las ciudades más perjudicadas por sus correrías habían emprendido contra ellos expediciones punitivas tiempo atrás, pero de cinco islas no lograban desalojarlos: Aalsholme, Viskeholme, Mjornsholme, Hammersholme y Eriksholme, llamadas las Kveisungersholmene. En la cuarta de las nombradas se levantaba el infame puerto pirata de Broddervarsholm, definitivamente destruido, siglos más tarde, por Kjartan Maartenson de Drakenstadt. Pero a mediados del siglo X los Kveisunger estaban en pleno apogeo, y Broddervarsholm era irreductible, gracias a la solidaridad que unía a los piratas ante un enemigo común. Por lo demás, los capitanes Kveisunger eran orgullosos e individualistas, y no muy afectos a someterse a la autoridad de otro, aun tratándose de un par suyo. Sin embargo, a lo largo de su Historia los Kveisunger llegaron a aunarse casi por completo en tres ocasiones, al mando de otros tantos temibles individuos: primero bajo Sundeneschrackt, "el Terror de los Estrechos"; la última vez, bajo Daudsjarl, "el Príncipe de la Muerte". Entre uno y otro, en 957, era ahora el turno de Blotin Thorfinn, "Thorfinn el Sanguinario".

      Por esos días tan trágicos, las barcas pesqueras de los grandes puertos zarpaban también en flotas, razonando que de esta manera disminuiría el riesgo de ataques de monstruos marinos. Otro tanto hacían las escasas naves mercantes que por entonces continuaban funcionando en Andrusia Occidental. Se llegó a la conclusión de que motivos similares podían tener los Kveisunger para unirse, por segunda vez, bajo la autoridad de un solo hombre; si bien, como en las otras ocasiones, un cierto número de naves piratas se mantuvo al margen.

 

      En julio de 957, Blotin Thorfinn lanzó sus naves contra Drakenstadt., en un intento de saqueo. Pero la ciudad, rica, orgullosa y guerrera, ya había sido saqueada por los Kveisunger al mando de Sundeneschrackt en 946, un revés que había hecho tambalear su prestigio y su confianza en sí misma y que aún  le dolía en su amor propio. Sundeneschrackt se había llevado un buen botín, causando grandes daños.  Aun ahora, Drakenstadt rumiaba venganza y casi anhelaba un segundo intento por parte de los piratas. Por lo tanto, Blotin Thorfinn halló enconada resistencia, y debió partir con un botín exiguo y fuerzas mermadas. Sus malandanzas, sin embargo, no terminaron allí, y dirigió sus naves, ahora más exitosamente, contra Gullinbjorg, Vestvik y Svendstrand. Quiso luego ir más hacia el Este, pero una flota que lo esperaba en pie de guerra en Bersiksbjorg lo hizo retroceder. Mientras tanto, los señores de Norcrest, Ulvergard y Führinger decidieron unir sus naves a fin de darle caza.

 

      La nobleza y los guerreros de Andrusia Occidental, habitualmente jactanciosos, se mostraban reservados y sombríos ante tanta desgracia junta. El pueblo no tardó en notarlo, y se preguntó el motivo. Ni los príncipes ni sus tropas acostumbraban amilanarse fácilmente, pero en los ojos de muchos de ellos se leía un auténtico e inexpresable miedo. Obviamente no se trataba de los grifos, ni de los monstruos marinos, ni de los piratas Kveisung; nada de esto era capaz de doblegar el coraje de los paladines de Drakenstadt y Ramtala, aunque se presentara todo a la vez. Y sin embargo, ¿cómo podía explicarse, por ejemplo, que el hermano del Conde de Ulvergard, que se llamaba Thorstein Eyjolvson y a los treinta y cinco años seguía siendo un aventurero tarambana, valeroso y charlatán, de golpe y porrazo se mostrara taciturno y como agobiado bajo el peso de una enorme responsabilidad, y despachara correos a diestra y siniestra? La gente sentía que, por algún motivo, se le escamoteaba información.

 

      Por aquel entonces la lucha contra los piratas continuaba librándose, y muy exitosamente. Los bastiones piratas del Sur de las Kveisungersholmene no eran más que ruinas, y las costas parecían seguras. La flota de Thorfinn el Sanguinario continuaba existiendo, pero había sufrido infinidad de reveses y todo indicaba que se mantenía errante por los mares, sin atreverse ahora a intentar nada contra los puertos del continente. Subsistía, sin embargo, Broddervarsholm, el más poderoso reducto Kveisung, adonde quedaban suficientes capitanes piratas independientes y adonde el mismo Thorfinn podía volver en algún momento a lamerse las heridas antes de lanzarse nuevamente a la carga. El grueso de la flota que acosaba a Thorfinn decidió, por lo tanto, atacar y destruir Broddervarsholm, pero tres naves fueron enviadas de regreso al puerto de Ramtala, cargadas de botín recuperado de los piratas y con numerosos Kveisunger prisioneros en las bodegas.

