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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 01:03

    -Esta cosa ya me tiene harto-se quejó Balduino.

 

      Esta cosa era su armadura, de la que Anders estaba ayudándolo a despojarse en ese momento, en el recinto que Hildert había preparado para el pelirrojo y sus acompañantes.

 

      -A mí me gusta tu armadura-observó Hansi, débilmente, tendido en el suelo cuan largo era y muerto de ganas por quedarse así al menos por un mes.

 

      -Ah, Hansi, no le hagas caso, ¡si a él también le gusta!... Protesta sólo por deporte-gruñó Anders.

 

      -Sí, claro que me gusta-admitió Balduino-, ¡pero no para pasearme con ella de aquí para allá con el solo objeto de hacer sociales y llevarla puesta desde el alba hasta el atardecer! Ya quisiera verte a ti. Al principio, claro, estarías encantado. Todos lo estamos al estrenarla: juguete nuevo. Pero creéme: a partir de cierto momento empezarías a sentirte igual de fastidiado que yo.

 

      Anders no respondió, pero recordó aquello de que Dios le da pan al que no tiene dientes: hasta la más despectiva hija de la nobleza suspiraba a la vista de un joven revestido de armadura, y estaba seguro de que aquella beldad furtiva que había visto bajo el arco no se le habría resistido de haber estado él enfundado en una. En cambio, gracias a que Balduino, quién sabía por qué razón, los había hecho venir a todos con lo peor de su guardarropa, la doncella lo había ignorado.

 

      -Mil batallas puede combatir un Caballero y regresar de todas ellas gallardo e incólume, para luego sucumbir a las mortales flechas de Cupido-dijo de repente, desconcertando a todo el mundo.

 

      ¿Y a éste qué bicho le picó ahora?, se preguntó Balduino, desconcertado. Esta gansada monumental se la oyó decir a algún juglar poco inspirado.

 

      -¿Eh?...-preguntó Hansi, cómicamente. Y su cara decía: Ya sabía que era tonto, pero no creí que lo fuera tanto.

 

      -Anders, disculpa la sinceridad, pero me temo que tienes la azotea llena de murciélagos-dijo lapidariamente Balduino-. Y no entiendo qué diablos tiene que ver esa perla de sabiduría tuya con lo que estábamos hablando.

 

      Pero Karl meneaba la cabeza, sonriendo benévola y comprensivamente.

 

      -Ay, hijo-suspiró, palmeando con afecto las espaldas de Anders-. Dime: ¿cómo es ella?

 

      -Hermosa-contestó Anders con mirada vacua y voz en consonancia-. Bella como un bosque en una mañana de primavera y perlada de rocío, como el más delicado pimpollo de un jardín, como...

 

      Balduino contempló el semblante de Anders, en el que una expresión anodina, bobalicona, parecía haber expulsado, a empujones, su habitual apostura. Se agarró la cabeza. Al joven escudero le faltaba sólo ponerse en cuatro patas a pastar y lanzar un par de mugidos para terminar de ser idéntico a una vaca cualunque. ¿Así que estaba enamorado? Con comprensible preocupación, Balduino se preguntó si él mismo se vería así cuando pensaba en Gudrun. Y ¿cómo se le dice a un amigo muy querido que cambie esa cara si pretende ser correspondido en sus sentimientos por la dama de sus amores?

 

       Bueno, qué importa. Ninguna criada rehusar ser cortejada por un hombre que tenga facciones como las de Anders, pensó Balduino, a quien ni por un momento se le ocurrió (tal vez porque a él mismo no le gustaba) que fuese Lyngheid quien había puesto a su escudero en tan deplorable estado mental.

 

      Se libró de la armadura y se vistió en un santiamén con un atadillo de ropa vieja traída de Vindsborg.

 

      -Mejor hagamos lo que vinimos a hacer-sugirió.

 

      Salió al patio seguido de Karl, de Anders y del siempre quejumbroso Hansi. Curiosamente, tras tanto protestar por la armadura, ahora que por fin estaba libre de ella comenzaba a extrañarla ya que los guardias de Kvissensborg, al verlo por primera vez sin ella, lo miraban como sin poder creer que aquel zaparrastroso fuera el mismo individuo de soberbia apariencia al que estaban acostumbrados a ver.

 

      Sólo Hildert Karstenson ni pestañeó al verlo así, lo que a Balduino no asombró un ápice. Ya empezaba a saberlo un bicho de lo más raro, frío como el hielo, funcional y eficiente como una máquina e incapaz de apartarse siquiera un milímetro de cuanto considerara su deber. Bajo su hierática apariencia y sus ojos insondables debía haber sentimientos, pero ¡bien que los disimulaba!...

 

      Balduino y sus acompañantes lo siguieron hasta el despacho del Capitán, adonde un documento aguardaba la firma de Balduino. En el texto había un espacio en blanco.

 

      -¿Cómo mierda se escribe Morv Mwyalch?-gruñó exasperado el pelirrojo, en cuyo vocabulario la elegancia se había ido a dormir junto con la armadura-. Bah, qué importa-decidió. Escribió el apellido siguiendo las reglas de la lengua Bersik, aun sabiendo que probablemente tal grafía no fuera correcta. Después de todo, ¿quién podría corregirlo?

 

       Tendió el documento a Hildert, quien aprobó sombríamente.

 

       -Ahora podéis retirar al prisionero-dijo-. Venid.

 

       Y lo siguieron hasta las mazmorras, adonde Hildert, sosteniendo una antorcha, fue adelante junto con el carcelero. Lo seguía Balduino. El descenso a aquel submundo con ribetes de Infierno no tuvo sobre él ese mismo efecto lúgubre que la primera vez. Apenas bajó, sus ojos buscaron al esquelético ocupante de la primera celda, buceando con  sus pupilas en las vacías cuencas orbitales de la calavera. ¿Has cumplido con lo que te pedí?, le preguntó en silencio, y en la espeluznante y burlona sonrisa de la calavera creyó sin embargo ver un dejo de compañerismo.

 

       Para Hansi aquélla era una experiencia aterradora, y olvidó toda su fatiga anterior. Anders, casi igual de intimidado que él, olvidó asimismo sus románticas ensoñaciones.

 

        En cuanto a Karl, su temor venía de una dirección muy concreta, la celda de Kehlensneiter. Cuando se es tan viejo, llega un momento en que la idea de la muerte no asusta; no obstante, siempre amedrenta saberse objeto de un odio intenso e inexplicado por parte de un individuo peligroso, y las pupilas de Kehlensneiter refulgieron de rabioso encono al reconocer a Karl, el que había dado muerte a su viejo compinche Engel.

 

      Ante la celda de Tarian Balduino, expectante, reprimió el aliento mientras el carcelero abría la puerta de la celda y Anders y Hansi, asqueados, exclamaban comentarios acerca del hedor sin nombre que saturaba el aire.  Estaba a punto de consumarse aquello por lo que con tantas dificultades venía luchando desde hacía tantos meses.  Tomó la antorcha de manos de Hildert y entró en la celda temiendo, una vez más, que fuese demasiado tarde, que Tarian estuviese muerto, aunque seguía habiendo un guardia en un rincón de la celda. De inmediato, a Balduino lo asaltaron arcadas. El aire, irrespirable en toda la mazmorra, era allí mucho más hediondo que en ninguna otra parte. Que el guardia en la celda pudiera soportar aquella pestilencia escapaba a toda comprensión. En el nauseabundo tufo que viciaba el ambiente hedía sobre todo a orina y a heces humanas. Conteniendo la respiración, Balduino adelantó un poco la antorcha y fue testigo de un espectáculo como para avergonzar al género humano.

 

       La escuálida, miserable figura de Tarian yacía en el piso y vuelta de espaldas como la vez anterior, y en casi total desnudez, ya que malamente podía considerarse vestido a alguien cubierto sólo por aquellos jirones de ropa. El cuerpo tenía una coloración cianótica, producto de una tunda reciente; la cabeza se hallaba de lado y, en el rostro, dos ojos que miraban al vacío sin ver nada eran la mismísima imagen de la desesperanza y el sufrimiento. Ahora el único movimiento visible en tal ser era producido por su propia respiración, salvo muy ocasionales elongaciones de los dedos de sus manos, las que creaban la sensación de alguien que a punto de caer hiciese un último esfuerzo por asirse a algo.

 

       En toda la celda había restos de excrementos y de orina. Quién sabía en qué momento el infeliz cautivo había comenzado a orinarse y a defecarse encima. También había aquí y allá restos de comida medio descompuesta. Al parecer se había hecho costumbre diseminar en torno al prisionero las sobras que él dejara. Todo indicaba que últimamente apenas si probaba bocado; lo que parecía el contenido de su última escudilla estaba prácticamente intacto.

  

       -Oh, Dios-susurró Karl, horrorizado por lo que veía-. Pobre muchacho.

 

       Balduino lo miró y vio que sus ojos azules lagrimeaban por encima de los mostachos.

 

       Siguiendo instrucciones previas, Hansi se adelantó un poco, retrocedió para tomar aire y avanzó de nuevo hacia Tarian, inclinándose sobre él y acariciándole las manos mientras murmuraba su nombre. Tarian desvió los ojos hacia él, y el asombro en sus pupilas verdes fue el primer indicio de auténtica vida que pudo detectarse en él.

 

      El segundo fue el miedo. Pasados unos minutos, Balduino, Anders y Karl se aproximaron también. Tarian, silencioso, cerró los ojos y con dificultad se encogió sobre sí mismo tanto como pudo. El suyo era  un terror comprensible en alguien que llevaba tantos años recibiendo golpes y más golpes, amén de otros padecimientos y humillaciones. Pero Hansi se mantuvo junto a él.

 

      -Somos amigos, Tarian-le aseguró. En él, según había previsto Balduino, Tarian parecía confiar, su presencia lo tranquilizaba un poco.

 

      A la vista de aquella criatura desdichada y temblorosa, dos recuerdos vinieron a la mente de Balduino. El primero fue la agonía de Argos, aquel perro que había sido su primera mascota y uno de los amigos más queridos que jamás tendría. Al conocerse ambos, Argos era un animal callejero, sarnoso y lleno de pulgas y garrapatas; Balduino, un niño de siete años, malquerido e ignorado, que lloraba amargamente hasta que de súbito sintió una áspera lengua lamiéndole las manos con las que se ocultaba el rostro. Así había comenzado la amistad entre ambos, y así había nacido también en Balduino aquel amor por los animales, que con el tiempo no haría sino crecer.

 

      Casi seis años más tarde, un mes antes de abandonar su hogar para siempre, veía el pelirrojo morir a Argos, ya sin sarna y casi sin pulgas ni garrapatas, hasta el fin fiel compañero de su pequeño amo. La primera amistad nunca se olvida, y Balduino lloró durante mucho tiempo a aquel compañero a quien, a veces, todavía extrañaba.

