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2 junio 2011 4 02 /06 /junio /2011 22:20

      A cada hormiga le llega su Formitox, rezaba cierta publicidad muy difundida en otros tiempos por la televisión Argentina, creo que ya no tanto ahora (y es más, ni sé si sigue existiendo el producto, así de desactualizado estoy); y la frase se hizo célebre en referencia a autores de malandanzas que recibían su justo castigo. Y en el Mar de Nerdel no podía suceder menos con Sundeneschrackt y sus secuaces: un buen día les salieron al cruce unos cuantos tipos dispuestos a ponerlos en su lugar, y liderándolos estaba un hombre enorme en cuanto a talla física y mucho más enorme espiritualmente, un verdadero modelo de integridad y valor: Thorvald Hanson. Los Kveisunger seguramente no captaron en seguida la que se les venía encima, hasta que el asunto empezó a ponérseles fulero de veras. El último año de enfrentamientos navales entre la flota de Sundeneschrackt y la de Thorvald fue particularmente encarnizado, y por último los piratas fueron derrotados del todo en Svartblotbukten. Pero Thorvald ya no era joven y encima había quedado manco durante alguno de esos combates, y no se acercaba al modelo de héroe generalmente aceptado; de manera que la gloria terminó llevándosela un joven físicamente apuesto pero ya menos bello por dentro, Einar Einarson. No sabemos de qué modo lo logró, pero seguramente la adulación y la corrupción tuvieron mucho que ver. Corrupción que también permitió a los piratas sobrevivientes librarse de la horca... Para Thorvald, un hombre decente, debió ser desmoralizador hasta lo inexpresable ver derrumbarse todos aquellos valores en los que creía. Luego de humillarse poniéndose durante un breve tiempo a las órdenes de Einar en Kvissensborg, cambió de ocupación y vivió durante diez años en Freyrstrand con su amigo Karl, haciendo quién sabía qué.

 

         Al cabo de esos diez años, Einar los hizo llamar para ofrecerles un trabajito que sin embargo, y a lo que parece, era ad honorem: cuidar de un grupo de presidiarios que irían a prestar servicios en Vindsborg. Es dudoso que Einar les haya ofrecido, además, una paga. Posiblemente jugó con la moral de ambos, insinuándoles que si aquellos convictos se fugaban, la región estaría bajo una grave amenaza, y que los hombres más indicados para evitarlo eran ellos. Sea como sea, Thorvald y Karl, que habían vivido diez años sin otra preocupación que ganarse el sustento -y alejados por lo tanto de dilemas morales-, aceptaron. Posiblemente extrañaran los líos de otros tiempos o quizás, como ellmismo Thorvald diría a Anders, sentían curiosidad por ver qué se había hecho de sus viejos enemigos. Fue Thorvald, por otra parte, quien decidió quién salía de la cárcel y quién quedaba adentro, salvo Tarian, que quedaría encerrado sí o sí. El mismo Thorvald da la pista de ello, al explicar, también a Anders, que había preferido que saliera incluso un inútil como Adam antes que Kehlensneiter, que temía que resultara incontrolable. Seguramente no había demasiado para elegir, casi todos los prisioneros eran Kveisunger o Landskveisunger, y estos últimos quedaban descartados por sanguinarios. Pero en cualquier caso, no es difícil presumir que el primer hombre señalado a dedo por Thorvald para integrar la dotación de Vindsborg fue su viejo enemigo, Ulvgang Urlson, Sundeneschrackt.

 

          Los años pulen a veces las diferencias más irreconciliables. Ulvgang, de la boca para afuera, decía que Thorvald había sido un tonto por no aceptar el soborno que finalmente fue a parar a manos, entre otros, de Einar; sin embargo, éste no tuvo empacho en traicionar también a Ulvgang, no cumpliendo del todo su parte del trato. Cuando no se tienen amigos verdaderos, ni cómplices confiables, el respeto se lo lleva el adversario leal, en este caso Thorvald. En cuanto a éste, seguramente se había llevado tal chasco con la gente en apariencia honesta diez años atrás, que hasta a Ulvgang prefería. Así que El Terror de los Estrechos aceptó sin problemas ponerse bajo las órdenes de Thorvald, de quien se hizo, casi, amigo; y sus hombres son conscientes de que desafiar la autoridad de Thorvald equivale a retar la del propio Ulvgang, y también le obedecen sin peros de ninguna clase. Lo que no quiere decir que Ulvgang no siguiera considerándolo enemigo y conservara, al menos al principio, cierto lógico recelo hacia Thorvald, quien intuía que él y sus secuaces tramaban algo, aun sin saber exactamente qué.

 

          Luego llegó Balduino, grosero e insolente y para colmo defraudado del sitio al que había ido a parar. Con Thorvald y Karl se mostró insultante, pero los agravios de un mocoso maleducado son nada para un grande, así que se limitó a mirarlo con desdén y a sugerirle que ni se molestara en ir a quejarse a Kvissensborg. Claro: él sabía qué bazofia era Einar, pero Balduino lo ignoraba, así que no le hizo caso y le fue como la mona. Recibió el papá y la mamá de todas las palizas. Pero hay palizas saludables: en lo sucesivo, el pelirrojo mirará mejor a Thorvald y verá más allá de la vejez de éste y de la mano faltante: en los ojos duros y helados del gigante será como si viera su propia conciencia dictándole sus deberes. Muy raro será que se atreva a contrariarlo, por más que técnicamente sea Balduino quien manda. Y es que algunas personas de edad avanzada han asimilado provechosas lecciones de la vida, acumulando una sabiduría que parece empequeñecerlo todo; y Thorvald es una de esas personas. Mirando mucho lo mismo a Balduino que a Anders, consigue aquilatar debidamente a uno y a otro; y en la única ocasión en que ambos se trenzan a puñetazos antes de hacerse amigos, es él quien litiga entre ambos, sin que ellos se atrevan a chistar siquiera, reprendiendo a cada uno por lo que corresponde y excusándolos en la medida en que lo cree justificado. Sabe en qué medida puede exigirle a cada uno, y que Anders en realidad es bastante tarambana y quizás nunca sea tan buen Caballero como Balduino; pero también hasta cierto punto, porque cuando considera que ha llegado la hora de que Anders asuma definitivamente responsabilidades, deja de llamarlo pichón, de alguna manera un indicio de que ya no será tan indulgente con él. Con Balduino, en cambio, es ya muy riguroso casi desde el principio. Cuando lo está haciendo todo correctamente, el pelirrojo, para el, es muchacho; el uso del nombre de pila del susodicho implica ya que algo no anda bien, y cuando ese mismo nombre es, no pronunciado, sino rugido, es que se pudrió todo, y entonces Balduino acude ante él empequeñecido y preparándose para una severa llamada al orden.

 

          Thorvald nunca se casó, un poco porque en su profesión era muy factible que su esposa quedara prontamente convertida en viuda; puede que también, aunque no lo diga, que no haya encontrado a la mujer indicada. La que podría haberse acercado a sus parámetros, Ursula, llegó demasiado tarde a su vida: nada más lógico para un hombre gigante que tener por compañera a una mujer gigante. Ursula misma insiste en que el único hombre de verdad que hay en Vindsborg es Thorvald; los otros le resultan casi unos enanitos chistosos. Por otra parte, no es casual el hecho de que menstrue por primera vez tras masajear por primera vez a Thorvald; da la impresión de que su cuerpo sólo recuerda su sexualidad femenina al contacto con ese único hombre de verdad que hay en Vindsborg. Sin embargo, si bien Thorvald se deja mimar por ella, no la anima a avanzar más allá, ni amaga él mismo realizar ese avance. Conociéndolo, posiblemente considere impropia, indecente o cuando menos ilógica una relación erótica entre dos personas de edades tan dispares, por más que él se conserve bastante bien para su edad y ella no parezca una adolescente.

 

          En la primera versión de El señor Cabellos de Fuego, sin embargo, Thorvald era bastante diferente, más parecido al personaje que finalmente acabó siendo Karl: un tipo muy cuidadoso del protocolo y al que, por esa misma razón, los Kveisunger respetaban sólo a medias. Esto era medianamente coherente si tenemos en cuenta que en aquella primera versión, accidentalmente, aquéllos habían quedado retratados bajo un aspecto casi caricaturesco, muy poco acorde con su condición de reclusos peligrosos; pero cuando volvieron a ser como habían sido concebidos, sonaba absurdo que incluso alguien como Einar los colocase bajo una custodia tan insegura. Fue entonces cuando se agregó la historia previa de Thorvald y Ulvgang: la lucha entre las flotas de uno y de otro, la rendición en Svartblotbukten, la traición de Einar y todos los detalles en torno a estos hechos. Simplemente fueron surgiendo, no fueron incluidos adrede. Y es que para manejar a Sundeneschrackt y su banda se necesita una mano firme. Thorvald tiene una mano así, una sola... Y le basta y le sobra.

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20 diciembre 2010 1 20 /12 /diciembre /2010 17:42
      La verdad sea dicha: Dunnarswrad me encanta. Tal vez porque cuando sea pudre de que los demás digan gansadas y habla él, nadie se anima a contradecirlo. Quizás porque no se achica ante las jerarquías, en lo que tiene sin duda mucho que ver el hecho de que las jerarquías se vean demasiado pequeñas al lado de ese energúmeno. A lo mejor porque es práctico y prefiere siempre ver qué se puede hacer en vez de quedar lamentándose por la desgracia de turno. Puede, cómo no, que porque es un tanto acomplejado -algo que, quizás, no se note tanto en este primer volumen de la trilogía-, y ese punto vulnerable en alguien de tan temible aspecto mueva un poco a la ternura. Por lo que sea: la verdad es que me encanta. Sin embargo, inicialmente no estaba prevista su aparición en éste ni en ningún otro libro, excepto, y sólo mencionado, en uno que transcurría en Drakenstadt unos tres siglos después de aquella primera guerra contra los Wurms. Incluso entonces, sin embargo, la mención que de él se hacía ocupaba muy poco espacio. Dunnarswrad apareció en El señor Cabellos de Fuego cuando empecé a sospechar que la descripción de las tranquilas vidas de Balduino y sus amigos en Freyrstrand, sumamente light, hiciera olvidar a los lectores que el argumento transcurría en medio de una guerra espantosa. Entonces empecé a intercalar en el relato episodios que transcurrieran en Drakenstadt o Ramtala, mostrando esa guerra en toda su crudeza. Maarten Sygfriedson, que en el libro ambientado en Drakenstadt al que hacía referencia más arriba aparecía mencionado como uno de los héroes de esa guerra, debía por fuerza intervenir; y me acordé entonces de alguien de quien se decía que había sido amigo de Maarten, Hreithmar Hjalmarson, apodado Dunnarswrad. Dado que dicho apodo significaba cólera del trueno, era evidente que tenía que tratarse de alguien muy propenso a la ira. Se me ocurrió que tenía que ser alguien de muy buen tamaño y, sobre todo, muy feo, cosa que cuando lo acometiese el furor, en su entorno todos empezaran a temblar. Para hacerlo más pintoresco todavía pensé que algunos rumores podrían postular que entre sus ancestros había al menos un ogro, cosa de justificar lo mismo su fiero aspecto que su carácter de los mil demonios. 