 

      Y en verdad, de las mazmorras donde ahora se interrogaba a estos prisioneros piratas estaba brotando una información inquietante, que se iba confirmando poco a poco. Esa información constituía la pieza que faltaba para terminar de armar el rompecabezas que explicaba los sucesos de aquel año pero, de momento, se prefirió mantenerla en secreto. Sin embargo, los héroes de la lucha contra los piratas  vueltos a Ramtala en eses tres naves no habían regresado  jactanciosos, sino adustos y tensos, como frente a un gran peligro y preparándose para un fin inminente, y por esto comprendió el pueblo que las cosas de verdad estaban mal, aunque quisiera hacerse creer lo contrario. Además, estaban reforzándose murallas y construyéndose catapultas. Con gran discreción, se evaluaba con la mirada a los hombres sanos, como considerando la posibilidad de engrosar con ellos las tropas; y en Norcrest, donde las reservas auríferas parecían inagotables, directamente se invitaba a los jóvenes a formarse en las armas, ofreciéndoles salarios que a veces triplicaban la paga normal de los soldados novatos.

 

      La opresiva atmósfera alcanzó su clímax cuando algunos advirtieron las lejanas llamaradas que de noche se veían en algunas islas. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Hasta entonces, el pueblo, contra toda evidencia, había intentado mostrarse optimista. Al fin y al cabo, si los puertos estaban padeciendo una racha de auténtica mala suerte, al menos a veces una calamidad anulaba otra; como cuando en Gullinbjorg una nave de Blotin Thorfinn, quien a la sazón atacaba dicho puerto, se alejó imprudentemente del resto de la flota y fue hundida por un monstruo marino. Y los grifos estaban dejando de ser peligrosos en algunos puntos de la costa donde varaban más a menudo ballenas y delfines, puesto que se nutrían de la carne de esos animales, hartándose tanto que, en ocasiones, se les dificultaba remontar vuelo. Pero aquellas  llamaradas, que unos atribuyeron a incendios en las Kveisungersholmene (provocados sin duda por la flota que hostigaba a los piratas), para otros eran volcanes entrando en erupción, uno tras otro. Algunos insistían en que esos fuegos, lenta y paulatinamente, se acercaban hacia el Sur.

 

      Este nuevo misterio acabó de transtornar a algunas personas, que pronto contagiaron sus temores a otras, en una alarmante oleada de histeria colectiva. Se afirmó que el fin del mundo estaba cercano; que los acontecimientos que se estaban desarrollando eran las primeras señales; que las autoridades temían que la bestia 666 se hallara próxima a surgir del océano. Las iglesias se atestaron de gente temerosa que invocaba la clemencia de los Cielos.

 

 

      Por fin, el 8 de diciembre de aquel año, la flota enviada para acabar con Broddervarsholm retornó a Ramtala sin haber cumplido con su misión y trayendo noticias estremecedoras, pero que al menos confirmaban las revelaciones obtenidas de boca de los prisioneros Kveisunger en las mazmorras, arrojando luz sobre los sucesos de aquel año tan inusual. Erlendur Ingolvson, el joven comandante de la flota, no había estado de acuerdo con el hermético silencio impuesto por las autoridades acerca de las sospechas que se barajaban en torno a dichos sucesos, pero finalmente juró no hablar porque en ese entonces, de cierto, nada se sabía. Sin embargo, ahora que disponía de datos concretos, consideró su deber enterar al pueblo de lo que había visto con sus propios ojos; y fue lo que hizo  ni bien pisó tierra firme, iniciativa ésta que más tarde le acarreó muchas dificultades.

 

      Ingolvson contó que la flota bajo su mando surcaba el Hammersholmsunde, el canal que separaba las islas llamadas Viskeholme y Hammersholme, cuando ocurrió el hecho que lo decidió a hablar. Los barcos navegaban, naturalmente, con proa hacia Broddervarsholm, decididos a acabar con el más poderoso reducto Kveisung; pero jamás llegaron allí, porque en el Hammersholmsunde avistaron una solitaria nave pirata que avanzaba hacia su encuentro, doblando el Jotunviken, el cabo más occidental de Hammersholme. Cuando los piratas divisaron la formidable flota enemiga que se les venía encima, retrocedieron, doblaron una vez más el Jotunviken y navegaron hacia el Norte a fuerza de brazos, ya que la dirección del viento no era favorable. La flota de Erlendur Ingolvson  llevaba ya bastante tiempo navegando, y sus tripulantes estaban exhaustos. Pero él, pese a su juventud, sabía cómo extraer energías en sus subordinados cuando no las había; y de inmediato, los remeros de la nave capitana bogaron con renovados bríos, lanzándose en persecución de los fugitivos tras una encendida arenga de su comandante. El resto de la flota hizo lo propio, al sonido del cuerno y el redoble del tambor.