 

      El segundo recuerdo databa de cuando él tendría dieciséis o diecisiete años y era ya bachiller al servicio del señor Benjamin Ben Jacob. Enviado a lo que resultaría ser una misión falsa con el fin de probar su lealtad, se había topado con una banda de bravucones de noble estirpe que hostigaban a un extraño muchacho, casi un hombre, cuya inteligencia poco desarrollada lo ponía sin embargo casi al nivel de los animales. El desgraciado, incapaz de defenderse por sí mismo, pedía ayuda con voz grotesca. La verdadera compasión no era entonces muy habitual en él, y sin embargo por aquella criatura le inspiró una piedad inmensa y una vengativa furia contra la horda de bravucones, contra la que acometió valientemente, haciéndola huir en desbandada. El incidente vendría a incrementar su ya inmenso desdén hacia el género humano. 

 

      Y allí estaba Tarian, sufriente y estremecido de pavor, soportándolo todo en silencio salvo por algunos gemidos entrecortados, muy semejante, por su actitud, a Argos en sus últimos estertores. El hecho de que lo viera tan semejante a un pobre animalito sufriente le ganó de inmediato el corazón de Balduino.

 

      -Todo terminó, Tarian-dijo éste, inclinándose sobre el desdichado joven y acariciándole la cabeza con la misma angustia impotente con que tantos años atrás acariciara a su perro moribundo, pero acompañada esta vez por una negra rabia hacia los perpetradores de aquella cochinada-. Ya nadie te hará daño. Vamos a sacarte de aquí. Cuando te movamos, avísanos si inintencionalmente te causamos dolor.

 

      Tarian, escéptico, sin querer creer en una inesperada racha de buena fortuna que no pasara de la esperanza inútil, miró a Balduino, quien continuaba acariciándole la cabeza y observándolo con expresión afectuosa, dolida y protectora.

 

      -Por favor, Tarian. No podremos ayudarte si no nos ayudas tú-le dijo en tono tranquilizador.

 

      La desconfianza de Tarian pareció ceder un poco, pero su comportamiento decididamente seguía resultando extraño. En vez de responder a las preguntas, el muchacho hacía sólo ruidos guturales, pese a que ahora parecía ansioso por darse a entender.

 

      -¿No sabes hablar?-le preguntó Balduino, viéndolo señalarse la boca.

 

      -Os aseguro que sabe-intervino Karl.

 

      -¿No puedes, entonces?-preguntó el pelirrojo.

 

      Tarian continuó haciendo sonidos guturales y abrió muy grande su boca y señalando con él índice hacia la garganta sin dejar de mirar a Balduino. Este acercó un poco la antorcha y examinó la boca del joven mientras éste, encandilado por el resplandor, cerraba los ojos.

 

      -Malditos hijos de puta-masculló Balduino, concluido aquel examen; y dijo a Karl, a sus compañeros, quienes lo miraban con curiosidad:-. Le cortaron la lengua.

 

      Karl, Anders y Hansi cruzaron miradas horrorizadas y estupefactas, pero al menos el primero se recobró con relativa prontitud. Anders y Hansi, en cambio, eran demasiado jóvenes para aceptar o entender que la verdadera crueldad prescinde de causas; que los auténticos cultores de la barbarie no necesitan motivos para ejercerla sino, como mucho, excusas.

  

      -Por esto no quise que viniera Ulvgang. No sabía en qué estado lo encontraríamos-explicó Balduino-. Anders, ve a buscar algo con qué cubrirlo. No podemos sacarlo así a la intemperie.

 

      Así diciendo, y mientras Anders partía a cumplir con el encargo, alzó a Tarian entre sus fuertes brazos, espantándose al hallarlo ligero como una pluma: poco más que piel y huesos era cuanto quedaba del hijo de Ulvgang, aunque al menos, y hasta donde entendía Balduino, no tenía huesos fracturados. En segundos, el pelirrojo quedó hecho un asco; pero es consecuencia lógica de haber tenido pocos afectos en la vida y necesitarlos como las flores al sol, el no retroceder ante la sarna de un perro, las llagas de un leproso ni las hediondeces de alguien emporcado por sus propias heces y orinas. La mísera situación de Tarian, sus diez años de padecimientos y el valor con que los había soportado lo volvían extremadamente querible, y Balduino quería que él así lo sintiera y que lo viera como un hermano.

 

      Lógicamente, la actividad en la celda de Tarian era seguida con atención, desde sus respectivas celdas, por los otros dos miembros de la banda de Sundeneschrackt que aún se hallaban en prisión, Hendryk Jurgenson, y sobre todo Kehlensneiter. Ninguno de los dos captó del todo qué estaba sucediendo, pero ambos presintieron que iba a ocurrir algo importante.

 

      Minutos después regresaba Anders con una manta vieja. Prontamente se cubrió a Tarian con ella, y de inmediato el joven, en brazos de Balduino, dejaba para siempre la celda donde tanto había sufrido a manos de sus despiadados carceleros. Detrás venían Karl, Anders y Hansi. El primero echó un vistazo a Kehlensneiter y se estremeció como quien recuerda una temible y persistente pesadilla; pero los ojos violáceos del Kveisung no le prestaron atención. Observaban a Tarian, con angustia y desesperación, los mismos sentimientos que, más de veinte años atrás, había experimentado al no ser correspondido por una sirena de la que estaba irremisiblemente enamorado.

 

      -¡TARIAN!-gritó, con voz de agonía, aferrado a los barrotes de su celda, mientras los visitantes desaparecían por el pasillo, llevándose a Tarian. Tal vez en aquel momento, en su mente, una cola de pez se sumergía de nuevo y para siempre en las profundidades oceánicas.

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 01:01

      El otoño, por momentos ataviado de invierno precoz, se abatía sobre Freyrstrande. Ahora oscurecía más temprano, hacía más frío y el firmamento estaba casi siempre ennegrecido por lúgubres nubarrones; y el viento, cortante como navaja, ululaba cada vez con mayor violencia.

 

      Otro que no fuera Hildert Karstenson se habría asombrado de la hora elegida ese día por Balduino para visitar Kvissensborg, así como de su extraño séquito: en la carreta arrastrada por Slav venían Anders a cargo de las riendas, el viejo y manco Karl a su lado y, durmiendo en la caja, Hansi, quien no quería saber nada más de cabalgatas por un buen tiempo y que empezó a gemir ni bien se lo despertó y tuvo que moverse. Pero Hildert era Hildert, pura flema y rostro de piedra. Si se sorprendió, lo disimuló muy bien.

 

      Quien sí estaba asombrado y no menos disgustado era Einar Einarson, quien se apersonó en seguida y apretó los dientes mientras leía el documento, firmado y sellado por el Conde Arn de Thorhavok, por el que prácticamente se los desposeía de toda autoridad sobre Kvissensborg, permitiéndole sólo reservarse a diez hombres a modo de escolta y conservar algunos tontos y superficiales privilegios.

 

      Y si te preguntas qué pasó con los mensajes que enviaste a Helmberg, quédate tranquilo, que Arn los recibió antes de que yo llegara-pensó malignamente Balduino-. Lo que ocurre es que no es lo mismo adular cara a cara que vía postal, y que vale más la adulación de un auténtico Caballero que la de mil infanzones como tú.

 

      -Muy bien, señor-gruñó al acabar la lectura-. Haced como os plazca.

 

      -Pasaremos la noche aquí-anunció Balduino a Hildert-. No pretendemos aposentos de lujo, dormiremos en el suelo cubiertos por mantas, pero necesitaremos un cuarto calefaccionado, una cuba, mucha agua caliente, toallas e implementos de aseo. Y haz redactar una orden para liberar a un prisionero, la cual firmaré.

 

      -¿Tenéis autoridad para ello?-preguntó Hildert, mirando a Balduino con sus inescrutables ojos azules.

 

      -Hombre, claro que la tengo. Lee el documento que le he dado a Einar... Es decir, al señor Einar-contestó Balduino; y Einar, sombríamente, extendió el pliego a Hildert, quien lo rechazó.

 

       -No sé leer-dijo.

 

      -Pues habrá que remediar eso-respondió Balduino.

 

      Todavía estaba él dando órdenes a Hildert cuando a la distancia, bajo un arco, apareció la figura de la joven, frívola y casquivana hija de Einar, Lyngheid. También ella se había enterado del regreso del pelirrojo, al que detestaba casi tanto como su padre: le tenía aversión desde que lo había visto inmune a sus encantos.

 

       Ahora lo observaba con rabia y despecho, meditando sobre la mejor forma de doblegar su resistencia o bien, sin ello no fuera posible, de vengarse de él de manera ejemplar. Pero no llegó a urdir ningún proyecto para una cosa ni para la otra, porque en ese momento vio por primera vez a Anders, quien a su vez la miraba boquiabierto. Sólo un fugaz vistazo bastó a Lyngheid para quedar prendada de aquellos ojazos verdes y ese rostro de príncipe, y para mandar de paseo sus rencores contra el pelirrojo. ¿Qué importaba, después de todo, que la rechazara? En definitiva, era feo como él solo. Pero este otro muchacho no... Y gustaba de ella.

 

       Anders nunca supo qué lo impactó tanto en Lyngheid, mas es probable que fuera el hecho de verla como a una princesa. Tal título resultaba exagerado, ella era apenas una noble de última categoría, y su padre había nacido plebeyo. Pero Anders no tenía en cuenta estas cosas. Lyngheid era bellísima y su vestimenta delataba riqueza, y él hubiera estado dispuesto a creerla hija del propio Rey de Nerdelkrag. Y porque le parecía una princesa bella e inalcanzable para alguien de humilde cuna como él, apenas la vio desde la distancia empezó de inmediato a soñar despierto con ella.

 

       Lyngheid advirtió enseguida el interés de él, y decidió atormentarlo un poco. Lo miró con frío desdén bajo sus largas pestañas doradas; sonrió con sorna, semejante al gato que juega con el ratón apresado entre sus garras; y finalmente desapareció entre las sombras, contoneando provocativamente su cuerpo, sin dejar de observar a Anders con burla y desprecio aunque ella misma empezara a consumirse de deseo por él

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:59

CXV

      La partida, al día siguiente, fue todo un alivio para Balduino. Arn sin duda era un personaje infinitamente menos odioso de lo que él había imaginado, pero de todos modos resultaba casi insoportable por momentos. Tenía seriamente deteriorado su sentido del honor, que por su posición debería haber sido más vigoroso que el de la mayoría de las personas; y anhelando respeto, sin embargo hacía muy poco por merecerlo. Esta característica era plaga entre la mayor parte de la gente citadina y ni hablar entre la nobleza, pero eso no la hacía menos irritante. De persistir tal situación, quizás Balduino y Arn nunca llegasen a entenderse del todo.

 

       Todavía no repuesto del todo del viaje de ida, Hansi, adolorido, se vio otra vez gimiendo en la grupa de Svartwulk y haciendo dulces especulaciones acerca de todo lo que dormiría ni bien llegase a Vindsborg.

 

       De tan bella ilusión fue amargamente privado por Balduino.

 

       -Hmmm... Temo que tendrás que esperar un poco. Voy a necesitarte tal vez hasta bien entrada la noche-y como el niño de inmediato redobló sus gemidos, agregó:-. Oh, Hansi, no seas tan quejumbroso. No preciso de ti mucho más que un mero acto de presencia. Yo me iré a dormir después que tú y deberé levantarme más temprano, además.

 

       -Pero, ¿por qué tengo que ser yo?-preguntó Hansi.