      Hreithmar no sólo asusta mucho, también se hace odiar a veces por quienes lo tienen cerca, y ése es el caso, por ejemplo, de los muchachos del Leitz Korp, a quienes él no concede piedad a la hora de entrenarlos. Al menos, ésa es la primera impresión. Pero quizás un poco porque no cualquiera soportaría ese terrible entrenamiento y eso les inspira cierto orgullo, y otro poco, también, porque terminan dándose cuenta de las verdaderas intenciones de Dunnarswrad, sus sentimientos hacia él cambian mucho con el tiempo. Cuando el Día de la Gehenna Drakenstadt parece irremisiblemente perdida, les llega la hora de despedirse: los chicos del Leitz Korp deberán escapar hacia el Sur para alertar a la población de que los Wurms han destruido la ciudad y tratar de organizar la defensa o la huida (en lo personal me tentaría más esta última posibilidad). Entonces les llega el momento de poner en práctica todo lo que Dunnarswrad les enseñó para sobrevivir. En los pantanos del Sur de Drakenstadt, infestados deThröllewurms, habrá cuando menos uno que se acuerde, agradecido, de las "torturas" a las que lo sometía el medio ogro, y que ahora le permiten salvar su propio pellejo. Seguramente no será el único. Da la impresión, por otra parte, de que habían llegado a sentirse protegidos en cierta forma por él, porque a la hora de la despedida corren abundantes lágrimas. El mismo Hreithmar, que tan duro parece por fuera, queda preguntándose qué será ahora de sus cachorros de monstruo.

      Es también durante el Día de la Gehenna cuando tiene lugar el célebre momento en que Calímaco se llena de terror en el frente de batalla y se echa a llorar con desesperación. Hreithmar lo amenaza, lo insulta, le grita; lo alza en vilo, lo sacude y, en suma, lo asusta más que los propios Wurms. Más tarde, ni recuerda haberlo hecho. Y es que, ya se ha dicho, se trata sobre todo de un hombre práctico y, por qué no decirlo, bruto. A él no se le pueden pedir discursos floridos ni nada que se le parezca. Y para colmo, es un momento de crisis: los Wurms están a punto de abrirse camino a través de Drakenstadt y devorar a sus habitantes o achicharrarlos merced a sus chorros de fuego y brea en llamas. En esas condiciones, no se puede andar con demasiados rodeos. El miedo de Calímaco es como una especie de foco infeccioso que hay que erradicar urgentemente, antes de que se expanda, porque si el terror gana a los defensores de la ciudad, los Wurms tendrán que esforzarse poco para tomarla. En ese contexto, la reacción deDunnarswrad no tiene más objeto que evitar que el terror cunda. Tal vez es en buena parte gracias a él, indirectamente, que la ciudad termina salvándose. Pero no puede esperar -ni espera-agradecimiento por ello. Sabe que nunca será un héroe grato o popular. Maarten, aunque feo, al menos es gentil; él, ni eso.Parece muy, muy malo, y es muy feo y bruto. Con semejante mala imagen, muy pocos estarían dispuestos a aclamarlo.

      Se debe reconocer que a veces es bastante tonto, y muy particularmente cuando se pone emocional. Un ejemplo de lo dicho es el motivo de su querella con Edgardo de Rabenland. La cosa empieza cuando un mensajero, entre la indignación y el susto, lleva a Drakenstadt noticias no del todo fidedignas, según las cuales la banda de Sundeneschrackt está de nuevo en libertad. Balduino aparece como responsable de dicha liberación, pero además se lo acusa de dar a un perro pulguiento y sin raza el nombre de Gudjon, insultando así a uno de los más grandes héroes de Drakenstadt, orgullo de la ciudad. Dunnarswrad se toma ambas cosas muy a pecho, aunque por otra parte no es el único: toda Drakenstadt se ofende muchísimo por lo que considera un doble ultraje. En lo sucesivo, Edgardo será chivo expiatorio por esta afrenta, y muy especialmente, durante cierto tiempo, con Hreithmar. Pero igual no llega la sangre al río: ambos terminan haciendo las paces, obligados un poco a ello por los amigos que tienen en común.

      Eso de amigos quizás merezca alguna aclaración, porque Hreithmar no tiene muchos. En realidad, el único que le queda ahora es Maarten Sygfriedson, y ahora que éste encontró una compañera, ya no pasan tanto tiempo juntos. Esto lo lleva a tratar de encontrar nuevos camaradas, y eso lo lleva en cierto momento, incluso, a llevar a la taberna, casi a la rastra, a Ignacio de Aralusia, quien a su manera siente aprecio por el medio ogro, pero no tiene nada en común con él, y menos todavía en materia de diversiones. Es que Hreithmar se siente solo. Es la pieza que no termina de encajar en ningún rompecabezas. Este hecho quizás influya a la hora de deponer las hostilidades con Edgardo. Este, por su parte, no conserva mucha simpatía por el medio ogro, pero tampoco ve con malos ojos este acercamiento porque, después de todo, están en medio de una guerra, y no conviene echar agua y abono a las diferencias personales. Además, cuando se están diciendo demasiadas tonterías, Dunnarswrad resulta de mucha utilidad para poner orden: ¡A la mierda con tanto palabrerío inútil!, es, más o menos, su frase de cabecera para acallar gansadas. Posiblemente no nos vendría mal contar con algún ejemplar semejante en nuestra vida real...



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4 diciembre 2010 6 04 /12 /diciembre /2010 19:38
      En el año 940 el nombre de Nemorea, más tarde reservado a la baronía homónima, designaba una vasta región ubicada en el extremo centro-occidental de Nerdelkrag, cubierta por frondosos e inexplorados bosques de siniestra fama: se decía de ellos que estaban embrujados, lo que no fue obstáculo para que unos cuantos nobles menores se asentaran allí sin formar cohesión política pero, al menos, gobernando con notable autonomía bajo la protección nominal de la Corona. Sus escasos súbditos eran en general personas malqueridas o directamente indeseables en otras regiones, que creían que allí podrían prosperar o al menos vivir en paz, entre ellos judíos y -se decía- brujas y hombres-lobo. Desde principios de ese año, sin embargo, un gran éxodo de gente venida aproximadamente del mismo centro geográfico del Reino dio qué pensar a los señores feudales de la región. Los recién llegados profesaban creencias más o menos cristianas, pero contaminadas con ideas extrañas, y venían escoltados por una hueste armada de Caballeros -o quizás falsos Caballeros- que llevaban armaduras negras. Los herejes, amparados por los Caballeros del Viento Negro, habían llegado a Nemorea; en el peor momento, según se supo pronto.

      Por aquel entonces, los nobles nemoreos tenían sus propias preocupaciones. En el norte, el Duque Honorio de Pfaffensbjorg codiciaba muy indisimuladamente las tierras nemoreas, y estaba a la búsqueda de un pretexto que le permitiera apoderarse de ellas. Le sería muy fácil porque, para casi todo el mundo, la inmensa región al sur de sus dominios era tierra de nadie.

       El Duque y sus ejércitos eran en sí mismos enemigos temibles, sin necesidad de recibir refuerzos inesperados. Los señores de Nemorea, por lo tanto, se mostraron recelosos tanto hacia los inmigrantes de intenciones declaradamente pacíficas como hacia sus sombríos custodios armados, temiendo que vinieran a apoyar las pretensiones de Honorio de Pfaffensbjorg. Pero su reacción no fue unánime. Algunos parlamentaron con los recién llegados para asegurarse de que no trajeran intenciones solapadas y para tratar de convertirlos en aliados suyos. Otros los expulsaron de muy mala manera de sus dominios. Por fin, hubo alguno que tuvo la idea de informar al Gran Maestre de los Custodios de la Doble Rosa, la única Orden de Caballería laica reconocida por el Rey y de autoridad válida en todo Nerdelkrag. Sin embargo, no informó directamente al Gran Maestre, porq ue por ese entonces dio la casualidad que un Caballero andante estaba de paso en Nemorea, y pensó que éste podría evaluar personalmente los hechos  e informar de ellos a sus superiores. El nombre de este Caballero era Diego de Cernes Mortes.

      Por aquel entonces los Caballeros de la Doble Rosa estaban en franca decadencia moral. Muy pocos seguían sustentando y defendiendo los viejos ideales, y casualmente Diego estaba entre esos pocos. Lo sorprendió la existencia de una Orden de Caballería clandestina; jamás había oído nada igual, ni siquiera imaginado que algo así podía existir. Pero desencantado como estaba de sus cofrades, cuando se entrevistó con algunos de los supuestos falsos Caballeros y advirtió que ellos sí estaban dispuestos a ponerse del lado de la justicia, concibió secretamente el audaz proyecto de apoyarlos y de, a la postre, sustituir a los Caballeros de la Doble Rosa por los del Viento Negro. Era una idea increíble y casi irrealizable... Y entonces ocurrió el estallido del Monte Desolación.

      El Oeste del reino se hallaba recorrido de Norte a Sur por una cadena montañosa conocida como Espìnazo de Lotario, en la que siempre había existido actividad volcánica, pero nada comparable a lo que tuvo lugar ese año de 940. Nadie habría podido imaginar el desastre que estaba en marcha, y menos aún asociar con el mismo al Monte Desolación, que pese a su nombre era un auténtico vergel en cuyas laderas rebosaba la vida. Ni siquiera se entendía el porqué de aquel nombre para un volcán que llevaba siglos dormido; los únicos fuegos que había en aquel pico y en los circundantes pertenecían a los grandes dragones voladores, los Drakes.

      Un día, de buenas a primeras, el cráter del Monte Desolación empezó a echar humo: Los primeros en alarmarse fueron los Drakes, que migraron en su mayoría hacia otras tierras. La mayoría de ellos, pero no todos. Unos pocos se compadecieron de los seres humanos que quedaban expuestos a la ira del volcán. Intentaron prevenirlos pero, por su tamaño, fuerza y fama de enemigos de la Humanidad, los dragones no eran seres a quienes los hombres estuvieran dispuestos a escuchar. Ni bien los reptiles aterrizaban, se los atacaba con ahínco sin darles tiempo a hablar. Esto espantó a otra tanda, pero aun así, algunos se obstinaron en quedarse por si podían ayudar en el desastre que, estaban seguros, se hallaba en marcha; y entre los que se quedaron, había uno llamado Méntor. La disposición de éste hacia la especie humana era excelente, pero por desgracia, en aquel tiempo no hablaba siquiera una palabra en ningún idioma hablado por hombres. Si quería hacerse entender por éstos, se las vería negras.