 

      Ahora bien, al doblar los piratas el Jotunviken, la nave había quedado momentáneamente fuera de la vista de sus enemigos. Cuando éstos la divisaron nuevamente, advirtieron que se aproximaban al barco lo que parfecían tres enormes drakkars. Eran  éstas naves ya pasadas de moda, con proas en forma de cabeza de dragón, muy usadas por el pueblo Bersik en sus tiempos de conquista y pillaje; pero ahora hacía décadas que no se las veía en los mares. Resultaba extraño, por consiguiente, verlas reaparecer allí, en el Hammersholmsunde. Pero una parte de los hombres al mando de Ingolvson provenía de Drakenstadt, donde se creía que los barcos hundidos de sus antepasados emergían tripulados por marinos y guerreros esqueléticos para ayudar en momentos de peligro; de modo que, para muchos, aquella visión era un buen augurio, y prorrumpieron en gritos jubilosos ante ella. Otros quedaron confundidos, ya que notaron que el velamen de los supuestos drakkars se extendía en forma horizontal, no concordando con lo que se creía recordar de tales embarcaciones. Pero cuando de las supuestas proas de los hipotéticos drakkars brotaron sendos chorros de fuego y brea candente, no hubo lugar a dudas: no se trataba de tres naves de guerra, sino de otros tantos gigantescos, voraces y temibles dragones de carne y hueso.

 

      Erlendur Ingolvson, el único que esperaba algo así por estar al tanto de los informes secretos, ordenó a la flota detener de inmediato la marcha, pero se opuso tajantemente a la idea de regresar a Ramtala de inmediato. No era que no tuviese tanto miedo como sus hombres; al fin y al cabo, ante él había enemigos de cuidado y mal conocidos. Pero confiaba en el poder de disuasión de su flota, y pensaba que una fuga, en aquellos momentos, era mala idea. Por lo que él sabía, en los canales de las Islas Andrusias no había sólo tres dragones, sino una cantidad pavorosamente mayor; y si toda una flota escapaba de sólo tres reptiles, éstos se envalentonarían y, en número más grande, podrían animarse a atacar las costas. Así que, haciendo uso de toda su autoridad, logró mantener a la flota unida e inmóvil allí donde se había detenido, mientras los tres dragones atacaban la nave pirata. Ante sus ojos, las fieras devoraron a los Kveisunger e incendiaron primero el velamen y luego el resto de la embarcación; y luego desviaron su atención hacia la flota que, desde la distancia, los aguardaba en actitud desafiante.

 

      Los dragones lanzaron furiosos rugidos que resonaron en ese tramo del Hammersholmsunde, y aun más allá. Al oírlos, Erlendur Ingolvson pasó instantes penosos, ignorando si los rugidos distantes que llenaban el aire eran meros ecos, o respuestas de otros dragones a la voz de los primeros y, en este último caso, si su función  era reunir al grupo entero de monstruos para atacar en gran número, o apenas  intimidar. Erlendur, indeciso, vacilaba entre ordenar a la flota permanecer en su sitio, o hacerla zarpar de regreso a Ramtala. Cualquier medida que se tomara podía acarrear un desastre del que él sería el único responsable. Finalmente, optó por seguir allí, pero dispersando un poco los barcos para que éstos dispusieran de mayor maniobrabilidad en caso de verse corzados al combate, y también para dejar libre una salida por la retaguardia si a los reptiles se les ocurriera rodearlos.

 

      Una hora más tarde, tiempo durante el cual hombres y dragones no hicieron más que estudiarse mutuamente con desconfianza, los reptiles se marcharon y Erlendur Ingolvson, con cautela y temiendo que la partida de los monstruos no fuera más que una treta, ordenó el regreso a Ramtala. Tenía los nervios hechos trizas, y la firme convicción de que ya no era sabio ni honesto continuar ocultando al pueblo la presencia de dragones surcando los estrechos de las Islas Andrusias, y próximos, quizás, a atacar el continente. También sabía que la noticia podría sembrar el pánico entre la población, que tal vez las autoridades continuaran negándose a hacerla pública hasta que el peligro estuviera ya ante los muros de las ciudades y castillos costeros y que, si él rompía su juramento de silencio, se exponía a ser castigado incluso con pena de muerte. Se mostraba además muy pesimista respecto a las posibilidades que había de vencer a los dragones, en caso de que éstos atacaran en masa. En definitiva, no sabía qué hacer.

 

      Sin embargo, fue serenándose a medida que la flota se acercaba a Ramtala, tal vez porque tomó conciencia de que, en el Hammersholmsunde, había procedido con cordura y valor frente a un enorme peligro, y no le había ido mal. Eso renovó su coraje y lo mantuvo firme en su resolución de quebrar el silencio. Frente a una multitud espectante narró, en el puerto de Ramtala, lo que él y sus hombres habían visto, y su relación con todos los anteriores sucesos de aquel año. Sus palabras fueron recibidas con miedo creciente; pero entonces siguió una larga arenga, de aquellas que sólo Erlendur sabía hacer, pronunciada con bravura, y que concluyó de esta manera:

 

      -Lo que hizo huir a grifos, ballenas y monstruos marinos, no nos hizo huir a mis hombres ni a mí; ¡y lo que está sembrando la ruina entre los piratas tendrá que rendirse ante las invencibles murallas de Ramtala, Drakenstadt, Helmsberg y el resto de nuestros legendarios y gloriosos puertos!

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