 

       -Porque eres un niño y, por lo tanto, lo más próximo a un ángel que pueda hallarse en este mundo; si bien, lo admito, a veces lo disimulas muy bien con algunas de tus diabluras-contestó Balduino-. Un niño siempre inspira confianza, de él nadie teme ni desconfía. Tu tarea será la de un ángel de la guarda. Además, te vendrá bien aprender desde ahora que la de un Caballero es vida sacrificada. Tú quieres ser Caballero, ¿no? Pues ve acostumbrándote.

 

      Malditas las ganas que en este momento tenía Hansi de ser Caballero; de hecho, estaba persuadido de que nada en el mundo lo haría montar de nuevo una vez que hubiese descabalgado. Y además, desde hacía dos días estaba secretamente enfadado con Balduino, desde que éste se refiriera a él como sirviente en tono más bien despectivo.

 

       No se detuvieron, como a la ida, junto a la desembocadura del Viduvosalv, pero esto no abrevió mucho el viaje, interrumpido de todos modos varias veces para dar tregua a las maltrechas asentaderas de Hansi; por lo tanto, faltaba poco para el ocaso cuando llegaron a Vindsborg.

 

      De inmediato lo pusieron al tanto de las novedades más recientes. Se había descubierto que los dos Landskveisunger fugitivos no andaban juntos y, de hecho, uno de ellos ya habáia sido encontrado y abatido: un mal sujeto apodado Kniffen, "Cuchillos", sobreviviente de la banda del siniestro Vin-ein-auke. También de la misma banda, otrora rival de aquella liderada por Njall Blotinhand Kurtson (a la que pertenecieran los gemelos Björnson) procedía el temible y todavía prófugo Daudensgraber, "Sepulturero".

 

      Balduino felicitó a Anders al enterarse de que había sido éste quien diera cuenta de Kniffen; pero sus cumplidos fueron recibidos sin jactancias y aun con cierta incomodidad. En ese momento el pelirrojo no tenía tiempo para profundizar más en ese asunto, pero la reacción de Anders era llamativa. Tal vez, pensó Balduino, había acabado con Kniffen de manera poco honrosa; por la espalda, por ejemplo. Ya investigaría lo sucedido, pero por el momento había cosas más urgentes. Se puso al tanto de las restantes novedades, ninguna demasiado trrascendente, y luego indicó a Snarki que se acercara.

 

      -Con ayuda del Conde Arn, he averiguado cómo va tu caso-le dijo-, y lo cierto es que se halla cerrado desde hace ya mucho tiempo, porque atraparon al verdadero culpable. Pero olvidaron que tú seguías en prisión, acusado de un crimen del que eras inocente, y por eso no te liberaron.

 

      Snarki permaneció un momento atónito, dudando de la veracidad de aquella noticia demasiado buena para ser cierta, y luego preguntó:

 

      -¿Estáis seguro? Pero, ¿cómo...?

 

      -En cuanto a si estoy seguro, lo estoy. De hecho, traje conmigo los informes del caso, relativos a las acusaciones levantadas contra Thorstein Sigurdson; o sea, tú. En cuanto a lo otro, no lo sé. Tú eres creyente; de modo que llámalo justicia divina, si quieres-contestó Balduino-. Ingresaron ladrones en cierta vivienda de Helmberg, pero no pudieron llevarse nada, ya que sus actividades fueron detectadas por la ronda. Pero antes hicieron un desbarajuste increíble aprovechando la ausencia del dueño de casa y, entre otras cosas, abrieron un arcón cerrado bajo llave. Un amigo del dueño de la vivienda, que además era el padre de la niña violada y asesinada, fue llamado al lugar debido a la sospecha de un vecino, que él corroboró con horror: entre otras cosas, en el arcón abierto había una capa y un par de guantes que reconoció como pertenecientes a su difunta hija y con las que había salido de su casa por última vez.

 

      'En otras palabras, el verdadero culpable era el dueño de esa casa. Se lo arrestó y se lo puso frente a las pruebas que lo acusaban, y confesó todo, desmoronado. Había invitado a la niña a pasar un momento a su casa, y ella no desconfió, porque el hombre era amigo de su padre. Cuando la tuvo adentro, la violó y la mató. Prontamente se deshizo del cadáver...

 

       -Pero si cuando la descubrí vivía aún...-objetó Snarki.

 

      -Tal vez, pero por lo visto él la creyó muerta. Como sea, se deshizo de ella. Todo indica que pensaba hacer lo mismo con la capa y los guantes que la niña se había quitado al entrar, pero que algo le impidió hacerlo en su momento y, luego de esconder las prendas en aquel arcón, se olvidó del asunto. De no haber sido por ello, el crimen seguiría impune o se habría castigado a la persona equivocada-Balduino resopló-. Arn es realmente increíble. Un crimen tan monstruoso, y él no recordaba el menor detalle, a pesar de que en su momento, según entiendo, se las vio negras con su pueblo que exigía a gritos que se hallara al culpable. Hasta me pregunté si no sabiendo dónde se había metido el presunto responsable hallado originalmente, Snarki, no habría fraguado pruebas contra cualquier otras persona para aparentar que se hacía justicia; pero si el padre de la niña reconoció esas prendas, quedan pocas dudas de que se trataba del verdadero asesino.

 

      Hubo un instante de silencio tras el macabro relato. Durante ese instante, los Kveisunger se miraron entre sí. Obviamente estaban de acuerdo, como siempre, en que la gente era una porquería, salvo ellos y unos pocos más, que casualmente eran siempre sus interlocutores de turno, cualesquiera fuesen éstos.

 

      Pensar en el monstruoso crimen y sus truculentos detalles estremecía a Balduino. Asesinar a una pobre niña indefensa ya era cosa de bárbaros, pero que esa niña fuera hija de un amigo del asesino y que con engaños se la hubiese llevado a una trampa mortal iba mucho más allá de la mera barbarie, y se adentraba en el terreno de lo demencialmente inhumano. ¡Qué horrendas, inexploradas fosas de negra maldad se abrían en los espíritus de gente de apariencia normal, a veces incluso en personas íntimamente ligadas a uno y nada sospechosas de crueldades semejantes!...

 

      -¿Lo ahorcaron?-preguntó Thorvald.

 

      -No llegó vivo a la horca, lo destrozó una muchedumbre enfurecida-contestó Balduino.

 

      -Lo que estuvieron a punto de hacerme a mí-observó Snarki, ya con acentos muy emocionados que recomendaron a varios de los presentes, comenzando por los Kveisunger, darse a la fuga-. Yo creía que ya no saldría de ésta... Que Dios me había abandonado...

 

      Toda moneda tiene cara o cruz aunque, al echarla al aire, a menudo un lado salga con más frecuencia que otro, como si sólo tuviera una faz, y aunque llegue un momento en que casi nadie se atreva a apostar por ese reverso que parece inexistente.

 

       Todavía sin recobrarse de la horripilante impresión que le había dejado su propio relato del crimen, Balduino volvió a la realidad. Tal vez por estar agobiado, se sentía además algo deprimido. La humanidad era también una moneda lanzada al aire; y el caso de aquella pobre niña violada y asesinada, una prueba aterradora de que el Mal era el lado que salía con mayor frecuencia.

 

      En eso vio a Snarki, por ese tiempo ya muy adelgazado y curtido por el duro trabajo, llorando en silencio, aliviado y asombrado de su increíble suerte, de su destino o, tal vez, de que Dios no lo hubiera abandonado, después de todo. Balduino sintió un nudo en la garganta, conmovido y reconfortado. Alguna vez, Snarki había sido una moneda arrojada al aire. Balduino apostó por el lado difícil, el lado del Bien... Y había triunfado.

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:53

            A la mañana siguiente, y bajo la influencia de su consejero, Arn todavía recelaba de Balduino, puesto que no le dio permiso para hacer personalmente ciertas indagaciones. No se lo negó expresamente, pero con sospechosa amabilidad insistió en enviar a sus ujieres y secretarios a hacer las averiguaciones necesarias. Así no tendrás que molestarte tú, dijo a Balduino; pero éste ádvirtió que previamente el consejero había cuchicheado algo al oído de Arn. No le importó.    


       -Necesito datos acerca de una persona. Un cierto Thorstein Sigurdson-explicó.      Arn escuchó  os detalles, asintió y despachó a varias personas a reunir la información solicitada, lo que exigiría revisar archivos y hablar con ciertas personas, algunas de ellas de cierto rango. Probablemente su temor radicara en la posibilidad de que Balduino hiciese algo más que reunir la información que decía necesitar: quizás tantease a las personas entrevistadas en busca de aliados para una posible conspiración.


     Por lo demás, con Balduino se mostraba un anfitrión impecable, muy considerado. Tuvo que darse cuenta de que Hansi no era un mero sirviente, puesto que Balduino lo llevó consigo a la mesa para el desayuno. El día anterior, el niño se había salteado la cena, puesto que sólo quería reponerse de la cabalgata.


      No obstante, Arn no hizo comentarios y se limitó a ordenar que trajeran comida también Hansi.


       -Cuéntame de ti-dijo a Balduino, luego de impartir las órdenes necesarias para reunir la información que se le solicitaba.


       Era la primera vez que tuteaba a Balduino, quien se sentía cada vez más incómodo. Su presencia en aquel palacio se justificaba por aquella vieja política de Divide et impera de la que no tenía más remedio que valerse si pretendía liberar prontamente a Tarian. Presentándose ante Arn como fiel defensor de los intereses de éste y acusando a Einar y a su camarilla de negligencia e ineptitud, esperaba conseguir que se pusiera a Kvissensborg en sus manos de manera oficial. A obtener eso y a ninguna otra cosa había venido, y la creciente confianza que le dispensaba Arn a pesar de que su consejero, sabiamente, tiraba en sentido contrario, lo hacía sentirse un canalla por engatusar en cierto modo a su cortés anfitrión. Intentaba consolarse pensando que éste era sin duda responsable de villanías mayores, pero las faltas ajenas no constituyen consuelo eficaz para quienes son celosos guardianes de sus propias conciencias.


       Más aún, cuando Arn olvidaba su estúpido orgullo de casta, podía ser una persona muy agradable. El problema venía cuando su elevada cuna se le subía a la cabeza y le nublaba el entendimiento; ahí afloraba su flanco nefasto, el del Arn que ponía a todos sus vasallos en pos de una mujer que lo rechazaba y que, igual que una serpiente en su nido, se enroscaba en torno a sus feudos y su linaje para defenderlos de enemigos imaginarios.


      A su favor había que admitir que este Arn parecía avergonzado del trato que aquel otro Conde Arn, su padre, había cerrado con Sundeneschrackt y los sobrevivientes de las huestes piráticas de éste, ya once años atrás. No mencionó el hecho pero, como al pasar, dijo algo de que en todo árbol genealógico había raíces y ramas podridas a las que sólo la fuerza de la sangre evitaba ser pasadas por el hacha, pero que traían vergüenza a sus descendientes.


       Hacia el mediodía empezaron a regresar algunas de las personas enviadas a recabar los informes que Balduino necesitaba. Antes de llegar a manos de éste, dichos informes pasaban primero por las manos de Arn y de su consejero, evidentemente para cerciorarse de la fidelidad de algunos datos aportados por el pelirrojo respecto a la naturaleza y los motivos de aquella extraña búsqueda. Arn meneó la cabeza, persuadido sin duda de la inutilidad de la misma; pero fue entregando uno a uno los informes a Balduino. Los resultados eran dispares, hasta que Arn advirtió que el pelirrojo parecía quedar satisfecho.