      Una semana después de haber empezado a lanzar humo, el Monte Desolación estalló. La oleada piroclástica devastó sus laderas; los castillos más próximos se derrumbaron, matando a sus ocupantes, y una aterradora nube de cenizas se vio propulsada a la atmósfera, Tardaría casi un año en disiparse del todo; pero la verdadera nube negra apenas si se asomaba en el horizonte. Los inmigrantes debían reemprender el camino de regreso junto con la misma hueste que los protegía, y acompañados esta vez por la antigua población nemorea. Sufriendo hambre, todas estas personas se dirigieron hacia el Este con intenciones de establecerse en otro sitio Pero se llevarían un chasco; al tratar de cruzar las fronteras, se enteraron de que éstas estaban cerradas. Las baronías limítrofes habían desconfiado lo mismo de herejes que de sus protectores; y ahora, la erupción del Monte Desolación, que también ellos habían sentido, las sonaba a castigo de Dios por haber consentido a aquellas gentes el libre tránsito por sus dominios. Y las huestes del Viento Negro, dispersas en  toda Nemorea -y tal vez diezmadas por la erupción- no se sentían lo bastante fuertes para abrir un camino armas en mano

      Diego de Cernes Mortes, sin embargo, había previsto que las desgracias no habían hecho sino empezar, y despachó veloz un mensaje a través del correo de postas, destinado a uno de sus pocos aliados todavía fiables: el Gran Maestre de las Milicias de San Leonardo, Federico de Knummerkamp. Diego de Cernes Mortes no estaba tan seguro como otros de que el estallido del Monte Desolación fuera un castigo de Dios; y conociendo a Federico de Knummerkamp, sabía que éste compartiría su saludable escepticismo. Así que le escribió resumiéndole toda la situación y pidiéndole que interviniera. Añadía en el mensaje que no sabía quién lideraba a los Caballeros del Viento Negro pero que, según ciertos rumores, era, increíblemente, una mujer.

       Para Federico de Knummerkamp, quien contaba de la relativa confianza del Rey Lorenzo, los Caballeros del Viento Negro no eran un fenómeno enteramente nuevo, ya que había recibido muchos reportes y quejas de sus actividades. Al principio había sospechado que se trataba de un único y mismo impostor que se hacía pasar por auténtico Caballero, pero al constatar que los reportes provenían de lugares demasiado distantes y que, incluso, dos jinetes revestidos de armadura negra se habían visto al mismo tiempo, tuvo que aceptar que se trataba de toda una Orden de Caballería clandestina. 

      Pero el problema era que, en aquellos días, nadie sabía en quién confiar, comenzando por el propio Rey Lorenzo, que pasaría a la Historia como el Terrible y que tenía inclinaciones paranoicas. Las víctimas de las mismas eran supuestas brujas, licántropos y herejes pero, en la práctica, nadie estaba a salvo. Culpaba de su falta de herederos y de la muerte de su primogénito a las brujas porque en su niñez le habían inculcado que éstas eran seres temibles y porque él mismo, en el mejor de los casos, no estaba del todo en sus cabales. Por el Gran Maestre de las Milicias de San leonardo sentía emociones muy opuestas. Desconfiaba de él creyendo que codiciaba el trono, pero a la vez le tenía cierta gratitud porque Federico había puesto su propia vida en peligro en un infructuoso intento de salvar al heredero del trono, fallecido en un accidente de caza. En cualquiera caso, Federico seguía siendo la persona en quien más confiaba, pese a todo. Esto lo hacía objeto de muchas envidias, y unos cuantos habrían estado encantados de poder acusarlo de traición para ocupar su puesto junto al Rey.

      Ahora bien, intervenir abiertamente en Nemorea con sus huestes en defensa de herejes, precisamente acarrearía a Federico cargos de traición, ya que significaba ponerse del lado de aquellos a quienes el monarca se empeñaba en combatir. Cualquier cosa que hiciera, tendría que hacerla a espaldas del monarca. Lo primero que hizo fue una tentativa desesperada, la única que veía a su alcance: escribió a los señores de las baronías noroccidentales solicitando ayuda en alimentos y tropas con destino a Nemorea. Esas baronías permanecían semipaganas, hecho que a menudo les traía problemas y que tal vez hiciera que reaccionaran con simpatía hacia personas hostigadas por su fe. Además, las baronías en cuestión eran tan ricas, que estarían en condiciones de brindar la ayuda solicitada.

      Posiblemente los barones habrían preferido no involucrarse, pero sus hijos eran otro tema. Por aquel entonces había ganado cierta notoriedad un forzudo y carismático príncipe de Drakenstadt llamado Gudjon Olavson. Era literalmente un tiro al aire, amante de las aventuras y la acción. Por suerte su mejor amigo, un príncipe de Ulvergard llamado Thorstein Eyjolvson, era mucho más sensato, aunque la influencia del primero lo volvía también bastante tarambana a veces. 

      Ambos, con un grupo de amigos y un puñado de jinetes armados, cabalgaron hacia el sur. Por desgracia, eran adolescentes y no comprendían la gravedad de lo que estaba ocurriendo, ni que lo que ellos veían como una aventura debía ser más bien una expedición de socorro; de manera que se demoraron bastante. 

      Mientras tanto, el Duque Honorio vacilaba. Nemorea estaba golpeada por una tremenda catástrofe y era el momento ideal para apoderarse de ella, con la excusa de que sus habitantes habían ofendido a Dios; pero a la vez, el botín que podría obtener resultaba poco tentador. Parecía que del cielo jamás acabarían de caer cenizas de la erupción. Para cuando ya había decidido que convenía atacar para apoderarse de aquella tierra devastada en previsión de que un día volvería a ser fructífera, Diego de Cernes Mortes le prohibió hacerlo, invocando para ello una autoridad que en realidad poseía sólo a medias. Esto hizo vacilar de nuevo a Honorio.

      Por su lado, la población sobreviviente de la erupción, detenida en la proximidad de la frontera, padecía hambruna. Se hablaba de víveres que estaban en camino desde el Norte, pero que, en definitiva, nunca llegaban. Al cundir la noticia de que los víveres en cuestión se hallaban cerca, tres personas se ofrecieron a avergiuar qué ocurría; entre ellos, un adolescente llamado Dagoberto de Mortissend. Este no era de Nemorea. Había abandonado su hogar, también él, en busca de aventuras, y terminó hallando demasiadas.

      Los príncipes del Norte, con su pequeña hueste y sus carros con provisiones, se habían detenido en una abadía. Hacia allí fueron Dagoberto y sus dos acompañantes. La frivolidad y estupidez de los príncipes en un momento tan grave los asqueó a los tres; pero a ninguno tanto como Dagoberto de Mortissend, quien les dijo a la cara lo que pensaba de ellos. Así, con el pie izquierdo, empezaron las relaciones de Dagoberto con quienes más tarde serían sus amigos, Gudjon Olavson y Thorstein Eyjolvson; y empeoraron cuando más tarde el propio Dagoberto, adolescente al fin, compartió la frivolidad de los mentados en asuntos de mujeres. Concretamente, los tres, más algunos otros no mencionados, se enamoraron, sin haberla visto siquiera, de la misteriosa Doncella que, según los rumores, dirigía a los Caballeros del Viento Negro, y cuyo paradero era por aquel entonces un enigma. Todos ellos anhelaban conquistarla, y a ninguno le hizo gracia tener tanta competencia; pero el deseo individual de obtener los favores de la dama guerrera motivaría a cada uno a poner lo mejor de sí en medio de aquella crisis. 

      Así comenzó, a grandes rasgos, esa tan famosa epopeya del Monte Desolación que se menciona desde el inicio mismo de El señor cabellos de Fuego. De cómo siguió, no tengo la menor idea, excepto que los emigrantes fueron finalmente puestos a salvo, que Honorio finalmente cayó a sangre y fuego sobre Nemorea, que les hizo pasar un mal trago a los Caballeros del Viento Negro y que en determinado momento, la supervivencia de éstos como Orden de Caballería clandestina dependió del silencio de un judío llamado Benjamin Ben Jakob, al que los hombres de Honorio sometieron a torturas para sonsacarle ciertos secretos. Para Thorstein y Gudjon, que lo habían tratado con cierto desdén, el silencio valiente de Benjamin fue toda una lección. 

      Algunas de estas cosas las fui averiguando mientras escribía El señor Cabellos de Fuego, pero el papel de algunos de los personajes mencionados estaba ya decidido desde antes; el de Thorstein Eyjolvson, por ejemplo. Que sea él el primer personaje que aparezca en El señor Cabellos de Fuego no es casual; me parecía que era una buena ocasión para darles a los personajes de la saga del Monte Desolación una digna despedida. Han pasado dieciocho años desde entonces; algunos ya han pasado a mejor vida, como Federico de Knummerkamp (de éste no sabemos en qué circunstancias), Diego de Cernes Mortes y Gudjon Olavson, estos dos últimos caídos en combate contra los Wurms ante la Puerta Regia de Drakenstadt.. Los que quedan  vivos están muy, muy envejecidos. Dieciocho años son sólo dieciocho años en cifras; en lo que a vivir respecta, algunos cargan en ese lapso con lo que parece el peso de muchos años más. Eran adolescentes idiotas, frívolos, y despreocupados; ahora son hombres que alguna vez soñaron que podían cambiar el mundo, que saben que han fracasado y que, sin embargo, no dejan de intentarlo a sabiendas de que su destino será seguir fracasando. Tal vez no hayan podido hacer del mundo el lugar bello en que querían convertirlo, pero sus almas sí se embellecieron en el intento... O quizás esa belleza interior ya estaba oculta en ellos, como la de una gema en bruto, y la vida se ocupó de pulirla. En El señor Cabellos de Fuego son sólo personajes secundarios; no puedo garantizar que a muchos, o a todos, no se los lleve la Parca. Si esto ocurriera, que no se vea, por favor, como una desgracia. Las personas que sacrifican mucho de sí mismas en favor del prójimo no mueren; sólo son relevadas de sus obligaciones y van a gozar de su merecido descanso y premio. Tengamos en cuenta que, al menos en parte de esas tareas, el relevo de los que se van quizás seamos nosotros mismos, aunque sea un pensamiento incómodo y poco grato.

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29 noviembre 2010 1 29 /11 /noviembre /2010 19:38
      En los primeros días desde su llegada a Freyrstrande, Balduino tuvo que enfrentar unos cuantos problemas inmediatos, la reparación del torreón entre ellos. Para solucionar esto último convocó, a través de Karl, a un hombre que sabía bastante de carpintería, y que acudió a efectuar el trabajo en compañía de su sobrino. El tío saludó quitándose la gorra primero e inclinando ligeramente la cabeza después. Resultó ser Thorstein el Viejo, como se lo apodaba para diferenciarlo del gandul de su hijo, Thorstein el Joven. Resultó ser un hombre que hablaba hasta por los codos, mayormente despotricando contra alguien, y ese alguien era, con frecuencia, su propio hijo. En el futuro, y para salvarse de tanta perorata, Balduino aprendería a esquivar al viejo Thorstein.