      -Os doy las gracias, señor. Sin vuestra ayuda, quizás habría tardado mucho en dar con este dato-dijo Balduino.


      Arn asintió en silencio y luego de un rato ordenó al consejero retirarse, indicio de que luego de revisar los informes en busca de algo que apuntase a Balduino en dirección sospechosa y no encontrarlo, su confianza en él era absoluta. Esto se confirmó después del almuerzo, cuando lo llevó aparte para discutir con él algunos detalles de cierto documento, precisamente el que Balduino había venido a buscar a Helmberg, y que iba dictando frase por frase a un secretario.


      -El señor Einar tal vez se haya mostrado descuidado-comentó en voz alta-; pero... No sé... Fue buen servidor de mi padre y luego también mío... 


      ¿O tal vez quieras tenerlo contento para que no ventile más detalles ignominiosos acerca del escandaloso trato que ayudó a cerrar entre Sundeneschrackt y tu ilustre padre?, pensó Balduino.


      -No hace falta removerlo o sustituírlo, ni despojarlo de sus títulos. Bastará con privarlo durante un tiempo del mando sobre sus hombres, excepto de un pequeño séquito que podrá conservar para custodia personal. Por otra parte, será una medida provisoria, hasta haber tomado las precauciones para que la fuga no se repita-contestó, reflexionando que, después de todo, si aquel bufón que era Einar se sentía feliz con sus tontos y casi grotescos títulos, no era menester privarlo de ellos. Con que ya no pudiera hacer daño sería suficiente.


      Como ése, debatieron otros dos o tres puntos del texto hasta que el documento  quedó al fin redactado, firmado y sellado por Arn, quien lo entregó a Balduino.


       -Mañana podrás regresar a Kvissensborg-dijo Arn, cuando ambos quedaron a solas-; sin embargo, me halagarías aceptando mi hospitalidad unos días más.


      -Sería para mí un honor-contestó Balduino, sonriendo amable aunque insinceramente-, pero tengo deberes a los que no puedo faltar.


       Arn asintió.


       -Ya había notado la importancia que das al deber-comentó-. Así era yo a los dieciséis o diecisiete años.


        Y el hermoso y normalmente insulso rostro se tiñó de cierta nostalgia.


     Aquel sujeto era indirectamente responsable de la golpiza que en Kvissensborg recibiera Balduino; y aun así, éste no pudo evitar tenerle lástima en ese momento. En Arn confluían lo mismo cualidades valiosas que despreciables, y las primeras parecían sepultadas por las otras. No obstante, allí estaban.


      Balduino decidió jugarse por esas cualidades olvidadas.


      -Arn, el joven que dices sigue vivo en algún lugar de tu corazón, estoy seguro-dijo, devolviendo el tuteo por primera vez-. Déjalo salir más a menudo. Estoy seguro de que es un muchacho espléndido, admirado y amado.


       -Bah. Cuando tengas mi edad, sabrás que el populacho no merece que uno se sacrifique por ellos.


      Aun sin haber mirado mucho a los habitantes de Helmberg, y por lo que había visto en otras ciudades, Balduino pensaba que probablemente Arn tuviera algo de razón. No supo precisar en ese momento cuál era la diferencia; y sin embargo, le constaba que hasta la gente más humilde de la ciudad era muy distinta de Kurt Ingmarson, Thomen el Chiflado e incluso de Oivind Oivindson.


      -Quizás-admitió-, pero tal vez tú sí merezcas ocuparte de ellos. El destino te bendijo con la dignidad de Caballero, la más noble a la que pueda aspirar un mortal. Honra tu condición, Arn. El tiempo no respeta la juventud ni la belleza física de nadie, las riquezas van y vienen y puede que alguna vez a nadie le importe un bledo tu sangre noble o tu linaje. El bien que hagamos en el mundo, no obstante, prevalecerá de un modo u otro.


      -Un soñador, eso es lo que eres... Un idealista. Demasiado idealista, diría yo-replicó Arn, en tono irónico no exento de cierto matiz amargo.


      -O a lo mejor es que tú no lo eres ni un poquito-dijo Balduino-. El hombre que me entrenó para ser Caballero, sabes, concedía enorme importancia a la formación moral de quienes estaban a su cargo. El me contó que, en latín, la palabra virtus, virtud, está relacionada con viris, hombre. Conforme a esto, la virtud es inherente al varón, y en tanto menos virtudes posea un hombre, más dudas cabrán acerca de su virilidad. Siendo esto así, y si todos los demás renuncian a sus virtudes haciéndose de alguna manera eunucos, ¿hemos  de hacer lo mismo? ¿Nada menos que nosotros, que somos Caballeros y, supuestamente, más hombres que la mayoría? ¿Que cuando fuimos armados contrajimos el compromiso de ser, no sólo más valientes, sino mucho más virtuosos que los demás? ¿Qué hay de aquello de cumplir con la palabra dada, de respetar y proteger al débil, de ser en todo tiempo y lugar paladines enfrentándonos a la injusticia y el Mal?


      Arn, se sabe, no era un dechado de virtudes ni mucho menos. Licencioso, abusivo, soberbio y frívolo, distaba mucho, no obstante, de ser un monstruo; y quienes no son monstruos, por cerca que estén de serlo, alguna vez han anhelado alcanzar precisamente el polo opuesto.


      Sin poder contenerse, Balduino le había hablado en un tono áspero y duro, muy poco en consonancia con el respeto exhibido hasta entonces. Ahora Arn creía estar seguro de que le ocultaba algo, aunque no imaginaba qué; pero instintivamente comprendió también que el pelirrojo no era su enemigo. Y en este momento, le era absolutamente franco.


      Hacía rato que Arn no oía una voz de verdad sincera en su entorno. Quizás porque normalmente él prefería la adulación, y esto era sabido. Lo que quizás se ignorara era que, aun prefiriendo la adulación, no la amaba. Había paladeado la lisonja artificial y calculada, tal como Balduino le dijera a Anders, igual que los pobres se alimentan de sopa de alforfón sólo por no tener otra cosa que comer.


      Ahora, en las palabras de Balduino, Arn degustaba un alimento distinto y tentador, pero a la vez condimentado en exceso. Podía dejarle la boca en llamas... Y sin embargo, esas palabras no eran agresivas. Balduino no reprochaba a Arn actos concretos, no lo insultaba ni ofendía. Pero habiendo hallado en él un costado querible, luchaba por hacerlo prevalecer. Por fastidioso que fuera para Arn, al menos ahora sabía que Balduino quería mantenerse de su lado, aunque entre ambos existieran discrepancias respecto al camino a seguir.


       -Me hablaste de muchas cosas, pero no de que hayas participado en torneos. Supongo que tu Orden no los organizaba, lo que se entiende dado el libelo de proscripción que pesaba sobre ella-dijo-. Tienes que participar de alguno cuando puedas. En el momento en que triunfes en uno por primera vez, sentirás que alcanzaste la gloria y, lo que es mejor, el pueblo te hará sentir que la has conquistado. Ahí sabrás que es eso lo que ellos quieren en realidad: abuchearte cuando los gobiernes y amarte y vitorearte cuando venzas en un torneo. En efecto, no importarán tus esfuerzos: en tanto no tengas, igual que Nuestro Señor Jesucristo, el poder de resucitar muertos, sanar leprosos y multiplicar panes, jamás serás amado como gobernante o como brazo armado del poder. Te culparán de hambre y de impunidad criminal, de epidemias y granizadas violentas, de plagas y sequías, de todo. Sacrificarse por gente así es una tontería, por más Caballero que se sea. La gente de bajo nacimiento normalmente estará siempre dispuesta a odiarte, tal vez por envidia; de modo que tanto da proporcionarles motivos de odio que no hacerlo. Pero en los torneos todos te aclamarán como uno solo, ¿y sabes por qué?: porque los harás soñar. A través de ti olvidarán sus estúpidas e insignificantes vidas, cerrarán los ojos e imaginarán que han sido ellos quienes, enfundados en su armadura, derribaron al adversario. Por eso en ese momento te amarán y vivarán tu nombre... Vencer en un torneo es una experiencia única: no debes perdértela.


       -¿Una experiencia única, dices? Como beberse un buen vino saturado de arsénico, ¿no?-ironizó Balduino-. Ninguna de las dos cosas me atrae mucho que digamos. Vences en un torneo y todos te aclaman, dices. Ese joven idealista que, según tú, fuiste alguna vez, ¿te aclama también? Porque temo que su opinión es la única que de verdad importa. Si la gente de baja cuna es tan ruin y estúpida como la describes, me cago en sus vítores. ¿De veras necesitas de la aprobación de un coro de rebuznos? La aquiescencia de mil, diez mil, cien mil asnos, ¿te es más valiosa que la del joven valiente e idealista que fuiste en otro tiempo? Apenas puedo creer que tengas tan distorsionada tu escala de prioridades. No es lo mismo un simulacro de heroísmo que le verdadero heroísmo, no es lo mismo una apariencia de hombría que auténtica virilidad, y definitivamente ninguna de esas estúpidas y largas lanzas con las que los contendientes de los torneos anhelan, tal vez, compensar ciertas mezquindades de la Naturaleza en sus respectivas entrepiernas, suplirá jamás en gloria y esplendor al arma que se yergue en defensa de una causa noble. Alguien me dijo una vez que cuando la maldad y la depravación se abaten sobre el mundo con la potencia de una fuerza invasora, incluso los Caballeros somos inermes ante ella y debemos hacernos igualmente malos y depravados a fin de no ser arrollados por ella. Excusas, y nada más. Toda fuerza invasora puede ser vencida o al menos contenida temporalmente; sólo es cuestión de elegir el momento y el lugar apropiados para el combate. Un solo hombre apostado en un pasaje estrecho, como un desfiladero o un puente, puede causar grandes estragos en las huestes enemigas, si lucha bien... Pero para eso se necesitan pelotas muy bien puestas, y la mayoría de los hombres son en el fondo pésimos guardianes hasta de los pasajes estrechos del propio cuerpo.


      -Por duro que sea, todo hombre terminaría cayendo, más tarde o más temprano, en el ejemplo  que me das, ¡para qué desperdiciar tanto coraje!-reprobó Arn.


      -Su valor puede inspirar a otros-contestó Balduino-. De todos modos, se vería más gallardo y heroico caído en combate en causas nobles que triunfante en un frívolo torneo.


      -Son distintas proezas. No puedes compararlas-dijo Arn, algo molesto.


      Balduino juzgó prudente abandonar el tema. Arn había participado en muchos torneos, pero tal vez en ningún combate real; de modo que tan poco halagüeñas palabras hacia el deporte predilecto de la nobleza no le hacían gracia. Y a Balduino no le convenía malquistarse con él.


      Era evidente que Arn simplificaba lo que el pelirrojo trataba de decirle a una cuestión de valor y destreza en las armas, y que no comprendía nada de lo que él trataba de explicarle. Al parecer, también por un pasaje estrecho iban las nuevas ideas y nociones desde el exterior hasta el cerebro de Arn, y en dicho pasaje debía tener apostado a un guerrero muy recio cerrándoles firmemente el paso. Por lo tanto, la tontería se encontraba muy a salvo, bien atricherada en sus sesos. ¿Sería su alma igual de inexpugnable?