      Es muy posible, aunque no se indica que la verborragia del viejo sea una especie de desquite porque en casa no lo dejan hablar. En efecto, a pesar de que no sabemos mucho de la intimidad hogareña de Thorstein, sí sabemos que no tiene mucho dominio sobre Ulrike, su esposa; porque cuando se opuso a que ésta fuera a Vindsborg a abogar por el hijo de ambos, Thorstein el Joven, ella no le hizo el menor caso. Como  las mujeres andrusianas tienen en general carácter fuerte, podemos suponer que no habrá sido ésa la única vez que Ulrike tuvo la última palabra sobre un asunto en particular: Llevando aún más lejos nuestras especulaciones, podríamos deducir que Ulrike no sólo suele quedarse con la última palabra sino, además, con las primeras y las del medio; que monopolice la conversación, en suma. Pero por ahora son sólo suposiciones, y en defensa de Ulrike hay que alegar que, en cualquier caso, ella no figura, parece, entre las personas de las que su marido habla pestes.

        En la situación de Thorstein el Joven, hijo de ambos, hay una nota un tanto tragicómica. Da la impresión de ser un bueno para nada: lo acusan de ser perezoso y mujeriego. Casi enseguida se impone la lógica de que, dado el escaso número de habitantes de habitantes de Freyrstrand -y por ende, de mujeres- la segunda acusación tiene poco fundamento. Un eventual desliz, dos como mucho, y aquello de que Pueblo chico, infierno grande dieron al pobre Thorstein una fama de irredento y miserable casanova que, en realidad, no merece. Sin embargo, haragán sí que es, ¡y cómo!... Y al parecer lo es porque su madre lo consiente demasiado. Según Thora, ello se debe a que antes tuvo otros dos hijos, que murieron. Presumimos que Thorstein el Joven es el último que le queda , ya que  no se menciona que tenga otros. Escribir tiene ese atractivo extra: el de intuir, en base a los detalles que se conocen, lo que va quedando por saber de los personajes y subargumentos.

      Buena parte de esos aspectos, en el caso que nos ocupa, se adivinan a partir del capítulo CXXIV, en el episodio que comienza con Thorstein el Joven solicitando de Balduino que lo incluya en la dotación de Vindsborg, algo que al pelirrojo no lo tienta. Es entonces que asistimos por primera vez al vicio que es marca registrada de Thorstein, mascar resina de abedul. En realidad, no es producto de mi imaginación. La actual costumbre de mascar chicle tiene su origen en aquella. Creo recordar que los restos de resina mascada de mayor antigüedad encontrados hasta ahora datan de hace once o doce mil años pero, como cito de memoria algo leído en un ejemplar deMuy interesante, podría estar equivocándome. En todo caso, se me ocurrió que alguien como Thorstein, que pasaba mucho tiempo holgazaneando, tenía que tener algún mal hábito difícil de dejar (aparte de su pereza, se entiende). Por barato y su semejanza con la actual costumbre de mascar chicle, se me ocurrió que masticar resina era el vicio ideal.

      Para librarse del joven Thorstein, Balduino lo lleva taimadamente a Kvissensborg y lo pone bajo el mando del disciplinado y exigente Hildert Karstenson, quien logra grandes éxitos con él... Excepto en lo tocante a mascar resina. Thorstein, por lo demás, se siente muy a gusto con la vida militar. A veces pasa así: alguien que llevó durante mucho tiempo una vida fácil y cómoda, de golpe tiene que enfrentar desafíos y exigencias y descubre que, en realidad, es ésa la vida que quiere para él.

      Posiblemente en el futuro haya poco más para añadir sobre Thorstein y sus padres, quienes fueron y son personales ocasionales. En realidad, todos ellos son satélites que giran en torno a otro personaje que tiene mayor protagonismo, un sencillo muchacho de campo muy alto y de facciones toscas: Kurt Ingmarson, primo de Thorstein el Joven: obviamente aquel sobrino que el otro Thorstein, el Viejo, llevó como ayudante para reparar la escalera del torreón. De su padre Ingmar, que lleva muchos años muerto, sabemos que Fray Bartolomeo se inició como clérigo en Freyrstrand precisamente para sepultar su cadáver. A través de él sabemos que el difunto había sido un hombre muy querido; y el hijo no le va en zaga. Hay motivos. Es honrado, trabajador, campechano y -definitivamente- muy ignorante de todo cuanto se refiera a jerarquías y protocolos. O eso parece, porque, por muy Caballero que sea Balduino, Kurt no hará ninguna genuflexión ante él, ni nada por el estilo. Ni siquiera lo hizo al verlo por primera vez, aunque su tío hiciera una gran reverencia. No, él le estrechó la mano y lo llamó amigo; y amigo siguió llamándolo de allí en más, aunque para la mayoría de los otros Balduino sea el señor Cabellos de Fuego. Es una gran deferencia. Queda perfectamente claro que Kurt ni en sueños se habría acercado, por ejemplo, a Einar, para estrecharle la mano y llamarlo amigo. Aquel gesto fue, para Balduino, muy reconfortante, porque eran los tiempos en que recién llegaba a Freyrstrand, hambriento de afecto, y en que él y Anders se sacaban chispas. Más que para saludarlo, aquella mano pareció tenderse para salvarlo de ahogarse en un océano de desánimo.

      Casi enseguida, sin embargo, el pelirrojo se da cuenta de que Kurt también tiene rasgos simpáticos pero a la vez exasperantes. Metiche y cabezadura, cuando se le mete algo en la cabeza, nada ni nadie logra sacárselo de ahí; y a veces se trate de absurdos sin nombre. El mismo día en que conoce a Balduino, se emperra en hacerle de celestino; finalmente con éxito, por supuesto, pero previamente sacando de las casillas varias veces al pelirrojo con su insistencia en conseguirle una mujer que lo quiera (Gudrun, bah). Y sin embargo, ¿quién se puede enojar con alguien como él, que en muchos aspectos parece un niño grande? Heidi, su novia, lo adora. Cuando Balduino la saluda por primera vez, besándole la mano, ella se derrite de emoción ante el gesto; pero al que mira con adoración, como si la cortesía viniera de él, es a Kurt.

      Ambos, Kurt y Heidi, aparecieron por primera vez en la segunda versión de El señor Cabellos de Fuego, pero allí se veían muy distintos; más cotidianos y aburridos. Todo el día estaban haciéndose arrumacos, o eso parecía en sus contadas apariciones. Esto puede ser normal en los adolescentes de los tiempos actuales, pero en la antigüedad había que ser práctico y trabajar ya desde muy joven de sol a sol para ganarse el sustento. Además, en la segunda versión eran bromistas maliciosos que se divertían a expensas de los celos de Balduino hacia Gudrun. En conjunto, la imagen era muy apropiada para citadinos modernos, pero no para una pareja de provincianitos inocentones. Así que hubo que modificar la imagen de ambos. creo que salieron ganando en el cambio.

      Del último integrante de la familia de Kurt, su otro primo, Hrumwald Erikson, habría que adelantar demasiado de lo que vendría para describirlo en todos sus detalles. De modo que se hablaré de él recién al finalizar el segundo tomo.
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17 noviembre 2010 3 17 /11 /noviembre /2010 15:16
      Tendría que llamarse Ursula Gunnarsdutter ("Ursula, hija de Gunnar"), princesa de Kaldern; pero se presenta como Gunnarson, es decir, hijo de Gunnar; por lo cual, uno podría sentirse inclinado a pensar que es lesbiana. Pero no. Es un marimacho por su aspecto y su conducta en general, pero algunos indicios discretos tienden a señalar que no sólo es heterosexual, aino que, además, siente alguna atracción por Thorvald. Que éste no acuse recibo es otra cosa: tiene edad suficiente como para ser el abuelo de Ursula. Tampoco se la puede culpar a ella por sentirse silenciosamente atraída por alguien cuya edad está tan poco en consonancia con la suya. Al fin y al cabo, Ursula viene de otro país, geográficamente cercano a Nerdelkrag, sí, pero en el que al parecer son otros los parámetros de belleza masculina y femenina, a menos que la distinta en este aspecto sea ella una vez más. Alta, corpulenta y forzuda, Ursula considera a casi todos los hombres que la rodean como enanitos casi chistosos. Sólo Thorvald la supera en tamaño; desde su perspectiva, el único hombre que podría haber para ella en Vindsborg es él. Sin embargo, hay que estar muy atento para descubrir esta atracción, por demás difusa, que siente por Thorvald. Ella nunca dice nada al respecto y, en cualquier caso, no está enamorada, si enamorarse es estar embobado. Las tonterías que se le puedan atribuir no superan el promedio del común de los mortales, y son atribuibles simplemente a su mera condición humana.

      Ursula llega a Vindsborg sólo porque el barco en el que viajaba, el Valhöll, naufraga cerca de las costas de Freyrstrande y llega a nado, como puede, hasta Eldersholme, adonde la encuentran Balduino y Ulvgang. El chapuzón en agua helada y el subsiguiente enfriamiento pasan de inmendiato su factura en forma de una tremenda pulmonía, que la mantiene en cama durante bastante tiempo, al borde de la muerte. Cuando por fin se restablece, muchos quisieran verla todavía en cama; porque resulta ser en muchos aspectos un enorme fastidio. El primero que tiene que vérselas con ella es Varg, que la ve invadir sin miramientos su feudo: la cocina. Hasta ahí, él es el único que tiene problemas con ella. Los demás tienen más bien motivos para celebrar, ya que sus atormentados aparatos digestivos gozarán por un tiempo de un bienvenido respiro. Pero luego, también otros tienen inconvenientes con Ursula, por otros motivos. Balduino tiene que soportar su insistencia a montar a esa mala bestia que es Svartwulk, a lo que termina accediendo cuando se harta. Claro que cuando el caballo la arroja de la montura, como le había pronosticado, su cortesía y caballerosidad desaparecen en lontananza. Menos bonita, le dice de todo. De ahí en más, Ursula al menos aprende a respetar un poco más a Balduino, al que hasta entonces consideraba, quizás, el más chistoso de los enanitos, porque encima se supone que es el jefe. Claro que hay que decir que el respeto que siente, en general, por casi todo el mundo, es limitado. Es lógico si se lo piensa un poco. Para empezar, es todavía una adolescente, aunque el hecho de que venga en tamaño familiar haga que uno olvide a veces ese detalle; y los adolescentes, ya se sabe, muchas veces son irrespetuosos. Seguidamente, es una princesa. Las princesas, se sabe, suelen tener ciertas ínfulas, pero encima, esta princesa en particular, a diferencia de otras, es prácticamente autosuficiente. No parece extrañar para nada a sus criadas, excepto a la hora de juntar su propia ropa sucia y lavarla. En este aspecto es todo un desastre. Llega a dejar tiradas en el piso sus prendas íntimas exhibiendo magníficamente una prueba concluyente de su condición femenina, los restos de sangre menstrual. Pero en cualquier otra cosa, parece bastarse perfectamente ella misma, superando con excesiva frecuencia a los hombres que tiene alrededor... Y es aquí donde resulta especialmente molesta. En efecto, está inmersa en un ambiente machista; pero ¿qué pueden decirle?: ¿andá a lavar los platos? Qué va. Mejor que vayan ellos, porque cuando se trata de cazar, con frecuencia es ella la que obtiene las mejores presas, y si se trata de trabajar duro, ella lo hace como nadie. Posiblemente sea también más efectiva que la mayoría a la hora de romperle la cara al prójimo, pero encuentra muy pocos voluntarios dispuestos a hacer la prueba ofreciendo su propio rostro. Es más, lo malo justamente que no queda muy en claro si hay que encasillarla como hombre o como mujer; con lo que subsiste la duda de si se le puede dar un buen golpe sin ser considerado un villano y un cobarde por golpear a una dama. Ganas dan, porque a veces se abusa, ¡y cómo! La caza es para ella un gran pasatiempo, pero probablemente lo que más la divierte es sulfurar a Honney, que es un calentón, un leche hervida. También fue un pirata de lo más temible, que posiblemente solucionaba muchos problemas a cuchillazos; pero con Ursula no sabe qué hacer. A veces, él y Andrusier la tienen de aliado (y utilicemos el género masculino, porque en esos momentos la ven como a uno más de la banda); sin embargo, también es frecuente que los acribille con burlas y sarcasmos cuando logra aventajarlos en algo, y como Honney es quien más fácilmente pierde los estribos, se transforma en su víctima favorita. En la discusión acerca de si los delfines son peces o mamíferos, es difícil saber si Ursula, en otras circunstancias, acabaría reflexionando que tal vez sea ella la equivocada; pero queda en cambio perfectamente claro que, mientras Honney sostenga que son mamíferos, ella defenderá la postura contraria.