      -Ten mucho cuidado, Arn-sugirió Balduino, tomando una copa de una bandeja que le presentaba un siervo-. Te traicionaré cuando menos lo imagines.


      Arn abrió unos enormes ojos tan escandalizados como incrédulos; el siervo empalideció ante la afrentosa e inesperada confesión.


      -¡Sí, sí, así es!-confirmó Balduino, muy serio-. Sólo espero que te descuides. Cuando menos lo pienses, tomaré por asalto tu corazón y liberaré a ese joven de dieciséis o diecisiete años que debe seguir vivo en tu interior y al que te obstinas en mantener prisionero.


      Arn permaneció estupefacto unos segundos, antes de soltar la carcajada.


      -Buena me la has hecho-dijo, meneando la cabeza, sonriente aún-. Por un momento creí que hablabas en serio.


      Y no he dicho que hable en broma-pensó Balduino-. Ojalá algún día vuelva ante ti y encuentre un príncipe ante quien inclinarme respetuosamente y de corazón, en vez de un bufón al que adular.   

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:44

     Arn de Thorhavok recibió a Balduino arrellanado en su trono, escoltado por dos guardias y con un consejero a su espalda. Pretendía infundir una intimidatoria sensación de poder, pero Balduino no se cohibía ante nadie que lo recibiera sentado, y menos estando él con atuendo de guerra.

 

      Físicamente, Arn era exactamente igual a tantos nobles de Andrusia treintañeros como él. Tenía una espléndida melena rubia, ojos azules y cuerpo atlético. Su mirada era frívola, vanidosa y aburrida, lo que tampoco era inhabitual entre la alta nobleza. Alguien así hace sin duda las delicias de casi todo el sexo femenino, pero es la pesadilla de todo narrador de historias que se precie de tal. Porque, ¿cómo se hace para diferenciar a un rubio de ojos azules de otro? Una expresión especialmente altanera , justa, viciosa o malvada puede marcar esa distinción, pero es exasperante que ni la parte del alma que aflora al rostro destaque en especial, y eso le sucedía a Arn. Era una simple y ñoña suma de perfección física y nada más.

 

      Miró extrañado a aquel hombre que se presentaba a una audiencia revestido de negra armadura, como dirigiéndose a un combate, pero a la vez cargando en brazos a un niño, igual que una nodriza o un aya. Sostenía el casco bajo el brazo derecho; la cofia de mallas metálicas estaba echada hacia atrás.

 

      -Abajo, Hansi...-murmuró Balduino, depositando al niño en el suelo y cambiando de brazo el casco. Acto seguido se acercó al trono, hincó rodilla en tierra y besó la diestra de Arn, como lo haría un vasallo con su señor feudal.

 

      -De pie-ordenó el Conde de Thorhavok, satisfecho de ver que este potencial enemigo se humillaba ante él.

 

      Pero Balduino no se veía en absoluto humillado. Permanecía con el pie derecho un poco adelantado, la cabeza en alto y la vista fija en el personaje sentado en el trono. Arn advirtió entonces que aquel hombre era de verdad un Caballero orgulloso de su condición de tal, y para colmo con bastante carácter. Esto le preocupaba un poco... Pero no podía entender qué hacía frente a él un hombre así, que no parecía muy proclive a rebajarse ante un enemigo sin luchar primero. Y esa entrada con el niño en brazos, ¿qué significaba? Y para empezar, ¿quién era el niño? Sin duda, su hermano, pensó Arn a la vista de que ambos, niño y Caballero, eran pelirrojos...

 

      -Habéis inspeccionado Kvissensborg por vuestra cuenta. Eso va contra la ley-reprendió a Balduino.

 

       Es cierto, pero no me lo digas a mí, que ya lo sé-pensó Balduino-. Díselo mejor a tu amigo Einar y sus hombres. No habría podido inspeccionar Kvissensborg si ellos no me lo hubiesen permitido. Pero es que son gente tan amable...

 

        -Hace ya muchos años que los Caballeros no tienen derecho a intervenir en castillos que no les pertenecen de la forma en que vos lo hicisteis, excepto, claro está, autorizados por orden real, del dueño del castillo o del señor de quien aquel es vasallo-continuó Arn.

 

       En efecto, se había modificado la ley varios años atrás para evitar, supuestamente, que falsos Caballeros (es decir, los advenedizos del Viento Negro) dispusiesen de fácil acceso a fortalezas y pudieran examinar sus puntos débiles para luego atacarlas y tomarlas. En realidad, los contactos de la Orden del Viento Negro habían impulsado dichas modificaciones para evitar que los enemigos de aquélla husmearan en ciertos castillos donde los proscritos Caballeros se ocultaban a veces, particularmente algunos comandados por las Milicias de San Leonardo, sus encubridores.

 

       -Podría haceros arrestar por vuestra impertinencia.

 

        -Señor, no ignoro la ley; pero bienvenido sea un tiempo en la cárcel, si trasgrediéndola protejo vuestros intereses. Permitidme explicaros y veréis que no podía proceder de otra manera-dijo Balduino, sin amedrentarse ni un ápice-. Como os informé en mi mensaje, tuve conocimiento de la evasión, no a través de las autoridades de Kvissensborg, sino por boca del cura local. Esto me alarmó. Vuestro vasallo Einar debió ponerme de inmediato al tanto de la fuga para que yo mismo pudiera colaborar en la captura de los prófugos. Me pregunté entonces qué otras irregularidades habría en Kvissensborg, y para ponerme al tanto de ellas hice esa inspección... Pese a no estar autorizado a ello por la ley, como bien decís. Ahora bien, en Kvissensborg todos se sometieron demasiado dócil e inmediatamente a mi autoridad. ¿Cómo es esto posible? ¿Es que ignoran la ley? Sin embargo, hombres de armas deberían tener en claro a quién deben obediencia y a quién no. No es posible que se dejen mandonear por cualquiera. Sólo un joven oficial, un teniente, mostró reparos para obedecerme , si bien  terminó haciéndolo a imitación de sus superiores. Gente así es involuntariamente peligrosa. Así como se han dejado mandar por mí, pueden ponerse a las órdenes de un enemigo. Estipulad vos mismo qué es preferible, si contravenir la ley por serviros o no contravenirla ni precaveros de eventuales riesgos. El solo hecho de que me tengáis aquí, sin escolta y con solo un sirviente acompañándome, demuestra, creo yo, que estoy dispuesto a someterme a vuestra justicia; si bien apelo a vuestra misericordia, puesto que infringí la ley sólo por serviros bien. Ni siendo vasallo vuestro podríais esperar mayor lealtad de mi parte.

 

      La personalidad de Arn coincidía perfectamente con la opinión que Balduino se había formado de ella sin conocerlo: era un engreído que gustaba de verse servido y obedecido por todo el mundo. Eso lo hacía sentirse importante. Pero aquel fatuo, desafortunadamente, no estaba solo. Tras el respaldo de su sitial, su consejero pensaba, analizaba las palabras de Balduino, preveía las consecuencias eventuales de toda posible decisión. Y ese individuo había mirado a Hansi con desagradable cálculo, como si el niño fuera un potencial rehén para asegurarse la fidelidad de Balduino. Se comprenderá, por lo tanto, que éste se refiriera a Hansi en forma un tanto peyorativa, calificándolo de sirviente. Los siervos jamás eran rehenes, porque por lo general a sus señores les importaba un comino qué hicieran con aquéllos sus enemigos.

 

       Hansi, sin embargo, era demasiado inocente para plantearse estos razonamientos; y le dolió que se lo llamara sirviente, menos por el término en sí que por el tono despectivo con que fue pronunciado.

 

      -Todavía más-añadió Balduino-: poned Kvissensborg bajo mi mando por unos meses y os garantizo que haré de ella una fortaleza modelo.

 

      Arn miró a aquel hombre de quien tanto había oído hablar y a quien de entrada y sin conocerlo había considerado enemigo suyo.

 

      -Aún no os exonero de vuestra falta-aclaró.

 

      -Pero lo haréis-contestó Balduino-. Sé sopesar el carácter de un hombre en cuanto lo veo, sé distinguir al verdadero noble de aquel al que sólo absurdos hados sitúan en la condición de  tal; así como vos sabéis que a partir de hoy os serviré por el corazón con la misma lealtad con que antes me impulsaba sólo el deber-e inclinó respetuosamente la cabeza.

 

      No había especial obsequiosidad en los gestos del pelirrojo, quien en todo momento se mostró serio, hierático y  que al mismo tiempo infundía una sensación de discilplina, como si aguardara órdenes de Arn para inmediatamente marchar a ejecutarlas. Tal actitud, en las presentes condiciones, era una fórmula con muy buenas probabilidades de éxito. Prisionero de su propia vanidad, Arn veía ahora en Balduino al hombre que, subyugado por la personalidad de un enemigo, cambia de bando y se pone respetuosamente al servicio de éste. La perspectiva le resultaba tanto más halagadora ahora que, muy a su pesar, reconocía en Balduino a un auténtico Caballero en lugar del forajido por el que lo había tomado.

 

      Desafortunadamente, Balduino no había lisonjeado al consejero, quien por otra parte parecía mucho más inteligente y mucho menos vanidoso que su señor; de modo que el hombre se inclinó sobre el oído de este último y le susurró quién sabía qué. Entonces Arn preguntó a Balduino:

 

      -¿Han sido hallados esos dos fugitivos?

 

      -Eso no os lo sabría decir-fue la respuesta-. Continuaban sin ser hallados cuando partí hacia aquí, pero tal vez mientras tanto los hayan capturado. No obstante, tengo algo que mostraros- Balduino llamó a Hansi y le pidió que sostuviera el casco mientras él desataba una bolsita de cuero que llevaba a la cintura, y de la que extrajo un rollo de pergamino que entregó al Conde de Thorhavok-. He aquí el informe de la evasión.

 

       Arn desplegó el rollo y se puso a leerlo. Mirando por encima del hombro de su señor, el consejero hizo otro tanto.

 

      -Parece evidente que hubo traición por parte de alguien-dijo Balduino, y Arn bajó un momento el pergamino para dedicarle su atención-. Es difícil saber por parte de quién, y de cuántos. la puerta de acceso a las Celdas Comunes quedó mal cerrada. Esto podría deberse a simple negligencia. Pero la fuga tuvo lugar aprovechando que uno de los centinelas estaba, supuestamente, dormido. Una posibilidad sería que no lo estuviera realmente; que fuera complice haciendo la vista gorda. Pero como no hio desaparecer las pruebas que lo implicaban, por ejemplo la cuerda por la que descendieron los fugitivos desde lo alto del muro, veo más factible que ese guardia tuviera la mala costumbre de dormir estando en servicio y que el verdadero cómplice lo supiera y aprovechara esa circunstancia.

 

       El consejero se inclinó nuevamente sobre el oído del Conde de Thorhavok, quien preguntó a Balduino:

 

       -¿Desconfiáis de alguien en particular?