      Pero si la gente es contradictoria, Ursula lo es más que nadie; y así esta singular y hombruna mujer, capaz de abatir osos y de romperle el pescuezo a un enemigo sin miramientos, se deshizo en llanto una tarde en que dio muerte a una loba sin advertir que estaba preñada. Su dolor y sensación de culpa mpor haber dado muerte a una criatura sin permitir primero que de ella saliera nueva vida puede resultar extraña e incomprensible, pero todos en algún momento resultamos extraños e incomprensibles a los ojos de los demás. Me gustó incluir ese episodio que mostraba su lado más tierno porque, en otro libro posterior a El señor Cabellos de Fuego, volvía a hablarse de Ursula, y aquí se la describía de un modo mucho más espeluznante: era una mala madre que odiaba a su hijo por hacer extensivo hacia éste el odio que profesaba hacia su esposo. En medio de ese odio, su comportamiento era ejemplar, porque se contentaba con dejar a su hijo al cuidado de una nodriza e irse para siempre; luego de lo cual, nada volvía a saberse de ella. No se deleitaba maltratando a la criatura, no intentaba acabar con ella, pero la veía como un fruto de la relación con un hombre que le repugnaba, y no la soportaba. A veces esto ocurre: no somos esencialmente malos o al menos no deseamos serlo, pero un mal sentimiento nos supera y ciega todo lo demás. En este caso, el mal matrimonio de Ursula, y el hijo nacido del mismo, a la larga terminaban desatando cien años de guerra civil. Semejante catástrofe requería de un culpable a quien señalar, y se eligió a Ursula. No había ninguna otra mujer a mano a quien echarle la culpa... Pero como escribió alguna vez Stephen King, a veces las pequeñas historias dicen más que la Historia; y la imagen de Ursula llorando junto a los restos de la loba preñada y muerta por accidente la absuelven de cualquier acusación atribuible más bien a la fatalidad a la tontería de muchas más personas además de la suya.

      Finalmente, quizás valga la pena aclarar que, inicialmente, Ursula iba a ser una mujer muy hermosa, como las fantasías masculinas han querido que sean las mujeres guerreras... Pero esto es algo muy trillado, y me pareció interesante romper con el molde habitual. Porque si algo es seguro, es que Ursula es todo, menos una mujer que se vea muy seguido.
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28 octubre 2010 4 28 /10 /octubre /2010 18:21
      El hecho de que algún personaje tenga escasa intervención en la trama no significa necesariamente que sea poco importante; y para confirmarlo, ahí está ese viejito que apareció en la trilogía sin ser llamado y de inmediato se ganó mi corazón. Como en el caso de Lyngheid, algunos detalles de su pasado pueden deducirse a partir de su presente. Sabemos que está ya muy anciano y achacoso y, aun así, sigue teniendo a su cargo algunas tareas en el Rökkersbjorg, un castillo de Drakenstadt donde se hospedan ahora la mayor parte de los Caballeros venidos a la ciudad para combatir a los Wurms. De hecho, está tan achacoso, que es casi seguro que buena parte de sus responsabilidades teóricas quedan, en la práctica, en manos de otros. Con sus movimientos lerdos y torpes, tardaría siglos en hacer la tarea de un solo día; pero, como sea, en principio él está a cargo, y si algún otro lo suplanta en las tareas, será con su consentimiento. ¿No sería ya hora de jubilar a alguien así? Seguramente, pero algunas personas se entregan a sus tareas con amor y orgullo por lo que hacen, al punto que ellas parecen ser toda su vida; y si durante años las han hecho bien y lealmente, apartarlos de un puntapié sólo porque ya no están en condiciones óptimas para seguir desempeñándolas con la misma eficiencia de antaño puede ser toda una ingratitud y un descomedimiento. Tal debe haber sido el caso de Maese Ulrikson, por lo que se lo dejó en el cargo que ocupaba. Por decisión de quién, no sabemos exactamente; pero como sirve al Duque Olav, que por lo que sabemos es (era, lamentablemente) más bueno que el pan, podemos pensar que él mismo dio la orden.

      Todo fue bien, hasta que llegaron los Caballeros, primero para enfrentarse, supuestamente, a los Kveisunger comandados por Blotin Thorfinn, y luego a una amenaza mucho peor, los Wurms. Los primeros en llegar fueron los de la Orden de la Doble Rosa, los peores. Tantas exigencias y pretensiones reclamaban por su sola condición de Caballeros, que más que gente de guerra parecían -eran- unos maricas, unos nenes de mamá. Seguidamente vinieron sus rivales, los advenedizos del Viento Negro. No cabe la menor duda de que éstos eran más tolerables, porque siendo de origen villano la mayoría de ellos, debían tener menos exigencias y remilgos; pero no sabemos exactamente cuánto más tolerables. Puede que coincidieran con sus rivales en que Maese Ulrikson era un anciano decrépito, obsoleto y rezongón; un Maldito Viejo Inútil. Apenas si podía moverse; ¿para qué servía alguien así?

      Supongo que tan apresurado, lapidario y sin duda tonto juicio era inevitable. Los Caballeros, además de hombres de acción, eran jóvenes en su mayoría. A esa edad no se reflexiona que, algún día, también uno estará viejo, rugoso y lleno de achaques. No debe sorprender, entonces, que su primera impresión fuese tan desconsiderada, especialmente entre los Caballeros de la Doble Rosa, que traen consigo sus ínfulas de grandes señores y que hasta piensan exigir al Duque Olav que los desembarace de ese viejo, que más que ninguna otra cosa es un auténtico e indiscutido estorbo.

      A Maese Ulrikson, parece, tampoco le hizo gracia verse de repente al servicio de tantos y tan insolentes jóvenes. Es hasta probable que sus rezongos fueran una simple reacción lógica a las constantes impertinencias de las que es objeto; porque, por lo demás, casi no habla. ¿Qué pueden hacer los Caballeros contra sus rezongos? ¿Matarlo? ¡Como si le quedara tanto tiempo de vida por delante!... Con cada día que se va, de hecho, se va también un poco de Maese Ulrikson, quien en cualquier momento estará en una nube tocando el arpa junto a San Pedro. Por lo pronto, a veces su cuerpo parece ser lo único que se encuentra allí. ¿Por dónde vaga entonces su pensamiento errabundo? Como permanece en silencio, no hay forma de saberlo. Quién sabe, tal vez en esos momentos su alma se eleve hacia Dios, pidiendole que lo libere de una buena vez de sus ataduras terrenales... Y tal vez Dios le conteste que todavía tiene por delante una tarea más que cumplir en este mundo: proteger a esa horda de muchachos altaneros y desagradables a los que tiene el dudoso honor de servir.

      En cualquier caso, la situación da un brusco giro cuando las huestes de los Caballeros de ambas Ordenes comienzan a ser atrozmente diezmadas por losWurms, que no se dejan impresionar por la sangre azul, a menos que la misma dé un sabor especial a los pobres desgraciados que van a parar a sus fauces. Adiós a la altanería y la fanfarronería, adiós a los anhelos de gloria y adiós a las querellas que separaban a las dos Ordenes de Caballería... Ahora están todos unidos por el miedo y el dolor, nefastas emociones que no harán sino crecer. Ya no quieren ser recordados en cantares de gesta, y les tienen sin cuidado sus fueros y riquezas; agradecidos estarán si viven para contarlo, y más si lo hacen en una sola pieza y no mutilados. No analizan mucho su situación ni sus sentimientos mientras están en pleno combate, pero se vienen anímicamente abajo cuando, en la cuadra, notan la gran cantidad de lechos que han quedado vacíos porque sus ocupantes han hallado una muerte espantosa, inenarrable. Los hombres no lloran, suele decirse, y a lo dicho intentan apegarse los Caballeros . Pero hasta las defensas más resistentes acaban por hacerse añicos, y cuando por fin uno de ellos se desmorona y estalla en lágrimas, elMaldito Viejo Inútil es quien le brinda silencioso consuelo, acariciándole el rostro con sus viejas manos rugosas, como un abuelo lo haría con su nieto.

      En adelante, sólo ante Maese Ulrikson, además de ellos mismos, se permitirán los Caballeros exhibir sus flaquezas, ceder al llanto, admitir sus miedos. Está allí para reconfortarlos sin decir una sola palabra, sólo estando con ellos. Es suficiente. A su lado, los Caballeros recuerdan que en él tienen cuando menos un motivo para, incluso muertos de miedo, enfrentar una vez más a los Wurms, uno más válido que ese Rey indiferente que la pasa de fiesta en fiesta mientras tantos mueren en defensa de su Reino, o que las multitudes descontroladas del Día de la Gehenna.

       A diario, en la vida real, encontramos gente de edad, muchas veces desconocida, que requiere de nuestra ayuda para muchas cosas. A veces nos piden que les leamos prospectos médicos escritos en letras minúsculas. Otras veces, en el colectivo, nos obligan a esperar una eternidad mientras ellos intentan pagar su pasaje y viajamos al final de una larga cola, colgados de la manija de la puerta, mientras ellos intentan en vano terminar de reunir el importe exacto del pasaje o introducir el dinero en la máquina tragamonedas. Inevitablemente terminan volviéndose hacia nosotros con sonrisa tímida, mendigando nuestra ayuda. Y por ayudarlos sufrimos a veces retrasos de todo tipo, pese a lo cual intentamos sonreír en todo momento. No es cuestión, claro, de incomodarlos todavía más dejándoles ver que, efectivamente, asistirlos nos acarrea contratiempos propios.