 

      -Seguramente ha sido un veterano, alguien harto de muchos años de servicio y que sintiendo sobre sí el fracaso y el paso de los años se dejó tentar por alguna promesa innoble y traicionera. Los carceleros a los que tuve oportunidad de conocer en Kvissensborg ya no son jóvenes y han perdido todo idealismo y buena parte de su sentido del deber. Gente así es fácilmente corrompible. Uno de los carceleros murió durante la fuga. Quién sabem tal vez haya sido ése; quizás un puñal clavado en la espalda haya sido el pago de su complicidad en vez de las riquezas con las que se lo sedujo: Pero no es seguro. Puede que en realidad nunca descubramos al culpable, no lo sé; pero podemos al menos asegurarnos de que jamás ocurra nada parecido.

 

       -Es imprescindible hallar al culpable, sin embargo-contestó Arn-. Las buenas intenciones no convencen a nadie.

 

       -Sólo importa que una sola persona en todo el mundo esté convencida de las buenas e inexitosas intenciones dealguien: quien las tiene-replicó Balduino-. Pero si os fuera duro afrontar la incredulidad de los demás, yo cargaré por vos con ella. Hallaré al culpable o me responsabilizará por no hacer sabido encontrarlo.

 

      Arn alzó la cabeza.

 

      -¿Sí?-preguntó, escéptico.

 

      Cuando Balduino iba a contestar, Arn lo detuvo con un gesto de su mano, pues su consejero de inclinaba de nuevo sobre él. ¡Qué ganas de retorcerle el pescuezo a aquel entrometido!... Balduino temía no lograr ganarse al Conde de Thorhavok si primero no le arrancaba la lengua al consejero.

 

       -Seréis mi huésped de honor esta noche-dijo finalmente Arn, mirando a Balduino a los ojos.

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:43

       Pese a la loable intención de Balduino de quedarse allí con Hansi sólo un instante, los Leprosos los retuvieron a por espacio de una hora u hora y media; y cuando por fin ambos se pusieron de nuevo en marcha, cabalgaron con unas cuantas interrupciones, pues Hansi seguía sin habituarse a montar durante tanto tiempo seguido. El viaje le estaba resultando un suplicio aún peor que el anterior, el que había hecho con Balduino a Vallasköpping.

 

       -¿Falta mucho, señor Cabellos de Fuego?-gemía a cada rato.

 

        -Bastante-era la invariable réplica de Balduino, quien ya lamentaba haberlo traído consigo.

 

        Llegaron a Helmberg faltando poco para el ocaso. Era una ciudad bastante aburrida, o así se lo pareció a Balduino, quien había visto ciudades más destacadas para dejarse impresionar por ésta. En cuanto a Hansi, estaba demasiado adolorido para dejarse fascinar por cualesquiera encantos citadinos que en otro momento lo hubieran asombrado tanto como a cualquier niño de pueblo pequeño que de golpe empieza a conocer mundo.

 

      Sin pérdida de tiempo, Balduino pidió indicaciones para llegar al Palacio Condal, y así condujo a Svartwulk hasta una puerta enrejada muy amplia y custodiada por un guardia que le preguntó su identidad. Momentos más tarde le anunciaron que el Conde Arn lo recibiría en su sala de audiencias.

 

       Prudentemente, Balduino hizo el trabajo de los palafreneros conduciendo él mismo a Svartwulk a las caballerizas. Advirtió a todos que, por su bien, se mantuvieran lejos del caballo, y añadió que más tarde él mismo se ocuparía de alimentarlo.

 

        Hansi parecía soldado a la montura, de la que no hizo el menor ademán de bajar ni aun cuando Svartwulk estaba ya acomodado en aquellas estancias temporales. No podía moverse sin que le doliera hasta el apellido.

 

       -Mi pobre Hansi...-dijo Balduino con ternura, cargándolo en brazos-. Ibas a hacer las veces de paje, pero algo me dice que no estás en condiciones. Qué se le va a hacer, así se hacen los hombres... Ya te convertirás en todo un jinete.

 

       -Eso dijiste la vez anterior, señor Cabellos de Fuego-gimió Hansi.

 

       Desfallecido, se abandonó a la protección de los brazos de Balduino, sin más deseo que el de quedarse quieto en una cama y dormir una semana seguida sin intermitencias.

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:40

CXI

      -Caramba, compañero... La armadura te favorece cada día más-bromeó Gabriel de Caudix al ver a Balduino.

 

      -¿Vas a conquistar a alguna chica?... ¿Ya se lo contaremos a esa amiguita tuya de Freyrstrand!

 

       Era Wjoland Sigisnandsdutter quien hacía esta última chanza. No parecía cohibida por las vendas que ocultaban su belleza, o su ropaje un tanto lúgubre; ni tampoco por verse rodeada sólo por hombres que para colmo padecían la enfermedad más temida de su época, o por la posibilidad de contraer ella misma ese mal y sentir su cuerpo deformarse paulatinamente.

 

      Ambos lo habían reconocido desde la distancia y corrido a saludarlo. Al ver también a Hansi, Gabriel se había detenido instintivamente por temor a transmitirle esa lepra que en teoría no lo aquejaba, pero de la que podía haberse contagiado sin saberlo debido al asiduo contacto con sus tres compañeros. Sin embargo Hansi, absolutamente falto de prejuicios, desmontó después de Balduino y saludó muy efusivamente lo mismo a Gabriel que a Wjoland. Esta última  halló el hecho normal, pero Gabriel, poco acostumbrado a que personas sanas se le acercaran tanto, se sintió tanto más incómodo cuanto que la última persona a la que querría contagiar era un niño inocente.

 

      -A una dama, Hansi, se le toma la diestra para besarla a modo de cortesía... Salvo a ésta, por tu propio bien-bromeó Balduino-. Espero, Wjoland, que te hayas sacado la costumbre de aporrear narices...

 

      -No se dio la ocasión-contestó Wjoland, sonriendo.

 

      -Voy a ver al Conde Arn. ¿Le doy saludos de tu parte?

 

      Así iban los cuatro, Balduino llevando a Svartwulk de la brida, a través del angosto desfiladero que llevaba a las grutas de los Príncipes Leprosos. Entre tanta broma, notó Balduino que Gabriel lo buscaba con la mirada. Parecía ansioso por decirle algo importante, alguna confidencia que la presencia de Hansi o, tal vez, la de Wjoland, impidiera tratar con libertad.

 

      A la entrada de la cueva principal, Balduino permitió a Wjoland pasar en primer término mientras él admiraba el paisaje que se abría ante sus ojos en aquel punto: el arroyo murmurando en el fondo del cañón, el mar que a corta distancia rugía impetuoso como un ejército cargando contra el enemigo, el bosque cerrado y umbrío que parecía salirle al encuentro y caer sobre él desde los acantilados...

 

      -¡Ouch!-exclamó de pronto la joven, desvaneciendo aquel instante mágico y llevándose la mano a la frente-. No puedo creer que sea tan torpe... Bah, no tendré más remedio que creerlo, pero me asombra, siéndolo a este extremo, que haya logrado sobrevivir veintisiete años...

 

      La entrada de la cueva era un  poco baja y ella, no habiéndose agachado lo suficiente, acababa de llevarse por delante la parte superior de la misma.

 

       Hansi fue tras ella, e iba Balduino a pasar a continuación, cuando Gabriel lo aferró por la muñeca.

 

      -Quiero mostrarte algo que seguro no has notado-dijo con cordialidad, señalando hacia el horizonte. Pero luego miró hacia el interior de la gruta, cerciorándose de que la joven estuviera ya lo bastante lejos, y añadió en susurros y con aire conspirador:-. Balduino, Wjoland debe irse. No puede quedar aquí.

 

       Hablaba en tono tan sombrío, que Balduino no pudo menos que alarmarse.

 

      -¿Qué es lo que ha hecho esa mujer?-preguntó en voz baja. Ya me parecía que era demasiado extraña, pensó.

 

      -A nosotros, nada malo. Incluso debo agradecerle que, con sus ocurrencias, ha hecho reír a mis compañeros, cosa que a ellos buena falta les hace y por la que se sienten muy agradecidos. Es otro el problema. No lo que hace a otros, sino lo que se hace a sí misma-respondió Gabriel, siempre confidencialmente-: no para de lastimarse.

 

        Balduino quedó perplejo.

 

       -¿Qué quieres decir con eso de que no para de lastimarse?-preguntó.

 

      -¡Pues justamente eso, ni más ni menos!-exclamó Gabriel-. Se golpea, se pincha, se corta, se quema y se cae.

 

       Ante semejante descripción, a Balduino lo acometió un acceso de risa que dejó pasmado a Gabriel.

 

       -Con razón las vendas le sientan tan bien. Por lo visto, las necesita con tanta frecuencia, que es como si hubiera nacido con ellas-dijo el pelirrojo.

 

      -¡No es gracioso, Balduino!-exclamó Gabriel, enfadado-. Si por lo menos pudiéramos ayudarla, otro gallo nos cantaría. Pero nos consta (no se lo digas a nadie) que una forma de lepra, la verdadera y una de las peores, pasa de una persona a otra a través de heridas; por lo que, cuando ella más nos necesita, tenemos que mantenernos alejados y dejar que se las arregle sola.

 

        -¡Ayudadla sin miedo, ayudadla sin miedo!-rio de nuevo Balduino-. Si de veras se accidenta tanto, es dudoso que viva lo suficiente para contraer lepra.

 

      -Balduino, estás de un humor tétrico-lo reprendió Gabriel, cada vez más molesto.

 

      -De acuerdo, Gabriel: hablemos en serio-propuso Balduino, recobrando la compostura-. Ella quería estar a salvo de los esbirros de Arn, y ningún otro sitio más seguro que éste. Si prefiere arriesgarse a enfermar de lepra antes que sufrir los arrumacos de un hombre al que desprecia, ¿qué quieres que haga yo?... Espera hasta enero o febrero del año que viene, y entonces la haré volver a Freyrstrand.

 

      De mala gana, Gabriel no tuvo más remedio que capitular.

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:39

CX

      Hansi no la había pasado muy bien luego de la única cabalgata realizada hasta ese momento. Balduino, recordándolo, no estuvo ya tan seguro de que accediera a acompañarlo hasta Helmberg; y luego de obtener la aprobación por parte de su padre, le hizo la propuesta antes del desayuno. No fue sabio de su parte. Hansi se mostró alborozado de acompañar a Balduino a cualquier sitio adonde éste se dirigiera, así fuera el mismísimo Infierno; de modo que tragó su desayuno en pocos minutos por temor a que lo dejara atrás si se demoraba y luego, impacientemente, estuvo yendo y viniendo del interior de Vindsborg a la puerta de la caballeriza, y viceversa. Balduino apenas si logró probar bocado, aunque estaba muerto de hambre. Si bien tenía cierta prisa por ponerse en marcha, en este momento su prioridad era poner fin a los insistentes reclamos de Hansi:

 

       -¿Cuándo partimos, señor Cabellos de Fuego, eh? ¿Cuándo?

 

       -Qué paciencia... Qué paciencia hay que tener a veces...-suspiró Balduino, dejando su desayuno sin terminar y poniéndose de pie para colocarse la armadura. Anders se levantó para ayudarlo.

 

      -Creo, muchacho-dijo Thorvald, esbozando una sonrisa-, que fue un error hacerle a Hansi la propuesta antes de estar listo para partir.