      Viéndolos, no puedo menos que recordar a Maese Ulrikson, el Maldito Viejo Inútil, que en esta primera parte de la trilogía sólo figuró en un capítulo entre más de doscientos. Y entonces, me asalta la extraña idea de que, quizás, su aparente indefensión sea una falacia y que, en realidad, estemos más necesitados de ellos que ellos de nosotros. Con sus miradas parecen pedirnos que los cuidemos, cuando quizás sean ellos quienes cuiden de nuestra humanidad, de que nuestra compasión no quede atrofiada en la maquinal rutina diaria. Tal vez nos cuiden así, como ángeles guardianes aprisionados en carne perecedera, y aguardando el momento exacto en que el Señor los llame a volar a su Presencia.
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28 octubre 2010 4 28 /10 /octubre /2010 18:18
      Una cosa es segura: alguien como Lyngheid, la hija de Einar, nunca me tentaría como mujer. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta, que no me inspire cierta ternura y compasión; aunque, la verdad sea dicha, al principio ni por casualidad me resultaba simpática. En las dos primeras versiones de EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, el personaje prácticamente no tenía intervención, y su única importancia residía en que su flirteo con Anders culminaba con éste batiéndose a duelo con un campeón designado por Einar a fin de lavar el honor de la familia. Sin embargo, si se piensa, la conducta casquivana de la pobre Lyngheid encuentra más de una comprensible justificación o, cuando menos, explicación. Repasemos lo que sabemos de ella. En primer lugar, tiene quince o dieciséis años; por lo tanto, tenía cinco o seis cuando llegó a Kvissensborg con su padre, quien asumía como señor del castillo en pago por los corruptos servicios prestados al Conde de Thorhavok. Era, sin duda, la primera vez que Lyngheid ponía pie en un castillo; y como cualquier niño de esa edad, se habrá sentido maravillada de hallarse en semejante sitio. No sabemos si para entonces su madre ya había muerto; en cualquier caso, en 958, cuando Balduino y Anders llegan a Freyrstrande, ya no se la ve ni se menciona que exista. Suponiendo que fuera buena madre, perderla habría sido para Lyngheid un golpe especialmente duro, pues a partir de ese momento perdía a la persona más próxima a ella en el sentimiento. La siguiente en esa clase de proximidad sería su padre o alguna dama de compañía; y no obstante, en lo espiritual cualquiera de los dos estaría a varios años luz de distancia de la joven.

      De cualquier manera, aquel entusiasmo infantil provocado por la excitante novedad que era mudarse a un castillo, seguramente se fue apagando. Para un varón, crecer en un castillo como Kvissensborg habría sido el sueño del pibe, como decimos en Argentina. Pero una niña solitaria disfrutaría, tal vez, hasta la adolescencia, mientras pudiera convertirse, en sus juegos, en una princesa galanteada por príncipes y Caballeros, o en una dama de la nobleza presidiendo un banquete, o como una damisela prisionera de un ogro malvado y rescatada por algún valiente paladín. Superada la edad de tales fantasías, Lyngheid sin duda empezó a aburrirse mortalmente, y de eso ningún héroe podía rescatarla. Su emocionante pasatiempo debía ser el bordado, conforme a lo que se estilaba en la época. Mientras se entregaba a tan subyugante y vertiginosa actividad, Lyngheid habrá ponderado, no sin amargura, que estaba condenada a la soledad, y que sólo el hecho de ser la única descendencia de su padre la salvaba del claustro. En esas condiciones, ¿se la puede culpar por andar evaluando qué ejemplares masculinos eran más potables para llevárselos a su lecho?

      El primer amante que le conocemos casi seguramente no fue, en realidad, el que encabezó la lista. Pero una mentalidad brutal, machista y desagradable como la de Thorkill Rolfson sin duda consideraría a Lyngheid como propiedad suya, y no toleraría la idea de que otro hombre pudiera sustituirlo; de modo que de inmediato puso en fuga a cualquier otro posible cortejante. Puede que, al principio, esto fuera del agrado de ella. Thorkill parecía ser, y sin duda era, el más macho de Kvissensborg, y debía fascinarla la idea de subyugar a alguien cuya imagen era la de alguien poderoso. Pero a menudo el más macho es también el más estúpido, el más bruto y el más desagradable. Hombres así por lo general son celosos sin razón; y aunque al principio resulten halagadores, los celos continuos desgastan hasta la relación más sólida.

      Todo lo dicho define muy bien a Thorkill Rolfson. No es de extrañar, entonces, que Lyngheid terminara hartándose de él, y buscándole un eventual reemplazo. Claro que no había mucho para elegir. Fugazmente, fijó su atención en Balduino; pero más que nada por capricho, porque él no se prosternaba ante su belleza, como los demás. Pero entonces vio por primera vez a Anders. Este empezó también como un capricho para ella. Jugó un poco con él, lo hizo desearla y casi enseguida se le tiró encima prácticamente, ya que el deseo de ella por él no era menor. Ahora bien, a diferencia de Thorkill, que posiblemente hace el amor como un bárbaro violando a la mujer del enemigo vencido, Anders es dulce y gentil con las mujeres. En Lyngheid vio a una princesa, pese a que la sangre de ella poco y nada tiene de azul; y como a una princesa, sin duda, le hizo el amor. Consecuencia inevitable: Lyngheid terminó enamorada de él... e inconvenientemente embarazada de él. Einar debe haber puesto el grito en el cielo, pero quien de verdad retembló de ira reprimida y anhelo de venganza fue el despechado Thorkill. Al toro semental de Kvissensborg le había salido un bello y primoroso par de enormes, merecidos cuernos, y estaba decidido a ensartar en ellos a su rival, quien quiera que éste fuese. Lyngheid se da cuenta, y teme por la vida de Anders; por lo que, para salvarle el pellejo, miente acerca de la paternidad del niño. En eso se nota que de verdad está enamorada. Otra, en su lugar, podría sentir un turbio deleite ante la idea de que dos hombres estén a punto de trabarse en lucha a muerte por ella, pero Lyngheid siente angustia por la idea de que el único hombre que la trató con delicadeza termine hecho pedazos por un energúmeno a cuyo lado hasta un jabalí sería todo un paradigma de refinamiento, y que quiere vengarse de un rival que lo humilló.

      Nunca fue mi intención que Lyngheid tuviera tanta intervención en el argumento, pero llega un punto en el que los personajes adquieren vida propia y escapan al control del escritor, que sólo puede referir, tan fielmente como se lo permita su talento, los sucesos que ellos protagonizan. Lyngheid iba a.ser nada más que una chica tonta y de costumbres un tanto livianas; pero las costumbres livianas han quedado en el pasado, y podrá ser tonta, pero tiene buen corazón. Por lo demás, fue y es lo que la vida y el entorno hicieron con ella. Así nos ocurre también a nosotros, y a veces incluso tenemos menos voluntad que Lyngheid para ser otra cosa distinta de la que somos, para elevarnos por encima de nuestras falencias; de modo que que arroje la primera piedra aquel que esté libre de culpa.
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26 octubre 2010 2 26 /10 /octubre /2010 17:56
      Dos años atrás, luego de ser vencidos en Svartblotbukten, Sundeneschrackt y diecisiete miembros de su banda pirata eran condenados a prisión perpetua en una fortaleza llamada Kvissensborg. La sentencia era todo un escándalo, ya que para individuos semejantes se esperaba nada menos que la horca, y no tardó en rumorearse que el por aquel entonces Conde de Thorhavok y otrashonorables personas habían sido compradas mpara emitir tal fallo. Así era en realidad, gracias a la mediación de un guerrero corrupto llamado Einar Einarson, quien también se llevó alguna tajada en el asunto. En agradecimiento a sus servicios (o para que se callara la boca respecto al negociado, en el que cuanto más alto se estaba, más riesgo se corría si surgían pruebas del mismo), se confirió a Einar un título nobiliario, el de señor de Kvissensborg. Era un título puramente simbólico, que convertía a Einar en un idiota útil, encargado de comandar una prisión donde se hallaban recluidos convictos peligrosísimos. Sin embargo, el poder de ciertos gestos frívolos es a veces muy grande, y el acceso de Einar a la baja nobleza se interpretó como una gran recompensa. Que Thorvald Hanson no recibiera ni un simple Muchas gracias fue interpretado luego como prueba de que no él, sino Einar, había sido el verdadero héroe de Svartblotbukten.

      Estamos ahora en el año 958, diez años después de aquella infame sentencia. Aquel Conde Arn hace tiempo pasó a mejor vida, siendo sucedido por su hijo, también llamado Arn, quien anda ahora por la treintena de años y siente vergüenza por el soborno y el consiguiente veredicto bochornoso de una década atrás, aunque no queda claro si lo que tanto lo avergüenza es el corrupto episodio en sí mismo, o la reacción que provocó en la opinión pública. De todos modos, que su buen nombre y honor y el de su padre le preocupen, es de todos modos buen síntoma. Por otra parte, más adelante admitirá haber cultivado nobles ideales en su temprana juventud, que luego se esfumaron. Lástima que de todos modos, en lo ético y moral, el buen Arn carga con sus propias graves falencias. Siendo casado, corteja a una mujer, Wjoland Sigisnandsdutter, que luego se le escabullirá y a la que hará buscar como si de una delincuente se tratase. En este momento, sin embargo, otro asunto le preocupa más. Hasta él han llegado rumores de una Orden de falsos Caballeros, la Orden del Viento Negro, que sin duda procura ser reconocida como legítima e ir desplazando de a poco a la Orden de la Doble Rosa, a la que pertenece Arn, y apoderarse de las riquezas y privilegios que durante años fueron exclusivos de ésta. A dichos murmullos viene a sumarse ahora una noticia que suena delirante: losWurms -esa raza de dragones tan mentada en leyendas ciertemente poéticas, entretenidas y bellas, pero en cuya existencia ya nadie cree- están invadiendo  Andrusia Occidental, y tan crítica es allí la situación, que hubo que pedir a los falsos Caballeros, a los advenedizos del Viento Negro, que dieran una mano. Para Arn, queda claro que todo es nada más que una patraña urdida a partir de otros hechos sumamente enigmáticos, con el fin de favorecer a la Orden proscrita cuyo Gran Maestre -se sabe ahora- es oriundo, oh, casualidad, de una ciudad de Andrusia Occidental: Ramtala.

      Ante esto, Arn se inclina a proteger sus títulos, fueron y posesiones como se inclinaría un perro hambriento en defensa de un hueso que intentaran arrebatarle; y más todavía cuando le imponen a un advenedizo para defender de un posible ataqueWurm un punto especialmente desprotegido de la costa, Freyrstrande. Se exige, tanto a Arn como a su vasallo de Kvissensborg -fortaleza casualmente próxima a Freyrstrande- que cooperen con este Caballero, que por supuesto resultará ser Balduino de Rabenland. Descreyendo de hallarse en otro peligro real que no sea el de perderlo todo a manos de los advenedizos, Arn no tiene más remedio, sin embargo, que acceder; pero su colaboración será más que dudosa. Si de él depende, la estancia del Caballero en cuestión en Freyrstrande, en el mejor de los casos, parecerá un episodio de Los Tres Chiflados.

      Ahí es donde entra en escena Arn, señor de Kvissensborg. Este, además de ser obsequioso, probablemente esté infatuado: una vez más, prestará valiosos servicios a un Conde de Thorhavok, y está más que dispuesto a ello. No se nos dice en ningún momento, pero quizás espere por ello una recompensa. Tiene, después de todo, una hija casadera, Lyngheid, en cuya dote debe estar pensando. Ahora que se considera tan elevado señor, sin duda no espera para ella menos que un matrimonio acorde. Nada de casarla con un plebeyo; un esposo noble es lo que le conviene. A ella, pero no a los posibles candidatos, cuya estirpe lleva siglos arraigada en la nobleza y que sin duda deben considerar a Einar poco menos que un lacayo, y con quien una alianza reportaría escaso beneficio a menos que haya una jugosa dote en danza.

      Posiblemente es con el fin de encontrar un buen partido a Lyngheid que Einar está agasajando a cierto número de invitados cuando Balduino irrumpe iracundo en el salón de banquetes de Kvissensborg. Está furioso... Einar no sólo le ha asignado a modo de comandancia una construcción que se cae a pedazos, y un grupo de presidiarios a modo de tropa, sino que, ahora que viene a presentar quejas al respecto, lo tiene esperando una eternidad. Balduino por fin terminó forzando su entrada al castillo para exigir las pertinentes explicaciones. Para Arn debe ser un momento embarazoso porque, después de todo, allí están los potenciales maridos de su hija. Más vale que haga alguna ostentación de autoridad, o hará mal papel ante ellos. Esta es una buena razón adicional para tratar al pelirrojo con mucho desprecio ante todo el mundo. E impunemente, porque, después de todo, Balduino pertenece a la Orden de falsos Caballeros. Es sólo un forajido... Así y todo, ¡qué compromiso: !: Balduino lo reta a combate singular. Ni en su juventud Einar descollaba en las armas todo lo que quería hacer creer, y ahora que se dejó estar, menos todavía. Ni en sueños le conviene aceptar el desafío. Así que, con la excusa de que él no cruza espadas con malhechores, continúa con el tratamiento desdeñoso, pero añade ahora un recurso más vil y contundente, una paliza que ordena a sus hombres dar a Balduino.

      En lo sucesivo,  se acabó toda posibilidad de entendimiento amistoso entre Balduino y Einar. Este ahora hace de las órdenes de Arn un asunto personal. En otros asuntos, si es malo, lo es más bien por indolencia o dejadez antes que por deleite en serlo. El problema es que la dotación de Kvissensborg está integrada por lo que él considera viejos camaradas de armas y que son, más bien,. cómplices en sus chanchullos. Nunca tuvieron grandes principios morales y, con los años, se han embrutecido y degradado más todavía.  Y Einar no ejerce control alguno sobre ellos. Tal vez él no les ordenó torturar a Tarian, tal vez ni sepa de la existencia de este último, pero su deber sería estar al tanto de todo lo que sucede en el castillo y mantener cierto orden. Como no lo hace, en este sentido se convierte en malo por inercia.

      Pero llega un momento, no sabemos cómo, en el que Einar se da cuenta de que le convendría tener al mando a al menos algunos hombres más competentes que su horda corrupta y brutal; de modo que renueva un poco su dotación. En parte porque no tarda en descubrir que a Balduino, cosa inquietante, su dotación de presidiarios le sirve con increíble, inesperada lealtad, y parece temer que trame atacar Kvissensborg. En todo caso, tiene razones para desconfiar a él. Por otro lado, sólo los Kveisunger, ahora en Vindsborg, mantenían cierto orden en las mazmorras, so pena de que Tarian pagara con su vida cualquier motín o intento de fuga; así que conviene contratar guardias más capaces que los que ya hay en Kvissensborg. Sin embargo, se ve que de las dos cosas, es la primera la que más preocupa a Einar, porque pese a la profesionalidad de algunos de los nuevos guardias, no logran impedir la fuga de dos Landskveisunger apodados Daudensgraber Kniffen. Einar comete la torpeza de mantener la evasión en secreto, ya que espera recapturarlos sin tener que informar de ello a Arn. Para su desgracia, Balduino se entera igual, y aprovecha la oportunidad. Han pasado unos meses desde la paliza de Kvissensborg, y lo mismo Arn que Einar saben ya que la guerra contra los Wurms es una realidad. Ya no se sienten tan gallitos respecto a Balduino, por quien sin embargo siguen sin experimentar la menor simpatía. Mintiendo un poco, mostrándose firme siempre y adulando mucho, Balduino llega hasta Arn, ante quien se presenta como su más leal servidor, y acusa a Einar de incompetencia. De esa forma se hace con el mando en Kvissensborg y consigue, por fin, poner en libertad a Tarian.

      Si Balduino hubiera optado por otro sistema, Arn habría aparecido siempre mencionado y nunca participando activamente como personaje. La verdad es que describirlo fue aburrido y exasperante. Hay rostros de facciones hermosas, pero que, por alguna razón, resultan poco interesantes, y es el caso del de Arn, quien podrá ser rubio y de ojos azules pero también sumamente inexpresivo. Para peor, toda su apostura, su aristocracia, su rancia estirpe y su fortuna se le subieron a la cabeza, cosa bastante frecuente entre la nobleza. Así que los halagos adulones de Balduino son música para sus oídos, y los cree sinceros sin vacilar. Así como antes había desconfiado de manera muy tonta de Balduino, ahora pasa a confiar ciegamente en él de una forma más tonta aún, llegando a considerarlo un amigo. Balduino procura estar en buenos términos con él, pero ni en broma lo consideraría amigo. Como aborrece su propia duplicidad, tiene la esperanza de resucitar en Arn los viejos y olvidados valores que éste dice haber tenido alguna vez, pero por ahora ni noticias.

       Participando activamente, Arn apareció recién en esta tercera y definitiva versión. Debe lo mismo su nombre y su apariencia física a un personaje de El Príncipe Valiente que me resultaba igual de aburrido y exasperante que él. Una lástima, porque luego conocí a otro personaje literario del mismo nombre, Arn Magnusson, de la Trilogía de las cruzadas, de Jan Guillou, ciertamente mucho más grato. Cuando leía esa obra no podía menos que lamentar que el protagonista llevara el mismo nombre que el estúpido y vanidoso Conde de Thorhavok, pero qué se le va a hacer...

      A diferencia de él, Einar figuraba ya en la primera versión. Curiosamente, y aunque cambiaron los hechos de los que fue partícipe en las tres versiones, él, como personaje, no sufrió muchas modificaciones, quedó casi inalterado. Por cortesía de Anders, ahora tiene embarazada a la buena de Lyngheid, con lo que se le dificultará aún más la tarea de encontrarle marido. ¿Aceptará casarla con un plebeyo como Anders, colaborador para colmo del  para él detestable Balduino?... La respuesta, en el segundo volumen.
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24 octubre 2010 7 24 /10 /octubre /2010 21:06

      Ulvgang Urlson, alias Sundeneschrackt, "El Terror de los Estrechos", fue en otro tiempo el capitán de una temible flota Kveisung que hizo temblar el Mar de Nerdel, en especial luego de que él y su banda pirata atacaran y saquearan la poderosa Drakenstadt, tenida hasta ese momento por inexpugnable. Fueron posteriormente vencidos por una flota comandada por Einar Einarson, un hombre al servicio del Conde Arn de Thorhavok. Sundeneschrackt y los sobrevivientes de su banda fueron llevados a juicio, pero una infame sentencia les ahorró el paso por el cadalso y los condenó en cambio a encierro perpetuo en las mazmorras de Kvissensborg.
      Tal lo que podríamos llamar el perfil público de Ulvgang en el momento en que Balduino y Anders llegan a Freyrstrande. Sólo que, para empezar, hay un error en dicho perfil, porque el hombre que comandaba la flota que venció a los piratas no se llamaba Einar Einarson, sino Thorvald Hanson. Han pasado diez años y, claro, el juicio de Sundeneschrackt y sus secuaces en su momento armó todavía más revuelo que su captura; por lo que el escándalo subsiguiente tapó toda la gloria que hubiera correspondido al vencedor. Además, Einar era por entonces joven y apuesto, y quedaba mejor que Thorvald como héroe. Todo eso le permitió a Einar ir ascendiendo posiciones públicas: de ser uno más en la tripulación de la flota, terminó capitaneándola. Lástima que Ulvgang lo desmiente. No siente ningún respeto por Einar, con quien cerró un trato y por quien fue traicionado sin el menor escrúpulo. Sí lo siente por Thorvald, el hombre que lo venció y que no se dejó corromper. Thorvald corresponde ampliamente a ese respeto, porque Ulvgang y sus secuaces no fueron huesos duros de roer, y si se rindieron fue sólo porque era la única manera de proteger al querido Tarian, el miembro más joven de la banda, entonces de doce años: hijo, según se dice, de Ulvgang y de una sirena. Que junto con otros dos, ha quedado en Kvissensborg como rehén, como garantía de que los Kveisunger se porten relativamente bien. Porque Einar no tiene ningún inconveniente en que le hagan la vida imposible a Balduino; sólo requiere de ellos que no se fuguen.

      Diez años de prisión han vuelto muy reflexivo a Ulvgang, quien de todos modos siempre fue astuto. Tiene todavía escondidos, sólo él y sus hombres saben dónde, un buen montón de tesoros; pero el único que le importa es su hijo, un inocente que fue considerado tan culpable como los otros y que sufre maltrato permanente en Kvissensborg. En Balduino ve alguien a quien puede usar para liberarlo, pero tiene que proceder de manera inteligente. Balduino, por su parte, por ese entonces desconfía de Ulvgang, y sabe que, para ganárselo (lo que implica ganarse a los presos fuertes, los Kveisunger, que controlan a los demás) también él tiene que ser astuto y cauto. Se necesitan y se tienen mutua desconfianza los dos.

       Así es como, durante cierto tiempo, parecen estar jugando los dos una especie de siniestra partida de ajedrez en la que perder puede ser una verdadera tragedia para el derrotado. Balduino no demuestra ser mal jugador, pero quien gana la partida termina siendo, decididamente, Ulvgang. Porque en Eldersholme, durante el extraño diálogo que ambos mantienen en  la oscuridad de la caverna en la que buscan refugio, se cuentan mutuamente sus respectivas historias. Balduino no sabe qué hay de cierto en lo que le cuenta Ulvgang, cuya historia parece más bien una leyenda muy fantasiosa que algo real; en cambio, Ulvgang comprende perfectamente que nada de lo que le dijo Balduino, o mejor dicho, la interpretación que éste hace de su propia persona, es veraz. Nota el dolor reprimido cuando Balduino habla de su niñez sin afecto y comprende que no es ni la pobreza ni el anonimato lo que amargan al pelirrojo, aunque éste quiera verlo así. En ese momento Ulvgang lleva ventaja sobre Balduino. Podría, sin duda, usarla para manipular a éste a su antojo; pero da la impresión de que, atisbándole el alma, ha decidido que se puede confiar en él, y ambos hacen un trato... Pero no es seguro que Ulvgang cumpla su parte, aun cuando él también parezca de fiar. Varias veces insta a Balduino a no confiar ni en él. ¿Será de verdad sensato cerrar cualquier acuerdo con alguien como él, extremadamente astuto y que, aunque su apariencia sea la de cierta honorabilidad, carece de total trasparencia?