 

      Lo alegraba que Balduino fuera bueno y paciente con  el niño. Este volcaba en Balduino todo aquel afecto que en su hogar estaba tan limitado. Friedrik quería sin duda a su hijo, pero era un hombre hosco, práctico y poco efusivo. La tía de Hansi, por su parte, era una solterona amargada y poco tolerante con las travesuras de su sobrino, circunstancia agravada por la precaria salud de la mujer, que padecía diversos achaques. Pero en Kvissensborg Hansi se sentía mimado, y por Balduino experimentaba ese afecto especial que despierta aquello que encarna los sueños más íntimos de nuestro corazón. Y a la vez ejercía sobre él una dulce posesividad infantil, inexpresada y no razonada. El señor Cabellos de Fuego era suyo. No lo decía, tal vez ni meditara sobre ello, pero tal era su sentimiento.

 

      La armadura de Balduino lo tenía fascinado y, mientras Anders ayudaba a su señor a colocársela, el niño se mantuvo quieto y callado, reprimiendo el aliento como bajo un hechizo. Al verlo así hubo sonrisas varias, pese a que algunos en Vindsborg no estaban de ánimos muy risueños. En efecto, Balduino no decía a nadie más que a Anders, Thorvald y Karl lo que estaba sucediendo, pues temía suscitar esperanzas que luego quedaran truncas. Pero sabiendo que el día anterior había estado en Kvissensborg y que ahora se dirigía a Helmberg, planeaba entre los Kveisunger  el temor a que éste buscase un entendimiento con Einar y Arn, que a ellos los dejara de lado.

 

      Incluso Ulvgang participaba de este temor, aunque no lo manifestara en voz alta. Ya no era El Terror de los Estrechos, sino sólo un padre desesperado por salvar a su hijo. Lo aterraba la posibilidad de que Tarian hubiese muerto y nadie se atreviera a decírselo, aunque Fray Bartolomeo asegurase que seguía vivo hasta donde le constaba. Y además lo atormentaba la otra posibilidad, la de una eventual traición por parte de Balduino. Naturalmente, siempre podría vengar con sangre esa traición, pero eso no liberaría a Tarian. Sin contar que, muy a su pesar, se había encariñado con Balduino. Era consciente de ello, pero no tenía coraje para admitir los alcances de ese afecto. Había llegado a amarlo casi tanto como a su propio hijo y, de hecho, soñaba con que fuera como una especie de hermano postizo para Tarian... Porque Ulvgang, mortal al fin, se dolía de la idea de que, cuando él ya no estuviese, Tarian quedara solo, sin  la compañía del pueblo de las profundidades ni del de la superficie.

 

      Todavía estaba Balduino terminando de calzarse la armadura con ayuda de Anders cuando Thorvald, dando por finalizado el desayuno, ordenó bajar para dar comienzo a las faenas del día. Ulvgang se puso de pie antes que nadie, pero luego se rezagó.

 

      En determinado momento, los saltones ojos verdiazules del Kveisung se cruzaron con las pupilas marrones de Balduino. Se sostuvieron la mirada mutuamente. La de Ulvgang sometía a la del pelirrojo a un duro, severo escrutinio; pero los ojos de Balduino conservaban su aspecto limpio y franco de siempre.

 

       -Cuídate, señor Cabellos de Fuego-recomendó Ulvgang, insinuando apenas una sonrisa, antes de salir al patio y bajar la escalinata.

 

      Y minutos más tarde, Balduino subía a lomos de Svartwulk y ayudaba a Hansi a subirse a la grupa, y por último ambos partían hacia Helmberg, un viaje bastante duro para alguien acudiado por el tiempo. Sólo de ida eran ocho leguas o quizás un poco más. No obstante ello, Balduino decidió detenerse en la desembocadura del Viduvosalv para asegurarse de que los Príncipes Leprosos se hallaran bien. Sería sólo un momento.

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:35

CIX

       Tres, tal vez cuatro meses habían transcurrido desde aquella ahora lejana inspección a Kvissensborg;  Balduino no lograba recordarlo bien.

 

        Paseaba por la playa, bajo las últimas luces del crepúsculo, con una intensa amargura royéndole el corazón, y recordando cuántas esperanzas había puesto en aquel inútil intento de hacerse con el mando en Kvissensborg. No lograba entender aún qué había salido mal.

 

        Hacía días que en Vindsborg se vivía un clima de pesadilla. En breve tiempo Ulvgang, persuadido de que Balduino en realidad jamás había hecho el menor esfuerzo por liberar a Tarian, había minado con palabras subversivas las reservas de confianza de los demás. Por primera vez desde su llegada enfrentaba Balduino algo similar a un motín: fuera de Anders, Thorvald, Karl y Ursula, nadie acataba una sola de sus órdenes.

 

      En este momento, Ulvgang y sus hombres debían estar intrigando en el interior de Vindsborg. Cansadamente, Balduino decidió enfrentarlos, para lo que comenzó a subir sin ganas la escalinata de piedra.

 

      Hubo reproche y rencor en todas las miradas que se volvieron hacia él cuando entró en Vindsborg, y un silencio glacial se desplomó entre los presentes. Fue Ulvgang el primero en romperlo:

 

      -Nos vamos. Nunca más volverás a engatusarnos con tus mentiras-dijo.

 

       -Ninguna mentira, pero haced lo que queráis. Tal vez era inevitable que esto terminara así-repuso Balduino, demasiado triste, demasiado derrotado para responder con más energía-. No puedo culparte del todo. La muerte de Tarian seguramente fue para ti un golpe más duro de lo que yo mismo imagino.

 

       Ulvgang sonrió con burla y desprecio.

 

       -¿Y quién ha dicho que Tarian esté muerto?-preguntó-. La última vez que lo vi, hace apenas unos segundos, estaba bien vivo. Mira, ahí lo tienes.

 

      Balduino siguió con la vista la dirección indicada por Ulvgang y halló, mezclada entre los Kveisunger, una cara que jamás antes había visto: un rostro de ojos azules, sucios y malignos, incrustados en un rostro porcino y de sonrisa ladina y desagradable.

 

       ¿Aquel sujeto bajo y rechoncho, de apariencia tan poco natátil, era el hijo de una sirena?

 

        ¿Este individuo que resumaba vileza y vicio era el inocente Tarian, por quien Balduino se había preocupado tanto, llegando a veces a la angustia?

 

       -Un momento-razonó en voz alta-. Este no es Tarian. Yo lo vi en la mazmorra. Hace mucho tiempo, pero igual sé que éste no es él.

 

        -Pues no sé qué o a quién viste, pero éste es Tarian; de modo que te equivocaste de recluso-respondió Ulvgang.

 

       -¿Y cómo es que está en libertad?

 

      -Hice un trato con Einar y con Arn.

 

      Por un momento Balduino quedó helado, sin poder creer lo que oía. Luego, comprendiendo que ya nada era increíble y mucho menos imposible, preguntó:

 

      -¿Con esos dos que ya te traicionaron antes?

 

      -Bueno, admito que he tenido aliados mejores-respondió Ulvgang, sonriendo con sarcasmo, y se oyeron varias risitas malvadas y espeluznantes-. Pero así es la vida después de todo, pecoso: los amigos de ayer son los enemigos de hoy, mucho mejores amigos mañana y tal vez de nuevo enemigos mortales pasado mañana. Por lo demás, bueno estás tú para hablar de traiciones... Nada menos que tú, en quien confiamos y que nos engañó más que nadie... Así es como ahora te quedas solo. Pero hemos querido dejarte algún obsequio para que no nos olvides y para demostrarte que, a pesar de todo, nos separamos de ti sin rencores.

 

      Chasqueó los dedos y, ante esta señal,  otra figura se apartó del grupo, la de un hombre de nariz y orejas cortadas y horrendos ojos violáceos en los que, salvo el odio y la maldad, no se distinguía emoción alguna. Balduino se sobresaltó al reconocer a Kehlensneiter; pero más se sobresaltó al advertir que traía en su mano derecha una bolsa de arpillera que resumaba sangre.

 

      -Por cierto, señor Cabellos de Fuego-rió Ulvgang-: más te valdrá a ti también irte por tu cuenta. Con Einar hemos arreglado las cosas para que parezca que tú ordenaste liberar a nuestros compañeros para unirlos a una banda criminal que estabas organizando. La Orden del Viento Negro, supuestamente por tu culpa, verá mancillada para siempre su reputación, y además se demostrará, con pruebas falsas, que actuabas siguiendo órdenes de su Gran Maestre, Thorstein Eyjolvson. El Viento Negro quedará proscrito nuevamente; tus compañeros en la Orden serán arrestados y, bajo tortura, confesarán varios cargos, conspirar contra el Reino entre ellos, y serán enjuiciados y sentenciados a muerte... Pero algunos escaparán  a esta suerte y continuarán vivos en libertad, y buscarán vengarse de quien trajo tanta desgracia sobre la Orden... O sea, tú.

 

      Ulvgang vaticinaba estas cosas con tanto deleite, compartido por los otros Kveisunger, que Balduino comprendió que jamás se le había tenido el menor aprecio y que, dijeran lo que dijeran, en realidad el traicionado había sido él. Lágrimas de frustración y de rabia estuvieron a punto de aflorar a sus ojos, pero las contuvo valerosamente.

 

      -¿Y qué importa? Para entonces sin duda ya habré muerto-contestó sombríamente-, porque para escapar deberéis véroslas primero conmigo. No podré con todos vosotros, pero es seguro que el mío no será el único cadáver que quedará aquí.

 

      Hubo risotadas y aplausos, y Ulvgang compuso un gesto de fingida admiración, sus saltones ojos verdiazules rezumando ironía.

 

      -Qué bueno que en medio de tanta desgracia no pierdas la cabeza-observó.

 

      En ese momento sintió Balduino que algo caía a sus pies. Bajó la vista y vio algo que rodaba torpemente, y el pelirrojo se horrorizó al ver que se trataba de una cabeza cercenada, la de Ursula, a la que ahora se unía la de Thorvald. Se volvió para enfrentar los espeluznantes ojos violáceos de Kehlensneiter, quien una y otra vez introducía su mano izquierda en la bolsa ensangrentada y la sacaba arrastrando por la cabellera una nueva cabeza cortada de ojos desencajados para siempre. Pronto las cabezas de Kurt, Gudrun, Karl y Anders rodaban por el suelo junto con las otras dos.

 

       Ultima de todas cayó a los pies de Balduino la cabeza de Hansi, y entonces él ya no resistió más, y cayó de rodillas, deshecho en llanto. Tomó la cabecita del niño y la apretó contra su pecho, gimiendo entre las lágrimas.

 

      -Hansi... Hansi...

 

      -Calma, señor Cabellos de Fuego.

 

      Era la voz de Ulvgang, benévola y amable. Balduino abrió los ojos en la penumbra de Vindsborg, bañado en sudor y temblando aún, sin entender cabalmente qué estaba ocurriendo ni en dónde se hallaba. Miró por azar hacia su izquierda y lanzó un grito ahogado al ver allí la cabeza de Hansi, hasta que constató, separando las cobijas que cubrían el cuerpo del niño, que el cuello seguía intacto y que, de hecho, Hansi no tenía ni un rasguño.