      Sólo una cosa es segura: Ulvgang solía ser mucho más pasional en su juventud de lo que es ahora, y esa pasión lo llevó a amar casi hasta la locura a Margyzer, su sirena de cabellos dorados, la misteriosa madre de Tarian obligada, por su propia anatomía, a regresar a las profundidades oceánicas de las que era nativa; y tan profundo como ese mar que se la arrebató es el amor que ahora siente por su hijo, Tarian. Por él haría cualquier cosa, incluso lo que más le duele: fingir que le es indiferente y que, incluso, le provoca cierta vergüenza. Por seguir a Ulvgang, Tarian soportó casi once años de torturas en las mazmorras de Kvissensborg y no obstante, si por él fuera, permanecería junto a su padre. Este ha decidido que no va a permitirlo, que cualquier sufrimiento es soportable con tal de ahorrarle suplicios y tristezas a Tarian. Pero Balduino, que ha sufrido el desamor de sus padres, no cree que esto sea bueno, aun comprometiéndose a guardar silencio ante Tarian.

       La apariencia física de algunos de los personajes de EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO fue moldeada a partir de la de gente que existe realmente, y es el caso de Ulvgang, para cuyo rostro sirvió en gran medida de modelo el del actor Michael Berryman, feo como pocos, y a quien se vio, entre otras películas, en The hills have eyes, de Wes Craven. Le modifiqué el color de ojos, que se transformaron en verdiazules porque, si algo físico en Ulvgang podía haber atraído sexualmente a Margyzer, se me ocurrió que podía ser ese detalle, quizás porque al tono verdiazul se lo llama también glauco, y Glauco es una deidad marina de la mitología griega.

      En la primera versión de EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, Ulvgang resultaba chistoso, trasparente e inofensivo, una especie de versión vieja y calva de Jack Sparrow; algo que me resultó decididamente vomitivo. Quería que fuera más enigmático y más siniestro. No creía que fuera necesario hacerlo gritón; al contrario, me pareció mejor que en general fuera más bien calmo, pero que, de todos modos, diera al lector una impresión de peligrosidad. De ahí que, cuando por primera vez se lo ve en acción, prorrumpa en rugidos y a su alrededor todo el mundo se aterre. Saben que no tienen adelante a alguien a quien convenga hacer enojar. Cuando el capitán se enoja, ruedan cabezas. El hecho de que esté tranquilo, sin embargo, no disminuye su aura atemorizante. No es alguien cuya compañía resulte sosegante, como no lo sería la de un tigre recién comido y haciendo pacíficamente la digestión. Al menos será prudente, cuando vuelva a tener hambre, que uno no se encuentre con él en la misma jaula...
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11 octubre 2010 1 11 /10 /octubre /2010 17:00

      Casi al finalizar la primera versión de El señor Cabellos de Fuego, noté una enorme incoherencia argumental entre el hecho de que, supuestamente, los aldeanos de Freyrstrand hubieran clamado por un Caballero que los protegiera de los grifos, y que por otra parte luego no se viera a ninguno de ellos en los alrededores, salvo en una ocasión, el duelo entre Anders y el campeón de Einar (cuyo nombre, además, no se revelaba en aquella primera versión, mientras que en la segunda no era Thorkill Rolfson sino... ¡Hildert Karstenson!). Y aquí otra incongruencia: durante ese duelo, teniendo en cuenta que los tres gatos locos que vivían en Freyrstrand eran aldeanos y, por lo tanto, tenían que trabajar mucho para subsistir, ¡se reunía casii una multitud ociosa y anónima!...

       En la segunda versión aparecía ya brevemente el pescador que sería conocido como Thomen el Chiflado, pero su única aparición activa era tan fugaz como mediocre, la que en la versión definitiva quedó como la primera, cuando viene corriendo a avisar, atropellándose casi mientras habla, que él y sus compañeros están bien, para acto seguido irse por donde vino, como alma que se lleva el Diablo. La verdad es que el hombre tal vez tenga motivos para tanto apuro, máxime trabajando junto a un gruñón como Friedrik; pero la imagen que ofrece en ese momento es la de alguien que perdió la chaveta, y eso le gana el apodo de El Chiflado con el que deberá cargar de ahí en más. Porque lo cierto es que a veces, en la vida real, un hecho aislado sirve para caratular a determinada persona con un calificativo o mote tal vez injusto. Como bien se dice: Házte la fama y échate a dormir...

      A partir de ese incidente, cualquier mínima señal de probable enajenamiento en Thomen se transformará a ojos de algunos, Anders a la cabeza, en prueba irrefutable de su locura total. Y es cierto que el pobre Thomen tiene sus manías, como ésa de ponerse su enorme y absurdo sombrero de paja si y sólo si viaja en carreta. Pero la mala suerte hace que a veces se lo pesque en situaciones que, equivocadamente, tienden a señalarlo como orate; por ejemplo, cuando Anders, sin saber con exactitud en qué consiste la sauna, lo ve salir a la intemperie desnuda y entre grandes nubes de vapor para de inmediato revolcarse entre la nieve. Es lo que hacen todos en Freyrstrand, porque de eso se trata la sauna; pero, cosas de la vida,, a quien Anders encuentra haciendo eso es a él. El joven escudero en ese momento ya no tiene duda alguna: Thomen está muy, muy, muy mal de la cabeza.

      Pero Thomen encuentra en Balduino un denodado defensor, con el que Anders parece destinado a debatir hasta el infinito sobre la locura o cordura del primero. Más observador que su escudero, Balduino nota que entre los dos hijos de Thomen y su esposa Thora, Ljod y Thommy, hay una diferencia de edad muy grande, y deduce que entre ellos hubo al menos dos hijos más (tres, según se sabrá más tarde) que no consiguieron sobrevivir. Sin embargo, tal vez en este caso se trate más que de capacidad de observación.  A Anders, nacido y crecido en el seno de una familia normal y afectuosa, no le llama la atención que Thomen trate con mucho cariño a sus retoños; pero a Balduino, que en su niñez fue tratado más bien con indiferencia y frialdad, sí. El espectáculo de esos padres volcando ternura sobre sus dos hijos sobrevivientes le resulta entrañable pero, a la vez, quizás lo lastima, porque él no conoció nada semejante en su infancia. En ese estado de cosas, quizás la familia de Thomen sea para él una especie de inalcanzable Paraíso, y necesite saber, para no envidiarlo tanto, que también allí hay una cuota de terrible dolor. Tal vez eso lo haya ayudado a intuir que en esa familia hubo otros hijos ahora ausentes para siempre.

       Balduino se da cuenta, hablando con Thomen, de que éste se encuentra en realidad muy lejos de ser todo lo chiflado que supone Anders. Es, de hecho, un hombre curtido por el trabajo y las penurias, y en su ignorancia y primitivismo hay mucha más sabiduría que en otras personas cuya instrucción parece haberlas terminado de convertir en asnos. ¡Yo no entiendo, señor Cabellos de Fuego!... ¡Me parece cosa de locos!, exclama con perplejidad, comentando cómo en Helmberg la gente dejó morir a una parturienta y al hijo que estaba por dar a luz, sólo por tratarse de la esposa del verdugo, alguien con quien todas esas personas nada querían tener que ver ni aun para prestarle auxilio. Para Thomen, muy solidario con sus convecinos aun cuando esté muy alejado físicamente de ellos, hechos como éste son incomprensibles.

      En Thomen, Thora tiene sin duda a la compañera ideal. Puede que no sean exactamente una pareja muy romántica, al menos a ojos vista, pero sí unida y sólida. Están juntos en las buenas y en las malas. Sin duda, supieron afrontar crisis terribles ambos. Cuando perdéis a un hijo, no queréis pensar que es culpa vuestra, culpáis a vuestra pareja, dice Thora a Balduino, y uno imagina una tormenta de mutuos reproches en medio de una atmósfera de profundo dolor. Al perder al segundo culpáis a la suerte; y al perder el tercero, ya no culpáis a nadie, añade. El dolor supo endurecerla también a ella, lo bastante para dirigirse a Ulrike sin pelos en la lengua cuando aquélla se comporta como una madre sobreprotectora, aunque a la vez la entiende, porque también Ulrike perdió dos hijos y teme perder al tercero, Thorstein el Joven, pese a que éste es sano y fuerte como un roble aunque perezoso hasta la exageración.

       Ljod, la mayor de las hijas del matrimonio, era una muchachita común y corriente hasta que Balduino decidió que no le haría nada mal recibir instrucción en lanzamiento de jabalina. Su pensamiento era que, no contando con un hijo varón que pudiera mantenerla si algo le pasara a Thomen, a Thora no le vendría mal contar al menos con el apoyo de una hija mayor que por haber recibido cierta instrucción en las armas fuera valiente y segura de sí misma y, quizás, una eficiente cazadora que ayudara a aportar comida a la mesa familiar. Todavía nada le pasó a Thomen, pero en cambio sucedió lo impensable: un convicto prófugo buscó refugio en su hogar estando él ausente, y fue Ljod quien lo puso fuera de combate, aunque la experiencia fuera para sus nervios una dura prueba y la atormente la idea de haber matado a un hombre. Seguramente, Thora podría haber dominado muy bien la situación; pero creo que ella cargó ya con bastantes padecimientos y que, por otra parte, a Ljod no le venía mal aprender de qué era capaz ella, aun a un precio un tanto gravoso. Ljod sabe que debe a Balduino el coraje que la ayudó a actuar en ese momento terrible, y como es apenas una muchachita que tal vez ni a su menarca llegó algún, es inevitable que temporalmente se embobe un poco con él.

       Nueve años separan a Ljod de su hermanito, Thommy, quien todavía ni habla bien, aunque para llorar tiene unas energías que son un encanto. Thomen y Thora perdieron a sus anteriores tres hijos cuando éstos tenían la edad que ahora tiene Thommy, tres años. Es inevitable, por lo tanto, que se les encoja el corazón ante la idea de perderlo también a él, de que Dios quiera en el Cielo a un cuarto angelito, como dice Thora. Balduino sabe que, por mucho que sufran sus padres esta eventual nueva pérdida, saldrán adelante, aunque no sabe cómo se sobreponen al dolor. Antes, él se cohibía sólo ante otros guerreros que lo superaban en valor y destreza. Ahora sabe que aun entre la gente de pueblo hay personas más duras que él, y que sabe muy poco de la vida. En cuanto a mí, fue con Thomen y su familia que terminé de descubrir algo que había empezado a sospechar con Kurt: que, en definitiva, a veces son más interesantes los aldeanos en sus vivencias cotidianas que los héroes, pese a todas las hazañas que éstos puedan realizar. Tal vez por eso en El Señor de los Anillos también me resultó menos interesante Aragorn que Lobelia Sacovilla-Bolsón, un personaje que en las películas de Jackson ni figuró. Y bueno, qué se le va a hacer...

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Presentación

  • : EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I
  • : ...LA NOVELA FANTÁSTICA QUE, SI FUERA ANIMAL, SERÍA ORNITORRINCO. SU PRIMERA PARTE, PUBLICADA POR ENTREGAS.
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