 

      -¿Qué hace Hansi aquí?-preguntó mientras varios durmientes se revolvían molestos allí donde yacían acostados, preguntándose tal vez qué bicho le había picado a Balduino.

 

      -Pero señor Cabellos de Fuego, ¿no recuerdas que Thorvald le permitió quedarse con nosotros? Su padre estaba que trinaba de rabia porque otra vez Jormungand arruinó la pesca. Friedrik nunca es demasiado paciente con su hijo, pero cuando lo asaltan estos contratiempos lo es menos que nunca.

 

      -Pero eso fue... Eso ocurrió...-...hace muchos meses, pensó Balduino, confuso. ¿O no?

 

      No... Pero apenas podía creerlo, apenas si lograba entender que todo había sido nada más que una pesadilla espantosa y extremadamente realista. Lo que más le costaba aceptar era que desde su inspección a Kvissensborg no hubieran transcurrido ni siquiera veinticuatro horas completas, y que los sucesos de tres o cuatro meses que tan reales parecían fueran falsos recuerdos, simple producto de delirantes extravíos oníricos.

 

      Ulvgang lo miró y, pese a no saber qué había soñado Balduino, comprendió que éste padecía aún un terrible desfasaje entre la falsa realidad de su sueño y la verdadera a la que acababa de despertar.

 

        -Mejor ve a tomar un poco de aire fresco, compañero; te hará bien-sugirió. Balduino asintió en silencio, se incoirporó de inmediato y ya se encaminaba hacia la puerta, cuando Ulvgang lo detuvo aferrándolo por el brazo-. Así no. Abrígate más, que hace frío-le cubrió la espalda con un vellón de oso, y luego le dio una palmadita afectuosa en el hombro-. Ahora sí, señor Cabellos de Fuego.

 

      Aquel gesto paternal acabó de descolocar a Balduino, quien todavía tenía demasiado presente al Ulvgang cruel y burlón de su sueño.

 

      -¿Quién te relevó?-dijo.

 

      -Anders-contestó Ulvgang, disponiéndose a acomodarse para dormir.

 

      Todavía con ojos lagañososo, andar torpe e ideas poco coherentes, Balduino se dirigió hacia la puerta. Hacía frío afuera, como bien dijera Ulvgang, y el aliento formaba nubes vaporosas ante la boca, aunque al menos no soplaba viento.

 

      -¿Y tú qué haces aquí?-preguntó Anders, viendo al pelirrojo llegarse al pie de la escalinata adonde él montaba guardia-. Mejor vuelve a dormir. Si de veras quieres ir a Helmberg mañana, te conviene levantarte fresco.

 

      -No me enviaron aquí castigado-masculló Balduino-masculló Balduino, luchando por despertarse del todo.

 

      Anders lo miró como dudando de la cordura del pelirrojo.

 

      -No entiendo-confesó.

 

      -No me enviaron aquí castigado-repitió Balduino, pensando en el teniente Karstenson, a quien en mal momento se había querido castigar cuando era más útil para la búsqueda y captura de los dos prisioneros fugados-. Estamos en guerra. Hasta el último hombre es imprescindible. Dudo que el Gran Maestre pueda darse el lujo de impartir castigos en estas circunstancias.

 

       -¿Y has bajado sólo para decirme esto?-preguntó Anders. A juzgar por su expresión, a cada instante se persuadía más y más de que Balduino estaba completamente loco.

 

       Todavía aturdido, Balduino negó con la cabeza. No, no había bajado para eso. Pero medio dormido como estaba, por algún absurdo, los primeros engranajes de su cerebro que se ponían en marcha eran algunos que llevaban largo tiempo inutilizados y oxidados; de modo que su primera reflexión, algo descolgada, era ésta, producto de suponer a otra persona en una situación similar a la suya. No era sabio impartir castigos mediando un grave trance todavía solucionable. En Kvissensborg, Hildert Karstenson había estado a punto de ser castigado por su superior, pero Balduino le tenía más confianza a Thorstein Eyjolvson, el Gran Maestre del Viento Negro.

 

      -Me despertó una pesadilla... No importa-gruñó Balduino, sentándose en el primer peldaño-. Sabes, creo que mañana me llevaré a Hansi conmigo. Le gustará, y puede serme útil.

 

       -Ten cuidado, Balduino-dijo Anders, preocupado-. No entiendo qué buscas metiéndote en la boca del lobo. Primero vas a Kvissensborg, ahora a entrevistarte con Arn, quien tal vez te arroje a prisión o te humille de alguna otra manera.

 

      -No correré riesgos, Anders. No si, como sospecho, Arn es sólo un gran fatuo, vanidoso, prepotente e inútil. Ese tipo de hombres disfrutan sintiéndose grandes, tal vez porque son ridículamente pequeños. Gustan  rodearse de adulones y serviles porque junto a ellos se sienten importantes pero, a la vez, los desprecian. Son como esos pobres que se alimentan de sopa de alforfón porque es lo único que tienen, pero desearían degustar un magnífico pastel.

 

       -A veces hablas tan complicado que no te entiendo... Sólo espero que no pretendas convertirte tú también en un rastrero adulón.

 

       -Tanto como eso no, Anders. Tengo mi dignidad, después de todo. Pero ya te lo dije en alguna ocasión: los ardides más traicioneros y las estratagemas más sucias son las que ganan guerras.

 

      -No me gusta cómo hablas. No suenas como un Caballero-comentó Anders, sacudiendo la cabeza, apenado.

 

       -Es verdad, Anders, pero no siempre se puede contemplar el mundo desde lo alto de una montura... Y cuando uno se apea, a veces pisa donde no debe, y se llena la bota de mierda. La perfección no es cosa de este mundo. El señor Ben Jacob siempre hacía hincapié en la importancia de diferenciar lo que era justo de aquello que sólo lo parecía. A veces, aseguraba, uno cree que sus propias metas personales son justas, cuando no lo son. Se cree lo que se quiere creer, y la mayoría de las personas tiende a justificar sus propios actos porque no gusta de ser el malvado de la historia, y disfraza con bellos atavíos hasta los móviles más egoístas. No obstante, si se tiene la certeza de que se defiende una causa noble, es importante hacerla triunfar, a veces empleando métodos poco honrosos, aunque nunca por medios criminales. La honorabilidad se torna vileza cuando deriva en una inacción que permite el sufrimiento de los inocentes y al Mal salir vencedor. Por lo tanto, estoy dispuesto a resignar una parte de mi honorabilidad por el bien de Tarian, no mucha, por otra parte. No hacerlo me convertiría, según mi conciencia, en cómplice pasivo de quienes hacen el mal.  Tarian no resistiría mucho tiempo más en prisión... Pero descuida: seguiré siendo un Caballero. No tendrás por qué avergonzarte de mí.

 

         -Si al menos fueras más claro...

 

         -Ya te contaré a mi regreso. No sería prudente explayarme ahora, no antes de saber que todo ha sucedido según el cálculo previo y que he tenido éxito. Así no deberé tragarme mis palabras si algo saliera mal... Me voy a dormir. Buenas noches, Anders. Espero que ninguna pesadilla me traiga de nuevo aquí.

 

      No las hubo, y Balduino durmió como un bendito el resto de la noche. 

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15 abril 2010 4 15 /04 /abril /2010 00:10

      No atreviéndose a llamar la atención sobre Tarian, Balduino halló de todas formas dónde volcar su furor porque, al continuar con su inspección, continuó descubriendo otras deficiencias, particularmente en el equipo de las patrullas que regresaban a Kvissensborg sin haber encontrado a los dos Landskveisunger fugitivos. Las cadenas que subían y bajaban  rastrillo y puente levadizo no estaban debidamente engrasadas, y también destacó este hecho. En realidad, su estado tampoco era calamitoso ni mucho menos, pero a esa altura de los hechos Balduino no necesitaba que las deficiencias fueran graves para, con rostro de piedra y voz de hielo, exigir explicaciones.

 

      Casi a la caída del sol, y tras oir de Jurgen Robson la enésima de dichas explicaciones, la cólera de Balduino alcanzó su cénit.

 

       -Mi paciencia se acabó-se volvió hacia sus dos escoltas-. Prended a este hombre y arrojadlo a un calabozo. A partir de este momento queda apartado de todo rango jerárquico y puesto de mando.

 

      Esta orden, impartida con firmeza, irritación controlada y voz apenas subida de tono, era una verdadera prueba de fuego. Si los hombres se negaban a arrestar a su superior, la autoridad de Balduino sobre ellos se resentiría y quizás hasta se desvanecería por completo. Pero los guardias más nuevos y más ansiosos por destacar en el cumplimiento del deber estaban tan hartos de quienes hasta ahora venían mandándolos, que preferían arriesgarse a eventuales y futuros castigos por obedecer a la persona equivocada, especialmente porque todo indicaba que Balduino no era la persona equivocada. Lo que Balduino fomentaba era una especie de motín, ciertamente discreto pero motín al fin; lo que se evidenció en la rapidez con que los escoltas acudieron a cumplir con la orden. En tono glacial exigieron a Jurgen Robson sus armas e insignias, y lo condujeron a las mazmorras como a un vulgar malhechor.

 

      Cuando Einar se enteró, se puso furioso y fue a protestar ante Balduino.

 

      -Dichoso puede considerarse este hombre de sacarla tan barata-contestó el pelirrojo-. Un día en el cepo es lo que se merece, pero parece bastante blandengue y por eso soy compasivo. No obstante, su incompetencia amerita que se le prive del mando. Y no quiero escuchar más objeciones. Exigís que respete los años que el señor Robson me lleva, pero no me es posible hacerlo cuando mentalmente soy mayor que él. Ese sujeto es menos responsable que un muchacho de trece años.

 

       Hildert Karstenson venía en ese momento con el informe solicitado.

 

       -Hasta que el señor Arn Arnson, Conde de Thorhavok, decida lo que hará con esta prisión-dijo Balduino-, la guardia de la misma queda a cargo del señor Karstenson, ¡y pobre del que se anime a desobececerle! Soplan malos vientos. Tened mucho cuidado con lo que hagáis.

 

         Y dijo en privado a Hildert:

 

        -Es una tarea un tanto sucia la que te impongo. ¿Podrás hacerte cargo de ella por dos o tres días? Luego te aliviaré la carga.

 

        -Señor-replicó Hildert-: si vos me hicísteis cargo de esa tarea, es que puedo...

 

       Balduino lo miró a los ojos, intrigado por el tono hermético con que había hablado. Pero una vez más, aquellas pupilas enigmáticas le dijeron poco. Hildert empezaba a resultarle rarísimo, como si fuese producto más de  fríos cálculos matemáticos que de leyes biológicas... Pero al menos aquel monumento vivo a las ciencias exactas estaba de su parte.

 

      -Muy bien. Confío en ti-dijo, estrechándole la mano.

 

      Y luego de aquel día tan extenuante e ingrato, el pelirrojo logró al fin volver a Vindsborg cuando ya la oscuridad había caído sobre Freyrstrande.

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Presentación

  • : EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I
  • : ...LA NOVELA FANTÁSTICA QUE, SI FUERA ANIMAL, SERÍA ORNITORRINCO. SU PRIMERA PARTE, PUBLICADA POR ENTREGAS.
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